jueves, 5 de septiembre de 2013

"La feroz urgencia del ahora"

 
 
                                              
 
Cuentan que el 28 de agosto de 1963 fue un día de verano soleado y caluroso, y que aún antes de iniciar la Marcha sobre Washington por Empleos y Libertad, ésta asustó no sólo a Washington, sino a gran parte de Estados Unidos. El sueño que estaba por proclamarse era subversivo y quien ofrecería ese mensaje era considerado el hombre desarmado más peligroso de Estados Unidos.
 
El gobierno de John F. Kennedy intentó persuadir a los organizadores de suspender su acto y ese día colocó 4 mil policías antimotines en los suburbios y 15 mil más en alerta;  los hospitales se prepararon para recibir víctimas de la violencia potencial,  y  los tribunales, para procesar a miles de detenidos, cuenta el historiador Taylor Branch.  Colocaron agentes con instrucciones de apagar el sistema de sonido si los discursos incitaban a la sublevación.  La idea de que la capital sería sitiada por oleadas masivas de afroestadounidenses,  provocó alarma entre la cúpula política  y  los medios tradicionales.
 
El orador principal,  el reverendo Martin Luther King,  era considerado un radical peligroso  y  estaba bajo vigilancia del FBI  de J. Edgar Hoover.  El jefe de inteligencia del FBI,  calificó al reverendo que encabezaba esa marcha como ‘el negro más peligroso para el futuro de esta nación,  desde la perspectiva del comunismo,  de los  negros  y  de la seguridad nacional.  Todos esperaban  un  desorden  masivo.  Pero  ese  día,  cientos  de  miles  -un tercio de ellos blancos,  algo nunca visto–  llegaron pacíficamente a participar de un momento,  del  que  muchos  dicen:  ‘cambió  a  Estados  Unidos...’
 
“King no era peligroso para el país,  sino para el statu quo…  King era peligroso porque no aceptaba en silencio  -ni permitía que un pueblo cansado, aceptara silenciosamente ya-  las cosas como estaban.  Insistió en que todos nos imagináramos  –soñáramos–  lo que podría  y  debería ser”,  escribió Charles Blow,  columnista del New York Times.
 
Es allí,  dicen muchos,  donde se inauguró  lo que se recuerda como los 60’s,  uno de los auges democráticos  (en su sentido real)  más importantes de la historia estadunidense.
 
Hace unos días la cúpula política,  la intelectualidad acomodada  y  los principales medios,  festejaron el  50°  aniversario de aquel acto,  con la versión oficial pulida  y  patriótica,  de la marcha en la que King  ofreció uno de los discursos más famosos de la historia de este país:  ‘Yo tengo un sueño’…
 
Al festejar el aniversario,  se ha debatido sobre el significado de esa marcha  y  el discurso de King,  tanto en su momento,  como hoy día.  Algunos concluyen que  ‘el sueño de King’  está expresado en el hecho de que el primer presidente afroestadounidense,  Barack Obama, ofreció un discurso para celebrar el aniversario en el Monumento a Lincoln,  el mismo lugar donde King ofreció sus históricas palabras hace cinco décadas.  Ahí  (Obama)  habló de los cambios que King promovió,  también reconoció que esa lucha no ha concluido…
 
Aunque nadie disputa los cambios dramáticos  y  los logros en cuanto a la lucha frontal contra la segregación,  tampoco se puede disputar que mucho de lo que dijo King en 1963 tendría que repetirse 50 años después…
 
Hoy día,  hay más hombres negros encarcelados  que esclavos en 1850  (según el trabajo de una extraordinaria investigadora, la académica Michelle Alexander);  varios estados han promovido nuevas medidas  para obstaculizar el acceso de las minorías a las eleccciones;  el desempleo entre afroestadounidenses  es casi el doble  que entre blancos,  casi igual que en 1963;  el número de afroestadounidenses  menores de edad,  que viven en la pobreza,  es casi el triple  que el de los blancos en la misma condición;  uno de cada tres niños afroestadounidenses,  nacidos en 2001,  enfrentan el riesgo de terminar en la cárcel.
 
A la vez,  la desigualdad económica entre pobres  y  ricos ha llegado a su nivel más alto,  desde la gran depresión.  Mientras las empresas reportan ganancias récord,  los ingresos de los trabajadores continúan a la baja.  Más aún,  una de las demandas de la marcha de 1963,  fue un incremento del salario mínimo federal, que hoy se ubica en 7.25 dólares la hora,  lo que es,  en términos reales,  inferior al que prevalecía hace 50 años,  según el Instituto de Política Económica.  Ejemplo de ello fue la protesta de trabajadores de restaurantes de comida rápida en más de 50 ciudades que exigieron el doble de dicho salario,  la semana pasada…
 
Al conmemorar el aniversario,  Obama habló de la brecha económica entre pobres  y  ricos,  pero no asumió la responsabilidad de que durante su presidencia  ésta  sigue ampliándose.  Y  evitó mencionar otras políticas que ha promovido o tolerado -con consecuencias terribles para comunidades minoritarias y/o pobres-  como las deportaciones sin precedente,  de inmigrantes latinoamericanos,  y  el sistema penal más grande  y  tal vez más racista del mundo.
 
Muchos opinan que no es justo comparar a King con Obama,  ya que uno era profeta  y  el otro es sólo un político.
 
Pero la omisión más notable,  durante los elogios al profeta,  por los políticos en estos días -justo cuando la cúpula política estadunidense contempla abiertamente un nuevo ataque militar contra otro país  (Siria)–,   fue cualquier referencia a la guerra.
 
King vinculó cada vez más la lucha de los derechos civiles con la injusticia económica  y,  peor,  con las políticas bélicas de su país. Advirtió en 1967,  que la democracia estadounidense estaba amenazada por el tríada gigantesca del racismo, del consumismo extremo  y  del militarismo.  Y declaró que no podría seguir llamando a sus seguidores a emplear la no-violencia,  sin  condenar las políticas guerreristas de Washington:  “Yo sé que jamás podré elevar la voz contra la violencia de los oprimidos en los guetos,  sin hablar claramente primero,  ante el más grande proveedor de violencia en el mundo hoy en día,  mi propio gobierno...”
 
King,  en su discurso del sueño en 1963,  insistió en que las injusticias se tenían que abordar desde lo que llamó  ‘la feroz urgencia del ahora’.  Cincuenta años después,  ese ahora  es más  urgente  que  nunca.

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