Aventura en el Ministerio del Poder Popular para el Comercio
Para descubrir a un burócrata
Plantéale un problema ideológico
Roque Dalton
Visité a la bella Caracas con el recuerdo gratificante de una diligencia previa en el INT de la Urbina hace dos años, allí viví en buenas atenciones las pequeñas cosas que hacen posible una revolución. El motivo esta vez era una gestión que debía realizar ante el Ministerio de Comercio. Una situación inesperada hizo que el viaje terminara siendo una suerte de cuento Kafkiano o sesión de tortura intensiva causada por la arrogancia e indolencia de la burocracia de última generación, la misma que hoy se come al país a dentelladas. El dolor se hace mayor cuando uno termina descubriendo que cargos claves de la Revolución están siendo ocupados por personas que la adversan, hacen daño y después procuran pasar inadvertidos vistiéndose de rojo.
Sucedió que luego de un largo viaje de 15 horas desde una ciudad del interior llegué a La Bandera justo a tiempo para lavarme la cara, tomarme un frugal desayuno y dirigirme a la oficina en cuestión, a pocos metros de la Esquina Capitolio. Eran las 8 y 10 minutos de la mañana cuando me presenté ante el portero, un señor con cara de tranca que manda más que un policía de “la Sagrada” del Benemérito (leer sobre la dictadura de Gómez 1908 -1935). El señor me informa que las oficinas laboran es a partir de las 8,30. Esperé pacientemente sentado en las afueras en el borde de una acera hasta que llegó la hora indicada. El señor portero me indica entonces que aún no ha llegado el personal, no había otro camino que seguir esperando. Gracias a que practico yoga y que hace unas semanas vi la película cubana “La Muerte de un Burocrata”, sospeché lo que se me venía encima y por tanto hice unas 10 respiraciones profundas. Efectivamente, no me equivoqué en mis pronósticos, cerca de las 9 entra una señora que supuse jefa, dando instrucciones al oído del portero…pasados unos diez minutos pregunté si ya podía subir, el señor me responde “hoy no se va a atender al público” – ¡¿Perdón?!...opté por perdonar su silencio. Aproveché un breve descuido del susodicho y corrí a tomar el ascensor…estaba dañado. Tenía que subir a un tercer piso con mis 65 años a cuestas, para colmo, un edificio viejo, con dos mezaninas, eran entonces cinco a seis pisos con escaleras interminables.
Llegué a la oficina con un corazón que bombeaba angustia, mi intención era conseguirme a la jefa o jefe para explicarle mi caso: venía por tierra de una población a más de 15 horas de Caracas y solo me tenían que recibir unos documentos, así de simple. Me senté a esperar. Entró una dama a la oficina, pasado un tiempo me acerco y pregunto si me pueden atender. La dama con poca amabilidad me respondió afirmativamente pero que había que esperar porque primero iban a hacer limpieza de la oficina. Esa noticia me alegró momentáneamente. Durante la limpieza esta dama conversó en el pasillo con otros funcionarios, y yo como el convidado de Tirso de Molina escuché temas que iban desde las tremenduras de sus chiquillos hasta la novedad de los últimos cosméticos. Ya cerca de las 10 me recibe la funcionaria con dos oficinistas más como testigos. “A ver…¿trajo todos los recaudos?” Si señora, respondí. Revisó una y otra vez todos los papeles en tanto mi corazón se aceleraba. Al cabo de un rato…“¿Trajo las estampillas?” Sí, respondí con gloria infinita… “Ahhh… pero acá falta la copia del poder que le autoriza a usted a hacer esta gestión y sin ella no le puedo recibir esos papeles – era el triunfo olímpico inobjetable de la burócrata, solo faltaba la ovación y la medalla de oro - y por primera vez la vi sonreír. No hay problema, en un momento le traigo la fotocopia, a no ser que ustedes puedan auxiliarme. “Acá no hay fotocopiadora”. Bien entonces saldré a hacerla en la calle – pensé en la escalera pero era el mal menor – “Señor si sale no puede volver a entrar”. Pero por favor señorita ¿usted no percibe la angustia que estoy viviendo y lo que ha significado para mí venir desde tan lejos para que usted me responda de esta manera? “Ese no es mi problema”.
Mi pulso cardiaco aún me permitió recriminar en voz alta: ¿Dónde están las enseñanzas de humanidad que nos dejó Chávez…y con rebeldía contenida agregué, si él estuviese aquí habría caído de para atrás en el acto. El oficinista caballero que ocupaba otro escritorio, en solidaridad automática con su compañera hizo un remedo: “…si, hubiese caído de para atrás” …era la espantosa morisqueta de un burócrata. Solo respondí, voy a sacar la copia y me retiré. Al salir le advertí al portero que retornaría en pocos minutos con la fotocopia que me faltaba. La respuesta fue: “Me llamaron de arriba y me dijeron que no lo dejara entrar”. Corrí a un centro comercial cercano e hice la copia. Mi plan era entrar con mi espíritu guerrillero de los 60 y a como diera lugar alcanzar aquella cima para luego declararme en rebeldía hasta que me atendieran como era debido…en ese instante suena mi celular, se trataba de la llamada que salvó mi vida…era mi hija…”no vale la pena que sacrifiques tu vida por culpa de unos zánganos desalmados, disfrazados de chavistas; volverás en otra oportunidad y tal vez, y si alguien del alto gobierno escucha tu historia, sean otros los que te atiendan.”
Ahora pienso que gracias a esa llamada y a mis posturas de yoga, no morí de arre…, aquel vocablo convertido en orden criminal por el innombrable.
