"Esto no aguanta hasta diciembre", celebraba una señora clase media cuando en la ferretería le vendían un grifo a precio de oro. Pagaba gustosa como si aquello fuera un acto de liberación. Su vecino raspó la tarjeta apostando por un dólar paralelo carísimo, que suba que suba que así gano más… y sube porque quieren que suba, que se infle la burbuja. Y obtienen muchos bolívares por cada dólar que sólo les sirven para comprar un grifo carísimo porque el grifo, como todo, se infla también.
Rechazan que seamos el país más feliz de Suramérica. La ONU miente con descaro, y si no miente alguien mintió y la ONU se lo creyó. Aquí no hay felicidad posible salvo en los brevísimos momentos en que creen que el Gobierno va a caer.
Su última expresión de felicidad fue cuando salieron en familia a cacerolear. Escuché sus cánticos, sus risas estridentes nacidas de la arrechera, sentí de cerca la pestilencia del odio, el más irracional de todos los odios, el que convierte a la mamá de las amiguitas de sus hijos en un objetivo de guerra. Fueron felices hasta que regresó la calma.
La calma les enferma, son adictos al desastre, se creen inmunes a sus consecuencias. La memoria no los ayuda. Borrado quedó el sabotaje petrolero, la crisis que les dejó, los negocios quebrados y los que quedaron abiertos suplicando que alguien comprara algo. Creen que si se hunde este barco su parte no se hundirá.
No hay botes salvavidas para pendejos clase media que se creen oligarcas. Del sabotaje petrolero sólo se salvaron los peces gordos, los que nunca pierden, los que les hacen creer que están del lado de los vecinos caceroleros, y a la hora de la guerra económica los despluman.
Durante el sabotaje petrolero, los centros comerciales obligaron a cerrar las tiendas pero exigieron el pago del alquiler igualito. Los colegios privados cerraron todo menos el departamento de cobranzas. Los ricos se hicieron más ricos comprando propiedades quebradas a precio de gallina flaca. Los robaron, los engañaron, todo en nombre del miedo.
La amnesia los conduce al mismo callejón sin salida. Los desdichados del país más feliz de la región sueñan con que "esto no llegue a diciembre", creyendo, otra vez, que en su parte del barco hundido tendrán una feliz Navidad.
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