Con
el telón de fondo de un atardecer de matices desteñidos, no como los de
antes, cuando el cielo caraqueño se pintaba de vibrantes rosa, lila y
durazno y nosotros éramos felices y no lo sabíamos. Bajo ese cielo
apocado, como todo en este pobre país, se dieron el "Sí" Tati Echeverri
Benavides y Julio Alberto Marín Chaparro, hijos de dos distinguidas
familias de nuestra sociedad destrozada por la peor crisis económica de
nuestra historia.
La
misa fue oficiada por Monseñor Funesto Guerra, quien aprovechó la
ceremonia para alertar a los presentes sobre los peligros del
castrocomunismo, mal apocalíptico que se ensaña con todos, pero sobre
todo con los más inocentes, como el pajecito y demás niños de tierno
cortejo, que serán arracandos de los brazos de sus madres para ser
enviados a Cuba.
Una
vez oficiado el sacramento, familiares y amigos lanzaron una lluvia de
arroz saborizado sobre los novios quienes se refugiaron en una camioneta
último modelo comprada a precios especulativos -¡Gracias a Dios!- justo
antes de que llegara el nefasto decreto presidencial.
En
un reconocido salón de fiestas capitalino, los novios y sus invitados
se dispusieron a celebrar el enlace intentando -en vano- olvidar el caos
que hunde a este país, del cuál los recién casados se irán demasiado
-otra vez gracias a Dios- para establecer su nuevo hogar en la pujante y
próspera Detroit, U.S.A.
Un
opulento buffet con humeantes fuentes desbordando arroz blanco arracó
exclamaciones de asombro, para satisfacción de las madres de los
contrayentes que pasaron meses acaparando el preciado grano que dejó
frios en la mesa a langostas y mariscos que ya no tienen gracia por no
estar regulados y, por ende, los consigue cualquiera.
Para
cerrar con broche de oro, se entregaron los recuerditos, y hasta hubo
quienes llevaron más de uno porque, con símpática picardia, salían y
volvían a entrar para despedirse de nuevo y recibir otro maravilloso
recuerdo de la velada maravillosa: un rollo de sedoso papel toilet atado
con una cinta dorada y una tarjetica de pergamino que con fina
caligrafía decía: "... Pero tenemos Patria"
Bien
entrada la madrugada, se escuchaba aún el canto de invitados rezagados:
"¡Y va a caer, y va a caer, este gobierno va a caeeeer!"
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