En Venezuela, tradicionalmente, durante las décadas del Pacto de Punto
Fijo, la censura era una actividad oficial, los controles sobre los
medios los ejercían directamente los funcionarios del gobierno de turno,
responsables de conducir la propaganda e información. Ese método era
“eficiente” para algunos.
Hasta 1999 la Oficina Central de Información, que dependía directamente
de la Presidencia de la República, establecía los parámetros de lo que
se publicaba en el gobierno, y del gobierno, en los medios audiovisuales
e impresos.
Pero era la censura gubernamental la que definía la línea editorial.
Incluso la presencia del propio ministro de Información en los medios
antes de la transmisión de los noticieros, para “revisar” el contenido
de los mismos, da cuenta del poder de coacción que el Ejecutivo aplicaba
para favorecer sus intereses, a través de la difusión de las
informaciones.
Hasta 1999, el control sobre los medios estaba muy lejos de ser ejercido
por el pueblo, ciudadanas y ciudadanos principales consumidores de los
mensajes que se emiten desde esos espacios de poder, especialmente la
televisión que es sin duda el medio de mayor penetración en los pueblos
del mundo (Venezuela no es la excepción) y que ha despreciado el papel
de educar por el entretenimiento, que es rol principal que ejerce.
Este año la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión cumple
10 años de haber sido promulgada y sancionada, y 9 de haber entrado en
vigencia (8 de marzo de 2005). Este instrumento revolucionario no sólo
permite ejercer la contraloría sino democratizar el espacio
radioeléctrico, mostrando las diferentes expresiones culturales, la
identidad nacional y la diversidad que existe en el país, entre otros.
Sin embargo, pese a las grandes posibilidades que tiene de controlar el
contenido de lenguaje, sexo y violencia en los medios, se ha enfrentado
con la resistencia de quienes hacen de la violencia un negocio
lucrativo.
La ley es muy clara en cuanto a lenguaje, sexo y violencia. Lo es la
Constitución y lo son las leyes que condenan la violencia en todas sus
expresiones, pero hacerse de la vista gorda es provechoso para algunos.
Hemos insistido que no sólo la inseguridad o criminalidad, es
beneficiosa para las empresas privadas que se dedican a “brindar
seguridad” a quienes contratan sus servicios. La violencia en su
conjunto resulta ser también una industria en los medios, especialmente
en la televisión, que es sin duda el medio de mayor influencia.
Estudiosos del proceso de la comunicación en otras latitudes de
diferentes tendencias políticas no han dudado en destacar, en numerosas
investigaciones, las utilidades económicas que la violencia puede
otorgar a las empresas de televisión.
En el pasado reciente, uno de los personajes que hoy día se opone a la
contraloría sobre los medios en Venezuela, como es el caso de Marta
Colomina, elaboró un extraordinario trabajo como fue “El Huésped
Alienante”.
Ese huésped alienante o mago de cara de vidrio, nos muestra
cotidianamente como la violencia puede convertirse en un atractivo para
el consumidor, desconocido aún como usuario o usuaria del medio,
categoría que la llamada Ley Resorte le otorgó a los ciudadanos y
ciudadanas, quienes son los afectados o beneficiados por el contenido de
los mensajes que emiten los medios.
Abrir o cerrar un noticiero con la sección de sucesos o crímenes,
responde a la necesidad de mantener la atención del televidente, e
incluso condicionar su opinión sobre el resto de informaciones que
recibirá, además de exacerbar el morbo en los televidentes. Esa es la
razón por la cual los periódicos eligen la contraportada para las
noticias de este tenor, puesto que es con la primera o la última página
que ofrecen y venden los diarios, pues los lectores han sido
condicionados a recibir e interesarse primero en las noticias
amarillistas.
La información en este sentido se presenta para la impresión, pero no se
hace un esfuerzo por contextualizarla en la realidad que vive la
sociedad y los orígenes que provocan el mal. Mucho menos se ofrecen
visiones que pudieran aportar para modificar esa situación.
La juventud, principal víctima
Aunque no se puede negar que el uso del Internet cada día es mayor en la
los jóvenes, éste sector es el mayor consumidor de la programación
violenta que transmite la televisión. Son éstos en consecuencia, los
principales consumidores de los productos que la publicidad ofrece,
durante o entre los programas, que usualmente y no por casualidad, son
colocados en horarios estelares y por consiguiente cuentan con la mayor
sintonía.
Lo que la televisión ofrece durante telenovelas, programas de
“concurso”, noticieros, etc., es lo que los cautivos desean poseer. Por
ello la industria de la televisión se resiste en renunciar a la
violencia como medio para enganchar a los consumidores. Es la razón por
la cual los prestadores de servicio, como les califica la ley a dichas
empresas, maniobran para incumplir la presencia de la Producción
Nacional Independiente que obliga la Ley. Además la falta de un
mecanismo que asigne contenido realmente independiente a los canales
contribuye con esta situación.
Hoy en día, por fortuna y gracias a la Revolución, la contraloría y
procesos sancionatorios a los medios de comunicación dependen de un
instrumento legal impulsado por el Comandante Hugo Chávez, quien inició
un proceso vanguardista en el país para abrir los espacios de la
comunicación al pueblo. Las instituciones y los ciudadanos pueden
ejercer ese control sólo si la ley se los permite. No pasa por el
chantaje y la violencia política, a la que estaban acostumbradas las
empresas de información, medios y periodistas. Lamentablemente la Ley ha
sido subestimada e incumplida.
Pero son muchas las expectativas que se derivan de un posible acuerdo
entre los prestadores de servicio de televisión y el gobierno
bolivariano, que una vez más tiende puentes para generar soluciones a
los problemas que sufre el país, como el de la violencia, donde la
televisión no está exenta de responsabilidad. Pero el mayor peso de este
acuerdo se encuentra en los hombros de quienes han tenido una
maravillosa oportunidad de transformar la conciencia del ser humano para
bien de sí mismo y de su entorno y la han dilapidado, contribuyendo con
una cultura de violencia. Aún hay tiempo de cambiar.
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