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Mi
papá me dijo una vez que para nosotros, tan clase media, era más fácil
ser antichavistas. Lo escuché con atención, como siempre, y como
siempre, intercambiamos una mirada que lo dijo todo: "¿Quién dijo miedo?
¡Viva Chávez, carajo!"
La
presión social, el elemento de cohesión más importante de la clase
media, es una forma de represión brutal. Ella te dice cómo vestir, cómo
hablar y con quién, qué comer, qué estudiar, dónde... Determina por tí
conceptos tan íntimos como la felicidad y el amor. Te impone un camino
al "éxito" empedrado con prejuicios disfrazados de valores. La cobardía
es rectitud moral. Cuestionar, diferir, pensar con cabeza propia, son
pecados capitales castigados con la valiente cayapa del rechazo, el
insulto, el olvido colectivo.
Con
la llegada de Chávez, estos viles mecanismos de autopreservación de
clase apretaron sus tuercas. El chavismo, esa "merienda de negros" que
para ellos supone la justicia social, es un atentado. Ser chavista en el
este del Este es una traición.
Y
las tuercas no dejan de apretarse. No basta ser opositor sino que hay
que declararse públicamente en línea. Pase lo que pase, haga lo que haga
una dirigencia capaz de las más peligrosas locuras, los amigos clase
media tienen que justificarlo pegando argumentos con moco y olvido.
Tal
es la presión, que los he visto ceder la razón a la locura. Los he
escuchado repetir mil veces que ellos no estuvieron de acuerdo con el
Golpe de Abril ni con el sabotaje petrolero, pero votan siempre por sus
principales protagonistas. Unos ayer temían a los planes de Leopoldo y
hoy, una semana después, son fervientes defensores de las agresiones
leopolderas que, según les dijeron, no son agresiones sino "derecho a la
protesta pacífica" -con chopos, con piedras, con daños a la propiedad
pública y privada, con agresiones físicas y amenazas-. Los he visto
vociferar contra las cebollas carísimas y la falta de harina, pero ni
pío sobre el acaparamiento y la especulación a las que nos someten los
"comerciantes" desalmados.
Los
he visto en el esplendor de su incoherencia y no sé si en verdad, como
decía mi papá, sea más fácil esa autocastración del criterio a cambio de
amigos, parientes, trabajo, seguidores en Twitter y mediocridad.
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