a”
Acaba
de publicar una obra cuyo título lo dice todo: Hacia una teoría general
sobre los hijos de puta, en la que se plantea una pregunta que nos
hacemos diariamente: ¿por qué surgen tipos que se dedican a jodernos la
existencia? Con el científico que escribió este libro, tuvimos la
siguiente charla.
En el estudio de su casa tiene colgado un banderín de Argentina 78, Mundial de futbol que no pudo presenciar en vivo porque, como bien dice, “de encontrarme en ese entonces en mi país, hubiera tenido que salir corriendo por la chimenea”. A Marcelino Cereijido, experto en fisiología celular y molecular, investigador emérito del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del IPN, y autor de numerosos libros sobre ciencia, una hijoputez lo llevó al exilio.
Si Dios existiera tal vez no habría tanta hijoputez.
Ya lo decía Landrú, un humorista argentino: “Si Bolivia estuviera rodeada de agua, sería una isla”. Sin embargo, para la ciencia Dios no existe. Nadie lo ha demostrado. Y mientras no se demuestre es una patraña que hunde a pueblos enteros en el infortunio y el tercermundismo.
¿El hijo de puta nace o se hace?
Se van fabricando las circunstancias. También es verdad que si el sistema es hijo de puta, todo es más fácil.
¿Por ejemplo?
En el siglo pasado los mexicanos le cantaban de manera apasionada y romántica a la mujer, pero no la dejaban votar. Eso fue una hijoputez, por más arrobador que resultara el bolero. Y si se queman varios niños en una guardería de Hermosillo y no encuentran a los culpables, alguien está en complicidad con ciertos hijos de puta. Tenemos el caso de cómo les chicanean las indemnizaciones a los familiares de los mineros muertos en Pasta de Conchos o la aparición de un góber precioso.
Hijoputeces sobran…
Mi libro no es un directorio telefónico de hijos de puta. ¡Nunca acabaría! Lo que quiero es tratar de entender qué hay en el ser humano que lo lleva a cometer maldades. ¿Qué tienen las circunstancias? ¿Cómo son? ¿Acaso es insólito el tema?
Me llama la atención que un científico esté interesado en la maldad…
Hace muchos años salí de Argentina, porque el clero tenía el suficiente poder para convencer a los militares de perpetrar toda clase de crímenes y genocidios, de robar chicos, de torturar y violar a las mujeres. Ésa podría ser la semilla que germinó en mí para que me dedicara a estudiar el tema.
¿Y qué descubrió con su libro?
Que la profesión más antigua del mundo no es la de prostituta, sino la de proxeneta. En Indonesia, una prostituta puede tener seis años de edad, porque la vendieron sus papás. En la especie humana, el macho siempre ha abusado de la mujer. El dimorfismo sexual ha generado gran parte de la hijoputez.
¿Qué piensa cuando lee en los periódicos acerca de otro descabezado?
Todavía no tengo una explicación. Cualquiera de nosotros puede ser un hijo de puta, desde el vendedor de frutas, el sastre o el que maneja una pesera. Incluso, una señora mayor como La Mataviejitas. La neurobiología ha encontrado núcleos que tienen que ver con la agresividad, con portarse del carajo, reacciones mentales que nos llevan a ser hijos de puta.
¿Está en nuestro ADN?
No existe un gen para ser hijo de puta. Es como si dijera que a la orquesta Sinfónica de la UNAM, con sólo apretarle un botón, toca la Quinta Sinfonía de Beethoven, y al oprimir otra tecla interpreta el Huapango de Moncayo. Hay que ver cuál es la partitura.
¿Usted escapa al prototipo del científico?
Lo que pasa es que la divulgación científica nos pinta a los científicos como verdaderos pendejos: con los pelos parados, la voz de pito y el rostro de sabios del siglo XIX. Eso no ayuda. El presidente de México debe vernos igual, ya le oigo decir: “¿Cómo voy a apoyar a esta bola de payasos? Si acá tenemos problemas más serios. Mejor que digan los científicos cómo hacerle para que los niños coman alguna proteína”.
En los años de gloria del PRI había un dicho: “El que no transa, no avanza”.
Si llego a escribir un libro sobre las leyes de la hijoputez, un capítulo se llamará así: “El que no transa, no avanza”. Pero ahora, ¡discúlpeme!, me tengo que ir al laboratorio. No quiero que digan en mi trabajo: “¡Pero qué hijo de puta este Cereijido! Habla mucho, pero no trabaja”.
Óscar Jiménez Manríquez
Milenium
En el estudio de su casa tiene colgado un banderín de Argentina 78, Mundial de futbol que no pudo presenciar en vivo porque, como bien dice, “de encontrarme en ese entonces en mi país, hubiera tenido que salir corriendo por la chimenea”. A Marcelino Cereijido, experto en fisiología celular y molecular, investigador emérito del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del IPN, y autor de numerosos libros sobre ciencia, una hijoputez lo llevó al exilio.
