Oda a
la marihuana
por: FANNY KERTZMAN
(Este es el articulo de opinion de la "Joyita "esta tarifada,contratada por el pasquin Semana, para que escriba lo que su mente trabada le crea sobre Venezuela)
Publicado 6:03 am, abril 27, 2012
La primera vez que fumé marihuana fue en el colegio, en sexto
bachillerato. Desde entonces fui usuaria moderada hasta hace cuatro años que
dejé de meter. La mayor virtud de la marihuana es que, al contrario del trago, no da guayabo ni
engorda, a menos que uno no pueda controlar los ‘munchies’ (chucherías). Tampoco genera
adicción física aunque si crea un hábito. Y no hay nadie que se haya muerto por
una sobredosis de marihuana.
A mi marido le gustaba la yerba. Nos metíamos un bareto a la
semana a la hora de compartir las sábanas.
Una vez Enrique encontró un proveedor en Bogotá que hacía
domicilios. Eso era muy raro en esa
época. Como Enrique llevaba tiempo sin
comprar no estaba actualizado en los precios
y le pidió cincuenta mil pesos al
tipo, en 1990 más o menos. Es así como el personaje se apareció con un
bulto enorme que tuvimos que forrar en plástico y papel de aluminio para que la
empleada y los niños no se lo pillaran cuando lo guardamos en el congelador. Parecía un pan gigante.
Cada
viernes Enrique armaba un bareto y nos
lo fumábamos. Así esa compra de marihuana nos duró por años, tanto que
en 2000,
a la hora de empacar maletas e irnos a la Embajada en Canadá, todavía
teníamos una buena reserva. Sabiendo a donde nos íbamos, y con
mi rango diplomático, no iba a poder comprar en mi nuevo destino. Era
una lástima desperdiciar nuestra reserva.
Enrique se armó de valor entonces y
agarró una Biblia gordísima. Le
cortó con una navaja un rectángulo al interior de las páginas y rellenó el
hueco con la yerba que nos quedaba. Así
por fuera se veía como un libro, con los bordes de las hojas y por
dentro venía nuestro nocturno placer.
Mandamos la susodicha Biblia con el menaje por barco.
Este debería demorarse unas tres semanas en llegar. Íbamos por
la quinta semana, ya instalados en Canadá y nada
que aparecía el bendito menaje. A la
sexta semana me llamó un agente de Aduanas de Estados Unidos. El container estaba parado en New York y el
agente quería revisarlo. La sangre se me
heló y me dio vértigo, pero ejercí mis
mejores dotes de funcionaria pública y le dije que era equipaje
diplomático, por lo cual no debería ser
revisado.
Como el tipo lo dudaba,
le conté de todas las cosas que yo había hecho con los gringos de la
DEA, del Servicio de Aduanas
precisamente, con el Departamento de
Impuestos, el Departamento de
Justicia, la oficina del General
Attorney y el FBI, mientras estaba en la Dian. No dije
una sola mentira. Pero sufrí… ¿Qué tal
el escándalo si la ex directora de la Dian, ahora flamante Embajadora en Canadá
es pillada metiendo una Biblia con marihuana en el menaje diplomático? El gringo dejó finalmente pasar el
equipaje y la Biblia llegó sana y salva.
Pero esta no era la primera vez que me sentí pillada. El año
anterior precisamente, siendo aún Directora de la Dian, vino de visita a
Colombia Madeleine Albright, Secretaria
de Estado del gobierno de Clinton. El
Presidente Pastrana lanzó semejante homenaje en Cartagena al cual fui invitada
en calidad no solo de Directora de Aduanas,
sino también como mujer destacada,
en un desayuno con ocho mujeres en el hotel Santa Clara. Qué lujo. De las asistentes que recuerdo estaban Piedad
Córdoba y Ana Teresa Bernal, directora de Redepaz.
El único problema es que la noche anterior me había enrumbado
con un amigo y fumamos yerba, además del consabido ron. De recuerdo me dejó dos baretos que metí en
la cartera. Llegué al desayuno sin
dormir, verde del guayabo tan bruto y con
los ojos de para atrás. Después seguía
una visita con toda la pesada a la Base Antinarcóticos de Cartagena, donde Policía idem y la
Armada Nacional iban a mostrar a los gringos las nuevas instalaciones del
puerto, que se habían hecho con
tecnología y recursos de ellos.
La delegación la encabezaba el
Presidente Pastrana, Luis Alberto
Moreno -en ese momento Embajador en Estados Unidos- y toda
la pesada de la Fuerza Pública, más el
Embajador americano y todos los funcionarios de la Embajada. Yo con ese guayabo tan bruto me quedé un poco
atrás de la comitiva. No podía con el
sol abrasador, de media velada en el
calor húmedo y salino de Cartagena.
De pronto llegaron los agentes antinarcóticos con los perros.
Iban muy juiciosos todos hasta que dos canes se me lanzaron a la cartera y
empezaron a saltarme encima. Quién dijo
miedo. Me acordé de los baretos que
llevaba y casi me desmayo.
Afortunadamente los manejadores los
jalaron y hasta ahí llegó el susto. Años después un gringo me contó que sería
imposible que los perros hubieran olido la marihuana, era muy poco
y solo se me acercaron como parte
de su juego. Pero en ese momento quedé más verde que te quiero verde.
Pocos años después sentí un olorcito en la casa de la
Embajada en Canadá. Abrí la puerta del cuarto de mi hijo, y ¡oh sorpresa!
estaban mis dos vástagos fumando marihuana. ¿Qué les iba a decir si yo fumaba todos los
viernes por la noche con su papá? Y
ellos no se la habían pillado.
Ahora con los años la marihuana me deprime y dejé de
fumar, aun cuando vivo en la capital de
los hippies, donde todo el mundo vive
trabado y hay marihuana médica legal. Yo podría conseguir la licencia para
usar, dados todos mis problemas médicos,
y el gobierno me proporcionaría gratis una onza al mes porque así es la ley. Pero
no quiero. La única razón por la cual lo haría sería para revender mi
superdosis personal, pero mi etapa de narcotraficante ya forma parte del
pasado.
Nota: (!) Sin comentarios…
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ResponderEliminarCuando sepa , me dice.
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