martes, 21 de enero de 2014

La violencia en TV es un negocio

En Venezuela, tradicionalmente, durante las décadas del Pacto de Punto Fijo, la censura era una actividad oficial, los controles sobre los medios los ejercían directamente los funcionarios del gobierno de turno, responsables de conducir la propaganda e información. Ese método era “eficiente” para algunos.

Hasta 1999 la Oficina Central de Información, que dependía directamente de la Presidencia de la República, establecía los parámetros de lo que se publicaba en el gobierno, y del gobierno, en los medios audiovisuales e impresos.

Pero era la censura gubernamental la que definía la línea editorial. Incluso la presencia del propio ministro de Información en los medios antes de la transmisión de los noticieros, para “revisar” el contenido de los mismos, da cuenta del poder de coacción que el Ejecutivo aplicaba para favorecer sus intereses, a través de la difusión de las informaciones.

Hasta 1999, el control sobre los medios estaba muy lejos de ser ejercido por el pueblo, ciudadanas y ciudadanos principales consumidores de los mensajes que se emiten desde esos espacios de poder, especialmente la televisión que es sin duda el medio de mayor penetración en los pueblos del mundo (Venezuela no es la excepción) y que ha despreciado el papel de educar por el entretenimiento, que es rol principal que ejerce.

Este año la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión cumple 10 años de haber sido promulgada y sancionada, y 9 de haber entrado en vigencia (8 de marzo de 2005). Este instrumento revolucionario no sólo permite ejercer la contraloría sino democratizar el espacio radioeléctrico, mostrando las diferentes expresiones culturales, la identidad nacional y la diversidad que existe en el país, entre otros. Sin embargo, pese a las grandes posibilidades que tiene de controlar el contenido de lenguaje, sexo y violencia en los medios, se ha enfrentado con la resistencia de quienes hacen de la violencia un negocio lucrativo.

La ley es muy clara en cuanto a lenguaje, sexo y violencia. Lo es la Constitución y lo son las leyes que condenan la violencia en todas sus expresiones, pero hacerse de la vista gorda es provechoso para algunos.

Hemos insistido que no sólo la inseguridad o criminalidad, es beneficiosa para las empresas privadas que se dedican a “brindar seguridad” a quienes contratan sus servicios. La violencia en su conjunto resulta ser también una industria en los medios, especialmente en la televisión, que es sin duda el medio de mayor influencia.

Estudiosos del proceso de la comunicación en otras latitudes de diferentes tendencias políticas no han dudado en destacar, en numerosas investigaciones, las utilidades económicas que la violencia puede otorgar a las empresas de televisión.

En el pasado reciente, uno de los personajes que hoy día se opone a la contraloría sobre los medios en Venezuela, como es el caso de Marta Colomina, elaboró un extraordinario trabajo como fue “El Huésped Alienante”.

Ese huésped alienante o mago de cara de vidrio, nos muestra cotidianamente como la violencia puede convertirse en un atractivo para el consumidor, desconocido aún como usuario o usuaria del medio, categoría que la llamada Ley Resorte le otorgó a los ciudadanos y ciudadanas, quienes son los afectados o beneficiados por el contenido de los mensajes que emiten los medios.

Abrir o cerrar un noticiero con la sección de sucesos o crímenes, responde a la necesidad de mantener la atención del televidente, e incluso condicionar su opinión sobre el resto de informaciones que recibirá, además de exacerbar el morbo en los televidentes. Esa es la razón por la cual los periódicos eligen la contraportada para las noticias de este tenor, puesto que es con la primera o la última página que ofrecen y venden los diarios, pues los lectores han sido condicionados a recibir e interesarse primero en las noticias amarillistas.

La información en este sentido se presenta para la impresión, pero no se hace un esfuerzo por contextualizarla en la realidad que vive la sociedad y los orígenes que provocan el mal. Mucho menos se ofrecen visiones que pudieran aportar para modificar esa situación.



La juventud, principal víctima

Aunque no se puede negar que el uso del Internet cada día es mayor en la los jóvenes, éste sector es el mayor consumidor de la programación violenta que transmite la televisión. Son éstos en consecuencia, los principales consumidores de los productos que la publicidad ofrece, durante o entre los programas, que usualmente y no por casualidad, son colocados en horarios estelares y por consiguiente cuentan con la mayor sintonía.

Lo que la televisión ofrece durante telenovelas, programas de “concurso”, noticieros, etc., es lo que los cautivos desean poseer. Por ello la industria de la televisión se resiste en renunciar a la violencia como medio para enganchar a los consumidores. Es la razón por la cual los prestadores de servicio, como les califica la ley a dichas empresas, maniobran para incumplir la presencia de la Producción Nacional Independiente que obliga la Ley. Además la falta de un mecanismo que asigne contenido realmente independiente a los canales contribuye con esta situación.

Hoy en día, por fortuna y gracias a la Revolución, la contraloría y procesos sancionatorios a los medios de comunicación dependen de un instrumento legal impulsado por el Comandante Hugo Chávez, quien inició un proceso vanguardista en el país para abrir los espacios de la comunicación al pueblo. Las instituciones y los ciudadanos pueden ejercer ese control sólo si la ley se los permite. No pasa por el chantaje y la violencia política, a la que estaban acostumbradas las empresas de información, medios y periodistas. Lamentablemente la Ley ha sido subestimada e incumplida.

Pero son muchas las expectativas que se derivan de un posible acuerdo entre los prestadores de servicio de televisión y el gobierno bolivariano, que una vez más tiende puentes para generar soluciones a los problemas que sufre el país, como el de la violencia, donde la televisión no está exenta de responsabilidad. Pero el mayor peso de este acuerdo se encuentra en los hombros de quienes han tenido una maravillosa oportunidad de transformar la conciencia del ser humano para bien de sí mismo y de su entorno y la han dilapidado, contribuyendo con una cultura de violencia. Aún hay tiempo de cambiar.

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