Si Dios existiera tal vez no habría tanta hijoputez.
Ya lo decía Landrú, un humorista argentino: “Si Bolivia estuviera rodeada de agua, sería una isla”. Sin embargo, para la ciencia Dios no existe. Nadie lo ha demostrado. Y mientras no se demuestre es una patraña que hunde a pueblos enteros en el infortunio y el tercermundismo.
¿El hijo de puta nace o se hace?
Se van fabricando las circunstancias. También es verdad que si el sistema es hijo de puta, todo es más fácil.
¿Por ejemplo?
En el siglo pasado los mexicanos le cantaban de manera apasionada y romántica a la mujer, pero no la dejaban votar. Eso fue una hijoputez, por más arrobador que resultara el bolero. Y si se queman varios niños en una guardería de Hermosillo y no encuentran a los culpables, alguien está en complicidad con ciertos hijos de puta. Tenemos el caso de cómo les chicanean las indemnizaciones a los familiares de los mineros muertos en Pasta de Conchos o la aparición de un góber precioso.
Hijoputeces sobran…
Mi libro no es un directorio telefónico de hijos de puta. ¡Nunca acabaría! Lo que quiero es tratar de entender qué hay en el ser humano que lo lleva a cometer maldades. ¿Qué tienen las circunstancias? ¿Cómo son? ¿Acaso es insólito el tema?
Me llama la atención que un científico esté interesado en la maldad…
Hace muchos años salí de Argentina, porque el clero tenía el suficiente poder para convencer a los militares de perpetrar toda clase de crímenes y genocidios, de robar chicos, de torturar y violar a las mujeres. Ésa podría ser la semilla que germinó en mí para que me dedicara a estudiar el tema.
¿Y qué descubrió con su libro?
Que la profesión más antigua del mundo no es la de prostituta, sino la de proxeneta. En Indonesia, una prostituta puede tener seis años de edad, porque la vendieron sus papás. En la especie humana, el macho siempre ha abusado de la mujer. El dimorfismo sexual ha generado gran parte de la hijoputez.
¿Qué piensa cuando lee en los periódicos acerca de otro descabezado?
Todavía no tengo una explicación. Cualquiera de nosotros puede ser un hijo de puta, desde el vendedor de frutas, el sastre o el que maneja una pesera. Incluso, una señora mayor como La Mataviejitas. La neurobiología ha encontrado núcleos que tienen que ver con la agresividad, con portarse del carajo, reacciones mentales que nos llevan a ser hijos de puta.
¿Está en nuestro ADN?
No existe un gen para ser hijo de puta. Es como si dijera que a la orquesta Sinfónica de la UNAM, con sólo apretarle un botón, toca la Quinta Sinfonía de Beethoven, y al oprimir otra tecla interpreta el Huapango de Moncayo. Hay que ver cuál es la partitura.
¿Usted escapa al prototipo del científico?
Lo que pasa es que la divulgación científica nos pinta a los científicos como verdaderos pendejos: con los pelos parados, la voz de pito y el rostro de sabios del siglo XIX. Eso no ayuda. El presidente de México debe vernos igual, ya le oigo decir: “¿Cómo voy a apoyar a esta bola de payasos? Si acá tenemos problemas más serios. Mejor que digan los científicos cómo hacerle para que los niños coman alguna proteína”.
En los años de gloria del PRI había un dicho: “El que no transa, no avanza”.
Si llego a escribir un libro sobre las leyes de la hijoputez, un capítulo se llamará así: “El que no transa, no avanza”. Pero ahora, ¡discúlpeme!, me tengo que ir al laboratorio. No quiero que digan en mi trabajo: “¡Pero qué hijo de puta este Cereijido! Habla mucho, pero no trabaja”.
Óscar Jiménez Manríquez
Milenium
MARCELINO CEREIJIDO
Hacia una teoría general sobre los hijos de puta.
A
los diecisiete años de edad ingresé en la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires porque quería conocer el fenómeno de la
vida, la muerte y todo lo que ocurre entre ambos extremos, y
convertirme de paso en un médico tan útil, respetable y próspero
como el que atendía su consultorio a una cuadra de casa. Pero el
encuentro con grandes científicos durante mi carrera torcieron mi
destino y, si bien me gradué de médico y luego de doctor en
medicina, salí convertido en un investigador científico, profesión que
me valió la cárcel, la cesantía, el exilio, la dispersión de mi
familia, la pérdida de parte de mi biblioteca. Eso me condena a
vivir tratando de entender por qué una Argentina que me había formado
gratuitamente, otorgado títulos, becas y premios se encarniza así
con la ciencia y los científicos, al punto que cuando escribí el
libro La Nuca de Houssay (1),le puse la siguiente dedicatoria:
A
mis paisanos argentinos que comieron del árbol del conocimiento,
fueron arrojados del Edén, y hoy tratan de ser felices en esa
enorme provincia Argentina de Ultramar en la que encontraron por
fin trabajo y respeto.
