martes, 15 de octubre de 2013

Oda a la marihuana

Oda  a  la  marihuana

  por: FANNY  KERTZMAN

(Este es el articulo de opinion de la "Joyita "esta tarifada,contratada por el pasquin Semana,  para que escriba lo que su mente trabada le crea sobre Venezuela)
Publicado 6:03 am, abril 27, 2012

La primera vez que fumé marihuana fue en el colegio, en sexto bachillerato. Desde entonces fui usuaria moderada hasta hace cuatro años que dejé de meter. La mayor virtud de la marihuana es que,  al contrario del trago, no da guayabo ni engorda,  a  menos que uno no pueda controlar los  ‘munchies’ (chucherías). Tampoco genera adicción física aunque si crea un hábito. Y no hay nadie que se haya muerto por una sobredosis de marihuana.

A mi marido le gustaba la yerba. Nos metíamos un bareto a la semana a la hora de compartir las sábanas.  Una vez Enrique encontró un proveedor en Bogotá que hacía domicilios.  Eso era muy raro en esa época.  Como Enrique llevaba tiempo sin comprar no estaba actualizado en los precios  y  le pidió cincuenta mil pesos al tipo,  en 1990 más o menos.  Es así como el personaje se apareció con un bulto enorme que tuvimos que forrar en plástico y papel de aluminio para que la empleada y los niños no se lo pillaran cuando lo guardamos en el congelador.  Parecía un pan gigante.

Cada viernes Enrique armaba un bareto  y  nos lo fumábamos. Así esa compra de marihuana nos duró por años, tanto que en 2000, a la hora de empacar maletas e irnos a la Embajada en Canadá,  todavía teníamos una buena reserva.  Sabiendo a donde nos íbamos,  y  con mi rango diplomático, no iba a poder comprar en mi nuevo destino.  Era una lástima desperdiciar nuestra reserva.

Enrique se armó de valor entonces  y  agarró una Biblia gordísima.  Le cortó con una navaja un rectángulo al interior de las páginas y rellenó el hueco con la yerba que nos quedaba.  Así por fuera se veía como un libro, con los bordes de las hojas  y  por dentro venía nuestro nocturno placer.  Mandamos la susodicha Biblia con el menaje por barco.

Este debería demorarse unas tres semanas en llegar. Íbamos por la quinta semana,  ya  instalados en Canadá  y  nada que aparecía el bendito menaje.  A la sexta semana me llamó un agente de Aduanas de Estados Unidos.  El container estaba parado en New York  y  el agente quería revisarlo.  La sangre se me heló y me dio vértigo,  pero ejercí mis mejores dotes de funcionaria pública y le dije que era equipaje diplomático,  por lo cual no debería ser revisado.

Como el tipo lo dudaba,  le conté de todas las cosas que yo había hecho con los gringos de la DEA,  del Servicio de Aduanas precisamente,  con el Departamento de Impuestos,  el Departamento de Justicia,  la oficina del General Attorney  y  el FBI, mientras estaba en la Dian. No dije una sola mentira.  Pero sufrí… ¿Qué tal el escándalo si la ex directora de la Dian, ahora flamante Embajadora en Canadá es pillada metiendo una Biblia con marihuana en el menaje diplomático?  El gringo dejó finalmente pasar el equipaje  y  la Biblia llegó sana y salva.

Pero esta no era la primera vez que me sentí pillada. El año anterior precisamente, siendo aún Directora de la Dian, vino de visita a Colombia Madeleine Albright,  Secretaria de Estado del gobierno de Clinton.  El Presidente Pastrana lanzó semejante homenaje en Cartagena al cual fui invitada en calidad no solo de Directora de Aduanas,  sino también como mujer destacada,  en un desayuno con ocho mujeres en el hotel Santa Clara. Qué lujo.  De las asistentes que recuerdo estaban Piedad Córdoba  y  Ana Teresa Bernal,  directora de Redepaz.

El único problema es que la noche anterior me había enrumbado con un amigo  y  fumamos yerba,  además del consabido ron.  De recuerdo me dejó dos baretos que metí en la cartera.  Llegué al desayuno sin dormir,  verde del guayabo tan bruto  y  con los ojos de para atrás.  Después seguía una visita con toda la pesada a la Base Antinarcóticos de Cartagena,  donde Policía idem  y  la Armada Nacional iban a mostrar a los gringos las nuevas instalaciones del puerto,  que se habían hecho con tecnología  y  recursos de ellos.

La  delegación  la  encabezaba  el  Presidente  Pastrana,  Luis Alberto  Moreno -en ese momento Embajador en Estados Unidos-  y  toda la pesada de la Fuerza Pública,  más el Embajador americano  y  todos los funcionarios de la Embajada.  Yo con ese guayabo tan bruto me quedé un poco atrás de la comitiva.  No podía con el sol abrasador,  de media velada en el calor húmedo  y  salino de Cartagena.

De pronto llegaron los agentes antinarcóticos con los perros. Iban muy juiciosos todos hasta que dos canes se me lanzaron a la cartera y empezaron a saltarme encima.  Quién dijo miedo.  Me acordé de los baretos que llevaba y casi me desmayo.  Afortunadamente los manejadores los  jalaron  y  hasta ahí llegó el susto.  Años después un gringo me contó que sería imposible que los perros hubieran olido la marihuana,  era muy poco  y  solo se me acercaron como parte de su juego. Pero en ese momento quedé más verde que te quiero verde.

Pocos años después sentí un olorcito en la casa de la Embajada en Canadá. Abrí la puerta del cuarto de mi hijo, y  ¡oh sorpresa!  estaban mis dos vástagos fumando marihuana.  ¿Qué les iba a decir si yo fumaba todos los viernes por la noche con su papá?  Y ellos no se la habían pillado.

Ahora con los años la marihuana me deprime y dejé de fumar,  aun cuando vivo en la capital de los hippies,  donde todo el mundo vive trabado  y  hay marihuana médica legal.  Yo podría conseguir la licencia para usar,  dados todos mis problemas médicos, y el gobierno me proporcionaría gratis una onza al mes porque así es la ley. Pero no quiero. La única razón por la cual lo haría sería para revender mi superdosis personal, pero mi etapa de narcotraficante ya forma parte del pasado.

Nota: (!) Sin comentarios…

2 comentarios: