martes, 6 de agosto de 2013

Turismo despotricante



Uno de las actividades favoritas de ciertos viajeros venezolanos es despotricar de su país. Pululan en los aeropuertos, cargados de maletas, vestidos de estreno, todo carísimo, con sus niños abrazados a gigantescos  peluches, no les falta nada -material-, en todo caso les sobra, pero su mirada sedienta busca algo más, sus ojos inquietos no descansan hasta detectar su objetivo: un extranjero con quien conversar.
Como quien no quiere la cosa se arriman al incauto y le preguntan, siempre en inglés, si esa silla está vacía, el incauto responde en perfecto español que cómo no. Feliz se sienta el viajero, bloqueando el pasillo con bolsas, mochilas, el peluche del muchachito y busca conversación.
¿De dónde es usted? -Pregunta salivante, sin importarle de dónde sea, porque su conversación ya está trazada y nada ni nadie desviará a nuestro viajero de su extraño objetivo.
¡Ahhh! -interrumpe "hermoso país el suyo, eso sí que es un país, no como mi pobre Venezuela..." -Frunce la cara y se desboca en su perorata autodenigrante. "Aquello da vergüenza -suspira complacido- un país tan bello, tan rico, con tanto potencial y fíjese usted cómo lo tienen, hecho pedazos, arruinado... Y es que la gente ¡ay la gente!, porque ese el es problema de mi Venezuela: el venezolano -así, en una ajena tercera persona-, son el resultado de una mala mezcla de razas: heredaron la flojera del indio, el desorden del negro y poco aprendieron del laborioso europeo, eso es innegable, la mala madera con que están hechos, así que estamos condenados porque es la gente es la que hace a los países grandes... así como su país... ¿De dónde me dijo que era?...
No importa de dónde sea el mudo interlocutor, siempre será de un país mejor. Es que nuestro viajero despotricante ha viajado y sabe. Ha visto hermosos aeropuertos, fabulosas avenidas, magníficos centros comerciales, hasta hizo el tour por las casas de los ricos y famosos, lo que le permite hoy emitir juicios inapelables sustentados en su óptica de turista -never mochilero-.

Y así despotricando regresa, a casa, porque tiene casa; al trabajo, porque porque tiene trabajo; a preparar su viaje decembrino, porque tiene dinero para viajar. Regresa nuestro viajero hundido en su depresión post vacacional.

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