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Me
lo imagino sentado frente a la tele, solo, sus ojos puyúos clavados en
la pantalla de la tele que refleja las alegres luces del arbolito como
una burla a su solitaria arrechera. Lo imagino mudo, tratando de
entender sin entender nada, como siempre.
Mi imaginación vuela y se imagina unas llamadas telefónicas:
- Aló, Henri, ¿vas a ir?
- Ni de vaina ¿Tú por quién me tomas?
- Aló, Antonio, ¿vas a ir?"
- ¡Jamás! La dignidad no se arrodilla.
- Aló, aló, aló? Entonces nadie va a ir?
- Que no vamos, Henrique, a menos que tú, amado líder, digas lo contrario...
- Yo a Miraflores solo iré como Presidente.
- Sí, Luís, perdón, sí Flaco...
- Aló, Henri, ¿vas a ir?
- Ni de vaina ¿Tú por quién me tomas?
- Aló, Antonio, ¿vas a ir?"
- ¡Jamás! La dignidad no se arrodilla.
- Aló, aló, aló? Entonces nadie va a ir?
- Que no vamos, Henrique, a menos que tú, amado líder, digas lo contrario...
- Yo a Miraflores solo iré como Presidente.
- Sí, Luís, perdón, sí Flaco...
O
tal vez fueron buenitos y le dijeron sí iban, que era una oportunidad
para dar la cara, no solo por sus votantes, sino por sus liderazgos, por
su futuro político. Entonces veo clarita esa mirada que no mira sino al
vacío, la arrogancia un sifrinito al que nadie jamás contradijo por no
calarse sus pataletas. Imagino su pose, su voz entrenada por asesores
expertos, imagino la cara de poker de Antonio, Henri, Gerardo, cuando
les dijo: ¡No es no!. Con el ilegítimo ni a la esquina.
Imagino
que entonces los puñales de la intriga empezaron a apuntar a otro lado
ya que el objetivo inicial se empeñaba a apuñalearse el solito... Y lo
dejaron.
Lo
imagino en la soledad más sola, esa donde hasta las cotufas que
mandaste a traer para ver la reunión en la tele, se ponen chiclosas solo
para joderte. Lo imagino desconcertado con tanto alcalde hablador
cuando suponía que solo hablarían los que siempre hablan, los que no
dejan hablar a los demás.
Pero
hablaron otros y la unidad como que no era tanta. Y hubo palabras a
favor del poder popular, y -¡Mi God!- de los consejos comunales. Imagino
a las cotufas estrellándose contra la tele, víctimas de una descarga de
arrechera nacida del abrazo entre el Presidente y un alcalde de no sabe
qué municipio -¿Por qué le dicen Presidente si el único presidente aquí
soy yo?-.
Y
escuchando a esos alcaldes no mediáticos, imaginé a mis amigos
opositores imaginando lo mismo que yo: que la locura antichavista de
unos pocos no es obligatoria; que hay un camino, sí, pero no ese que les
vendieron de miedo, odio y violencia, sino otro: el del diálogo, el
reconocimiento mutuo y la paz.
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