Parafraseo al Che: «Cuando la miseria se hace cotidiana es la
contrarrevolución». La frase original del Che es: «Cuando lo
extraordinario se hace cotidiano es la revolución». Enseñó también que
la revolución debe ir uno o dos pasos delante del caos. Rosa Luxemburgo
enunció: «Socialismo o barbarie».
El ser humano es propincuo a la tragedia, pues no solo la vive sino que la representa en teatro, poesía, ópera, pintura, escultura, cine, novela, música, telenovela, radio, prensa. Por suerte es rara, tanto que merece el privilegio del simulacro. Prometeo encadenado, ¡mi reino por un caballo!, el terremoto de 8,2.
La guerra y su variante ruin de la guarimba vuelven rutinaria la miseria. «La mataron al franquear una guarimba» es suceso tan manido que ya ni nos detiene. Pronto ignoraremos que quemen vivos a 89 bebés. El Imperio quiere curtirnos en la atrocidad que nos impone. «La banalidad del mal», sostenía Hannah Arendt. Un guarimbero se mata torpemente con un mortero casero. Otro se electrocuta desmañadamente. Una guaya demoníaca nos degüella. No llegan alimentos porque quienes protestan por la escasez queman camiones de comida. Tienes que dormir fuera de casa porque quienes protegen la propiedad privada no te dejan llegar a descansar a tu propiedad privada. En nombre de la libertad violan tu derecho constitucional al libre tránsito. «Basta ya de mentes estólidas», cantaba Alí. Tanta imbecilidad deprime.
¿Fueron infiltrados-colectivos-tupamaros quienes rompieron los dientes a Winston Vallenilla? Eres libre de opinar eso, pero recuerda que es imprescindible una imbecilidad bien estricta, que un poquito más y te mueres en un soponcio de desidia cerebral.
Los noticiarios ofuscaban a Mafalda: guerras, invasiones, golpes (suaves y de los otros), huelgas, manifestaciones (reprimidas o de las otras), cleptómana política, planta nuclear desmoñada, empresarios aviesos. Solo rompe la monotonía el avión malasio que al escribir esto no se sabe qué truculencia le pasó y nos autoriza a las sospechas más atroces.
Volviendo a nuestros terroristas (de acuerdo, Pérez Pirela, son terroristas, guarimberos terroristas), diré como dijo Rubén Osorio Canales de la Guerra del Vietnam: «¿Acabará algún día tristeza tanta?». Pronto, sí.
El ser humano es propincuo a la tragedia, pues no solo la vive sino que la representa en teatro, poesía, ópera, pintura, escultura, cine, novela, música, telenovela, radio, prensa. Por suerte es rara, tanto que merece el privilegio del simulacro. Prometeo encadenado, ¡mi reino por un caballo!, el terremoto de 8,2.
La guerra y su variante ruin de la guarimba vuelven rutinaria la miseria. «La mataron al franquear una guarimba» es suceso tan manido que ya ni nos detiene. Pronto ignoraremos que quemen vivos a 89 bebés. El Imperio quiere curtirnos en la atrocidad que nos impone. «La banalidad del mal», sostenía Hannah Arendt. Un guarimbero se mata torpemente con un mortero casero. Otro se electrocuta desmañadamente. Una guaya demoníaca nos degüella. No llegan alimentos porque quienes protestan por la escasez queman camiones de comida. Tienes que dormir fuera de casa porque quienes protegen la propiedad privada no te dejan llegar a descansar a tu propiedad privada. En nombre de la libertad violan tu derecho constitucional al libre tránsito. «Basta ya de mentes estólidas», cantaba Alí. Tanta imbecilidad deprime.
¿Fueron infiltrados-colectivos-tupamaros quienes rompieron los dientes a Winston Vallenilla? Eres libre de opinar eso, pero recuerda que es imprescindible una imbecilidad bien estricta, que un poquito más y te mueres en un soponcio de desidia cerebral.
Los noticiarios ofuscaban a Mafalda: guerras, invasiones, golpes (suaves y de los otros), huelgas, manifestaciones (reprimidas o de las otras), cleptómana política, planta nuclear desmoñada, empresarios aviesos. Solo rompe la monotonía el avión malasio que al escribir esto no se sabe qué truculencia le pasó y nos autoriza a las sospechas más atroces.
Volviendo a nuestros terroristas (de acuerdo, Pérez Pirela, son terroristas, guarimberos terroristas), diré como dijo Rubén Osorio Canales de la Guerra del Vietnam: «¿Acabará algún día tristeza tanta?». Pronto, sí.
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