Clara,
la de la vida oscura, despierta con rabia como cada mañana desde hace
catorce años. La misma rabia con la que se durmió sigue ahí cuando se
levanta. Desayuna con rabia y All Bran. Rabiosa despierta a los niños,
les da dos besos y los lleva al colegio . Rabiosa se toma un café con
las amigas antes de ir al yoga que no le quita la rabia. Hirviendo de
rabia recorre las tiendas y se prueba un traje de baño con el que se
tongoneará rabiosa el sábado por el club.
La
rabia es la causante de esa arruga profunda que le apareció entre ceja y
ceja y que con rabia se mando quitar con un pinchazo de Botox. La rabia
es abono para sus canas. Clara, rabiosa, a sus cuarenta y dos años, se
pone vieja en la flor de la vida porque la rabia marchita y eso le da
más rabia todavía.
Temblando
de rabia compró con su marido un apartamento en Margarita. Rabiosa
cambió de camioneta, ooootra vez, este año. Con rabia salió de
vacaciones en agosto. Cancún, Miami, Orlando, Miami, Caracas… ¡Qué rabia
Caracas!. Con rabia cuenta los días para irse en Navidad. El invierno
neoyorkino no enfriará su rabia. Ni Brodway, ni la 5ta Avenida, ni el
año nuevo en Times Square.
Pero
antes de partir a rabiar al Norte, recuerda rabiosa que tiene que
votar… “para nada, para que nos roben otra vez.” -Dice furiosa, porque
la rabia se torna en furia cada vez que tiene que votar y cuando pierde,
como cada vez que vota, la rabia tornada en furia desemboca en
arrechera.
Todos
duermen en casa menos Clara y la televisión. Insomnio. Furiosa baja a
la cocina. Bate las puertas de sus gabinetes italianos hasta que
encuentra a su cacerola abollada, maltrecha, sin brillo, como la mirada
rabiosa de Clara pero sin Botox.
Clara
sonríe con una mueca atrofiada por la rabia imaginando el insomnio de
su vecina chavista cuando la vuelva a cacerolear. ¡Placa-tlaca-klaca,
plin! -Ríe Clara con su risa oxidada por falta de uso. Pobrecita, con
tantas razones, todas las razones del mundo para reír, no ríe sino de
rabia.
Clara
cultiva la rabia como expresión política. En su mundo la felicidad es
síntoma inequívoco de chavismo, una ridiculez merecedora de un
estruendoso cacerolazo. Clara, la de la vida oscura, mira su reflejo en
su cacerola abollada y opta por refugiarse en su rabieta.
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