sábado, 14 de diciembre de 2013

Psicología al día: y después de las elecciones qué.

  LatinPress.17.  14-20/12 /2013. Venezuela. *.

 Porque la verdad es que se puede estar en desacuerdo sobre alguna cosa, se puede estar en desacuerdo sobre varias cosas, pero es extraordinariamente raro que se esté en desacuerdo absoluto sobre todas las cosas. Sobre las pocas o muchas cosas sobre las que no se está en desacuerdo, se puede edificar una buena vecindad. No necesitan estar de acuerdo en todo los buenos vecinos para ser mutuamente útiles.

La  Psicología Social ha hecho importantes avances en el estudio  de la conducta política.
Veamos cómo podemos aplicarlos al análisis de la conducta política, en nuestro país, en los actuales momentos.
“Quien no está de un modo conmigo es mi enemigo, y al enemigo con el palo”, parece ser la feroz concepción de la política que ha asomado insistentemente.
Es el retoñar de un viejo mal de nuestra vida pública. Mal inveterado de nuestra política y de tremendas consecuencias ha sido ese de no ver en los que nos rodean sino amigos y enemigos, amigos a quienes favorecer y enemigos a quienes perseguir, amigos que son los buenos y enemigos que son los malos.
Pareciera que la primera preocupación ha sido la de buscarse un adversario, buscar cabezas en las que descargar nuestra pasión y cavar anchos fosos de incomunicación para separarnos de todo contacto con los que no están adheridos sin reservas a nuestro credo.
Ese espíritu de secta, ese tono de facción, le ha dado a nuestra vida política un carácter negativo y ha sido uno de los más activos agentes de la inestabilidad de nuestras instituciones. Si la experiencia ha de tener alguna vez algún valor en nuestro país, debería comenzar a manifestarse por la adopción de otro estilo y de otro tono para el debate político. Porque si vamos a hacer un país estable y una república vivible hay que comenzar por sumar las coincidencias y no por acentuar las divergencias.
No concebir la acción política como primordialmente dirigida contra algo o contra alguien, sino a favor de algo que esté concebido con tanta amplitud como para comprender todos los intereses fundamentales del país. En lugar de buscar temas de lucha, habría que plantear formas de cooperación. En lugar de dividir la casa, unirla y engrandecerla. Esa concepción de la vida política como la batalla perpetua de una facción fanática, contra fanáticas facciones enemigas, no sólo es contraria al interés del país, como lo han demostrado sus trágicos fracasos, sino que reposa sobre un grave error de apreciación. Porque la verdad es que se puede estar en desacuerdo sobre alguna cosa, se puede estar en desacuerdo sobre varias cosas, pero es extraordinariamente raro que se esté en desacuerdo absoluto sobre todas las cosas. Sobre las pocas o muchas cosas sobre las que no se está en desacuerdo, se puede edificar una buena vecindad. No necesitan estar de acuerdo en todo los buenos vecinos para ser mutuamente útiles.
Y cuando las cosas sobre las que se está de acuerdo son vitales y básicas, el entendimiento que naturalmente deriva de esa situación, hace que las divergencias encuentren su salida en el estudio objetivo, o en la transacción conciliadora. En nuestra sociedad de hoy existen cuestiones que afectan e interesan por igual a todos los sectores políticos, organizados o no, que no están de acuerdo con una solución autoritaria, ni mucho menos dictatorial.
La primera y más fundamental de esas cuestiones es la de hallar, por medio de la sincera y honesta cooperación de todos, el camino y las normas que hagan posible la definitiva implantación de instituciones realmente representativas y democráticas que puedan durar, porque aseguren el libre desarrollo de todos los intereses y opiniones legítimos y no estén dirigidos contra ninguno en particular.
Es decir, unas instituciones adaptadas a una realidad política, social, económica y espiritual, donde todos quepan, y unas reglas de juego republicano que todos puedan aprobar y con las que acepten ganar y perder.
Ante una cuestión semejante las divergencias distintas se empequeñecen y pierden importancia, porque además, si esa cuestión no se resuelve en esa forma amplia, realista y satisfactoria, esas otras divergencias no tendrán ni campo ni oportunidad para manifestarse o debatirse. Si de algo necesita nuestro país es de la afirmación de ese espíritu cooperativo, asertivo, y no sectario y negativo.
Una política de “pro” y no de “contras”.
Una política que no se detenga morbosamente en las divergencias sino que se afirme en el servicio de los grandes y evidentes intereses comunes. Una concepción de la política que vaya contra el odio y la exclusión de que tantos hemos sufrido, y trate de implantar la convivencia y el pacífico debatir. No el pacífico debatir que pertenece a la palabrería y poco vale, sino el pacífico crear, el pacífico turnarse, de acuerdo con reglas justas, necesarias y libremente aceptadas, en la función de construir un país cada vez más ancho y cada vez más abierto para todos sus hijos, que es lo que significa la palabra concordia y reconciliación.
Todo esto es además, hacedero y posible. Las gentes están hartas de odio artificial y pugna estéril. Ni el interés nacional, ni el de los partidos que no pueden estar divorciados del interés nacional, tienen nada que ganar con el recelo y el rencor. Ante los intereses vitales que a todos afectan por igual cabe el entendimiento aun entre las fuerzas que estén opuestas en todo lo demás. Pero esa oposición no hay que buscarla y cultivarla. Hay que recibirla como un mal a veces inevitable. Y evitarla buscando lo que nos identifica y no lo que pueda dividirnos.
Esto se ha logrado en otros tiempos y lugares, así mismo también nosotros podemos lograrlo. En algunas épocas los hombres se han matado entre sí porque entendían de manera distinta el amor de Dios. Este horrible absurdo de matar a la criatura por amor al Creador, fue posible porque el tono pasional en que se desarrolló la pugna religiosa hizo perder de vista los fines verdaderos y superiores.
No sería menos absurdo que nos hubiéramos de odiar porque entendemos de modo distinto el amor de nuestro país. El verdadero amor del país, por el contrario, es lo que debe acercarnos a todos los que lo sentimos y empequeñecer nuestras divergencias. * Phd. Colaboración especial para LatinPress®. LPs.

No hay comentarios:

Publicar un comentario