Durante
las últimas tres semanas la paz reinó en mi calle, la misma calle donde
en abril del año pasado algunos vecinos cacerolearon durante días. La
misma calle que solo servía para llegar a casa, donde vivíamos cada
quien detrás de su muro, donde los niños morían de aburrimiento porque
no tenían amiguitos con quiénes jugar.
Después
de años de no encontrarnos más allá de un saludo, esta navidad, los
fuegos artificiales que lanzaba un vecino con sus hijos nos hicieron
salir a todos y terminamos la noche compartiendo la alegría de nuestros
niños que descargaban la ansiedad de la espera dando carreras por una
calle que ya nunca estaría vacía.
Desde
entonces la calle es de todos. Cada tarde, salimos a encontrarnos
papás, mamás y nuestro montón de muchachitos con bicis, patinetas,
muñecas, perros, pelotas. Allí nos descubrimos mirando a nuestros hijos
con los mismos ojos, con las mismas preocupaciones, con las mismas
esperanzas. Nos encontramos sintiendo todos el mismo dolor por la
rodillita raspada del niño que se cae. Encontramos la confianza, el
respeto, el cariño en la certeza de que esos niños son de todos.
Durante
las casi tres semanas de guarimbas lejanas, escasas, que habrían en
otros tiempos destrozado la alegría que a diario vivimos, nosotros, los
vecinos ahora amigos, celebramos cuatro cumpleaños en plena calle, con
mesita con torta, tostones y papitas en la acera. Todos juntos
preservando la alegría, la paz que queremos para nuestras vidas, pero
sobre todo para nuestros niños.
Esta
vez no hubo cacerolas, esta vez nuestras diferencias políticas no
fueron mayores que nuestras coincidencias: el rechazo a la insensatez
que pretende acabar con la paz cotidiana de todos. El rechazo a la
violencia, el clamor que exige que todo aquel, sea quien sea, que haya
amenazado la paz de nuestras calles, de nuestras vidas, rinda cuentas
ante la justicia. El deseo profundo de que la paz de nuestra calle
contagie a otras calles borrando barricadas, humo de cauchos quemados y
gases. El temor a lo contrario: que todo ese odio que no es nuestro, que
esa locura de unos pocos, terminara arrasando la paz de nuestra calle. Y
el firme compromiso de no dejar que eso suceda.
Encontramos la paz en nuestro niños y por ellos la preservamos.
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