[ Los
Estados Unidos han sido siempre actores en el conflicto colombiano. O, si se prefiere
una frase de Hollywood: “artistas
invitados”. Sólo que se invitaron a sí
mismos. ]
Cuenta
‘The Washington Post’ que la CIA es importante protagonista de las
operaciones militares de contraguerrilla en Colombia. Y el presidente
Juan Manuel Santos y su
ministro de Defensa Juan Carlos Pinzón le quitan hierro a la revelación,
diciendo que es noticia vieja. Sí. Pero
cuando alguien la daba, los presidentes y ministros colombianos del
último
medio siglo la negaban en redondo, llamándola un embuste de
izquierdistas
movidos por un antiamericanismo visceral. El propio Santos, sin ir más
lejos, la negaba no hace mucho, cuando él mismo era ministro de
Defensa. Y se quedaba tan ancho.
La
noticia es tan vieja como el
conflicto armado en Colombia. El asalto
a Marquetalia se dio hace medio siglo con el nombre de Plan Lazo,
adaptación local al idioma español de la
operación Laso (Latin American Security
Operation), diseñada por el Pentágono dentro de su estrategia de
contrainsurgencia continental a principios de los años sesenta, como
respuesta
al mal ejemplo de la revolución cubana. Había
que sofocar la rebelión en su raíz. Y por
eso, bajo el Ministerio de Defensa del general Alberto Ruiz Novoa, casi
recién desembarcado de su participación
desde la jefatura del Batallón Colombia en la guerra anticomunista
norteamericana de Corea, los Estados Unidos contribuyeron al
aplastamiento (fallido)
de los campesinos de Manuel Marulanda, después
llamado Tirofijo, que fueron el embrión de las Farc. Contribuyeron
con dinero, con bombarderos y pilotos, con bombas de napalm. Pero
eso venía de antes.
Desde la Conferencia Panamericana
reunida en Bogotá en 1948, inaugurada en
sangre con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y el Bogotazo del 9 de abril, América Latina estaba incluida en la
estrategia norteamericana de la recién comenzada Guerra Fría mundial. Ya lo había advertido Simón Bolívar más de un
siglo atrás, en una frase suelta pero
desde entonces muy citada por lo certera: “Los Estados Unidos parecen destinados por la
Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad”.
La
noticia es vieja. Lo nuevo es que no tratan de refutarla. Los Estados
Unidos, con su dinero, con sus servicios secretos, con sus armas,
con sus tropas, con sus mercenarios, con sus jueces, y,
naturalmente, con sus embajadores y sus ‘Institutos
Lingüísticos de Verano’ y similares, han sido siempre partícipes,
además de inspiradores, de las guerras civiles colombianas, por lo
menos desde que el embajador William
Harrison, futuro y fugaz presidente de
su país, colaboró en un complot para
asesinar a Bolívar –en nombre, claro
está, de la libertad–. Los Estados Unidos
han sido siempre actores del conflicto colombiano. O, si
se prefiere una frase tomada del cine de Hollywood, “artistas
invitados”. Solo que se invitaron ellos mismos.
El
expresidente Andrés Pastrana dice
que en su gobierno no fue así. El
expresidente Álvaro Uribe dice que en el suyo sí, pero que las
operaciones se hacían “con nombres y equipos nuestros”. El
exministro de Defensa Gabriel Silva lo
respalda: “Los colombianos manejan sus
Fuerzas Armadas de manera soberana”, asegura.
Otra historia cuentan los confidentes
del Washington Post, cuyo informe detalla las etapas de la
intervención. Hubo primero, en tiempos
de Ronald Reagan, un “presidential finding”, o autorización
presidencial secreta, según la cual matar a los jefes de las Farc no
puede ser considerado asesinato pues ‘se
trata de una organización que trafica con droga’, el
nefando pecado contra las leyes del imperio.
Luego,
y sumado a los nueve mil millones de dólares del
Plan Colombia para la lucha antinarcóticos de los presidentes Bill
Clinton y Andrés
Pastrana, un multimillonario
“presupuesto negro” de la CIA para operaciones clandestinas ordenadas
por
George W. Bush y continuadas bajo Barack Obama. Según el diario,
todo lo hacía la CIA:
preparar las bombas “inteligentes” con localizadores satelitales,
recoger información de inteligencia, enseñar métodos de interrogatorio
de
prisioneros o desertores, recopilar bases de datos, diseñar planes
de ataque. Sus comandos en Colombia, dice el diario, llegaron a contar
mil hombres.
La embajada escogía y señalaba los blancos que, previa autorización
de la CIA, debían atacar los aviones colombianos, “en general dejando
tranquilos a los grupos
paramilitares violentos”. El primero fue
el Negro Acacio, Comandante del Frente
16 de las Farc, y siguieron “por lo menos dos docenas de jefes
rebeldes”, entre ellos Raúl Reyes, para matar al cual fue necesario
bombardear territorio del Ecuador.
Al
presidente de ese país, Rafael Correa, la intromisión de la CIA le
parece “gravísima”. A los colombianos no. Por lo visto estamos
acostumbrados al
cipayaje.
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