Plantéale un problema ideológico
Roque Dalton
Visité a la bella Caracas con el recuerdo gratificante de una diligencia previa en el INT de la Urbina hace dos años, allí viví en buenas atenciones las pequeñas cosas que hacen posible una revolución. El motivo esta vez era una gestión que debía realizar ante el Ministerio de Comercio. Una situación inesperada hizo que el viaje terminara siendo una suerte de cuento Kafkiano o sesión de tortura intensiva causada por la arrogancia e indolencia de la burocracia de última generación, la misma que hoy se come al país a dentelladas. El dolor se hace mayor cuando uno termina descubriendo que cargos claves de la Revolución están siendo ocupados por personas que la adversan, hacen daño y después procuran pasar inadvertidos vistiéndose de rojo.
Sucedió que luego de un largo viaje de 15 horas desde una ciudad del interior llegué a La Bandera justo a tiempo para lavarme la cara, tomarme un frugal desayuno y dirigirme a la oficina en cuestión, a pocos metros de la Esquina Capitolio. Eran las 8 y 10 minutos de la mañana cuando me presenté ante el portero, un señor con cara de tranca que manda más que un policía de “la Sagrada” del Benemérito (leer sobre la dictadura de Gómez 1908 -1935). El señor me informa que las oficinas laboran es a partir de las 8,30. Esperé pacientemente sentado en las afueras en el borde de una acera hasta que llegó la hora indicada. El señor portero me indica entonces que aún no ha llegado el personal, no había otro camino que seguir esperando. Gracias a que practico yoga y que hace unas semanas vi la película cubana “La Muerte de un Burocrata”, sospeché lo que se me venía encima y por tanto hice unas 10 respiraciones profundas. Efectivamente, no me equivoqué en mis pronósticos, cerca de las 9 entra una señora que supuse jefa, dando instrucciones al oído del portero…pasados unos diez minutos pregunté si ya podía subir, el señor me responde “hoy no se va a atender al público” – ¡¿Perdón?!...opté por perdonar su silencio. Aproveché un breve descuido del susodicho y corrí a tomar el ascensor…estaba dañado. Tenía que subir a un tercer piso con mis 65 años a cuestas, para colmo, un edificio viejo, con dos mezaninas, eran entonces cinco a seis pisos con escaleras interminables.
Llegué a la oficina con un corazón que bombeaba angustia, mi intención era conseguirme a la jefa o jefe para explicarle mi caso: venía por tierra de una población a más de 15 horas de Caracas y solo me tenían que recibir unos documentos, así de simple. Me senté a esperar. Entró una dama a la oficina, pasado un tiempo me acerco y pregunto si me pueden atender. La dama con poca amabilidad me respondió afirmativamente pero que había que esperar porque primero iban a hacer limpieza de la oficina. Esa noticia me alegró momentáneamente. Durante la limpieza esta dama conversó en el pasillo con otros funcionarios, y yo como el convidado de Tirso de Molina escuché temas que iban desde las tremenduras de sus chiquillos hasta la novedad de los últimos cosméticos. Ya cerca de las 10 me recibe la funcionaria con dos oficinistas más como testigos. “A ver…¿trajo todos los recaudos?” Si señora, respondí. Revisó una y otra vez todos los papeles en tanto mi corazón se aceleraba. Al cabo de un rato…“¿Trajo las estampillas?” Sí, respondí con gloria infinita… “Ahhh… pero acá falta la copia del poder que le autoriza a usted a hacer esta gestión y sin ella no le puedo recibir esos papeles – era el triunfo olímpico inobjetable de la burócrata, solo faltaba la ovación y la medalla de oro - y por primera vez la vi sonreír. No hay problema, en un momento le traigo la fotocopia, a no ser que ustedes puedan auxiliarme. “Acá no hay fotocopiadora”. Bien entonces saldré a hacerla en la calle – pensé en la escalera pero era el mal menor – “Señor si sale no puede volver a entrar”. Pero por favor señorita ¿usted no percibe la angustia que estoy viviendo y lo que ha significado para mí venir desde tan lejos para que usted me responda de esta manera? “Ese no es mi problema”.
Mi pulso cardiaco aún me permitió recriminar en voz alta: ¿Dónde están las enseñanzas de humanidad que nos dejó Chávez…y con rebeldía contenida agregué, si él estuviese aquí habría caído de para atrás en el acto. El oficinista caballero que ocupaba otro escritorio, en solidaridad automática con su compañera hizo un remedo: “…si, hubiese caído de para atrás” …era la espantosa morisqueta de un burócrata. Solo respondí, voy a sacar la copia y me retiré. Al salir le advertí al portero que retornaría en pocos minutos con la fotocopia que me faltaba. La respuesta fue: “Me llamaron de arriba y me dijeron que no lo dejara entrar”. Corrí a un centro comercial cercano e hice la copia. Mi plan era entrar con mi espíritu guerrillero de los 60 y a como diera lugar alcanzar aquella cima para luego declararme en rebeldía hasta que me atendieran como era debido…en ese instante suena mi celular, se trataba de la llamada que salvó mi vida…era mi hija…”no vale la pena que sacrifiques tu vida por culpa de unos zánganos desalmados, disfrazados de chavistas; volverás en otra oportunidad y tal vez, y si alguien del alto gobierno escucha tu historia, sean otros los que te atiendan.”
Ahora pienso que gracias a esa llamada y a mis posturas de yoga, no morí de arre…, aquel vocablo convertido en orden criminal por el innombrable.
Lo más lamentable Profesor amigo, es que a lo mejor nadie del "alto gobierno" ni bo.. le pararan a esto...Como hace falta el Comandante!!
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