miércoles, 13 de noviembre de 2013

RESENTIMIENTO (MADE IN VENEZUELA)


LA CLASE MEDIA, MÁS QUE UNA 'CLASE' SOCIAL, ES UN ESTADO MENTAL. PORQUE SER DE CLASE MEDIA NO DEPENDE DE TUS INGRESOS NI DE TU LUGAR DE RESIDENCIA NI DE TU PROFESIÓN. Abarca un amplísimo abanico que va desde La Lagunita Country Club (aunque ellos se nieguen a aceptarlo), pasando por El Cafetal -en propiedad horizontal-, hasta allá arriba en un barrio, donde la gente de La Lagunita y El Cafetal moriría de miedo, porque esa vaina es hurribli, peligrosísima y, por supuesto, 'niche'.

La clase media se nutre de la soberbia de la clase alta a la que, sin mucho éxito, intenta emular. De la soberbia viene ese mirar pa’bajo a cualquiera que consideren menos que ellos. La misma soberbia que no les permite verse como lo que son… sino como lo que creen ser.

En una especie de Tongo le dio a Borondongo, una señora de La Lagunita mira feo a otra de El Cafetal, mientras el esposo de esta última -gerente de una empresa-, vela por los intereses del dueño, y no por los de los empleados que comparten nómina con él, como por ejemplo la secretaria que le trae el café cada día y que, por trabajar en espacios con aire acondicionado, mira feo al vigilante, que ya prácticamente no tiene a nadie a quien despreciar.

Una cadena de miradas feas que, por ver hacia abajo, no notan que desde lo más alto de esa escala, alguien -de tanto desprecio-, ni siquiera los mira.

Porque al final, si la señora de El Cafetal y su marido gerente terminan viviendo en La Lagunita, pues, si tienen el dinero, bienvenidos sean. Lo mismo si la secretaria termina en El Cafetal. Abundan los casos de esos que los oligarcas rancios del ‘Caracas Country Club’ llaman con grima ”nuevos ricos”. Lo que los aspirantes a oligarcas no entienden es que allá arribota, el asunto no es el dinero sino el abolengo, y ese, como el cariño verdadero, ni se compra ni se vende.

Y cuando digo estas cosas, con los pelos del burro en la mano, no las digo para ofender sino para ubicar. Pero, sordos de soberbia, me escupen furiosos una única palabra que esgrimen a modo de argumento en defensa de su virtud: ¡Resentida! -Me dicen-, y lo hacen con tal resentimiento…(!) Creen que uno las dice, no por conocerlas de primera mano, sino por la rabia que debe producir el querer ser algo que uno nunca llegará a ser. Y es precisamente ese resentimiento su más íntima tragedia.

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