martes, 19 de noviembre de 2013

¡Qué pena con Amancio!



Carola Chávez: ¡Qué pena con Amancio!
“¡Van contra Zara los chavistas marginales!”, tuiteaban desde el sector más disociado de la oposición. El gobierno chavista había metido el dedo en la más dolorosa llaga: sus símbolos de estatus, y con una sombra de igualdad caótica amenaza con derrumbar una estructura fundamental de su existencia clasemediera: la distinción.
Con más miedo que rabia y con una originalidad deslumbrante, decía una muchacha llamada Maryelys: “El mono, aunque se vista de Zara, mono se queda”. Entonces, como en Twitter la gente cuelga sus fotos, me metí a jurungar las suyas. Con tristeza vi a una morenita de pelos domados por la tenacidad de una plancha, de esas que uno ve en cualquier calle, en cualquier autobús o en el Metro. Esa muchacha escupía la rabia que, más al este del Este, le escupen a ella otras muchachas que se creen todavía más blanquitas.
Y es que la gente como Maryelys siente que al cubrirse de Zara entierran su origen. Ellos necesitan que haya pobres para no parecerlo tanto. Zara al alcance de todos, diría Maricori, los iguala para abajo.
Otros auguraban un colapso económico si Zara cerraba sus tiendas en Venezuela. Defensores del derecho a especular pero dar empleo de Amancio Ortega, dueño de Zara y, peor, uno de los tres hombres más ricos del mundo, o sea, ¡qué pena con ese señor!, ¡qué imagen damos al mundo!
Pocas veces vi un estallido de clasismo tan descarnado, tan impúdico, tan autodenigrante, todo por una marca de ropa barata que un rico les vendió a precio de estafa, un símbolo de estatus de pacotilla para sus vidas de ídem.
Y es que los símbolos de estatus son sagrados, claro, hasta que pasan de moda. Por eso, en lugar de enfurecerse con Amancio, se ponen de su lado cual si fuesen sus mismísimos herederos. Es que ellos son Zara porque sin Zara ellos creen que no son nada.
“Si Zara se va de Venezuela, yo me iría demasiado”, fue el clamor de estos desorientados. Pues no hagan las maletas, muchachones, porque un zorro como Amancio Ortega jamás se iría de un país cuya gente tiene el poder adquisitivo para vaciar el inventario de todas sus tiendas en un solo día.
Amancio perdiendo gana, y gana a costa de los bolsillos de quienes creen que vistiendo su marca se parecen más a Amancio y menos a quienes realmente son.

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