Lo
primero que hice para discernir las tinieblas fue, por supuesto,
recurrir a cuanta enciclopedia, ensayo y conferencia sobre la
ciencia tuve a mi alcance. Pero no me sirvieron porque están
atontados por lo que hoy llamo la “versión ortodoxa de la ciencia”.
LA VERSIÓN ORTODOXA DE LA CIENCIA
Es
una versión que da por sentado que la ciencia es una aventura de la
razón comenzada hace unos tres milenios por babilonios, egipcios y
griegos. Eso es, en sí, más que error es una antigualla que se viene
arrastrando porque la gente que escribe textos para enseñanza suele
copiar libros anteriores, pues el actor principal es el inconsciente.
Ese inconsciente guarda en su memoria todo lo que sabemos, pero todavía
no tenemos la más remota idea de cómo recuerda onomásticos, nombres de
personas y lugares, aromas, melodías, voces queridas, horrores y
entusiasmos. Peor aún, todavía ignoramos cómo hace para generar nuevas
ideas, de qué manera recuerda estos datos, olvida aquellos otros, cómo
pone en juego metáforas y metonimias hasta que de pronto genera el
embrión de una hipótesis, una sinfonía, escultura, personaje literario,
y entonces sí, nuestra razón y nuestra consciencia pueden ya comenzar a
trabajar con dicho material surgido de profundidades que aun estamos
lejos de entender.
La
versión ortodoxa es irremisiblemente creacionista. Se comprende que los
padres de la ciencia de hace tres a cinco siglos hayan sido
creacionistas, pues pertenecían a culturas cuyos conocimientos estaban
tan alejados de cómo es y por qué existe el universo, las flores, los
pájaros, el ser humano, que no podían menos que atribuirlos a la obra de
un Dios, tal como lo leían en La Biblia, en la que ellos creían a pie
juntillas. En cambio, seguir hoy con dicha creencia es por lo menos un
despropósito, pues la versión ortodoxa desconoce que para cuando
aparecieron babilonios, egipcios y griegos, estos ya venían dotados de
un cerebro forjado a través de millones de años de Evolución, y que
tenía entre otras las siguientes propiedades, todas ellas
imprescindibles, para hacer ciencia:
1)
Sabía forjar en su mente modelos dinámicos de la realidad, con los
cuales hace funcionar en su propia cabeza una representación de la
realidad- de ahí- afuera y escoge las alternativas más promisorias para
actuar en el mundo.
2) Tenía una fabulosa memoria con estratos de distinto grado de accesibilidad, en la que…
3) … sólo guardaba información significativa. En lugar de extenderme en
explicaciones, aconsejo la lectura del cuento “Funes el Memorioso” de
Jorge Luís Borges, en la que el personaje Ireneo Funes carece de esta
propiedad, no selecciona lo que habrá de recordar, sino que capta y
recuerda todo, independientemente de que se trate de información
valiosa o trivialidades como las volutas del agua agitada por un remo o
el número y posición de las hojas de los árboles de un bosque en una
tarde de hace muchos años. Le ponía un día en recordar un día.
Elocuentemente, Borges no hizo de Funes una persona inteligente. Miles
de años antes de que aparecieran babilonios, egipcios y griegos el
cerebro del Homo sapiens ya sabía cómo evitar anegarse de
intrascendencias.
4)
Aquel cerebro también sabía generar un sentido temporal, con el que,
además de construir modelos mentales dinámicos de la realidad presente,
podía recordar e interpretar un pasado y predecir un futuro.
5) Sabía generar lenguajes.
6)
Era creyente. Dado que la especie humana venía haciendo del conocer su
herramienta para sobrevivir, otorgaba una clara ventaja incorporar no
solamente lo que cada individuo iba observando y aprendiendo, sino
también lo visto y aprendido por toda la sociedad, incluyendo
generaciones pretéritas. Yo por ejemplo no conocí a Tutankamón, César,
ni a Galileo ni estuve presente en la Revolución Francesa, pero los
tengo incorporados a mi patrimonio cognitivo gracias a que me lo
transmitieron la crianza y la educación. Para el caso, tampoco inventé
el castellano, sino que “se lo creí” a mis padres, y pude así
comunicarme con otros niños, que también se lo habían estado creyendo a
sus progenitores y maestros.
VERSIÓN PERSONAL DE LA CIENCIA
Si necesitaba entender por qué me había “desviado” de médico de barrio a
científico, y por qué mi patria, la Argentina, destruía
sistemáticamente su aparato educativo desde el jardín de infantes a su
ciencia, la “versión ortodoxa” no me servía. Comencé a forjar entonces
otra para uso personal, con la entera libertad de quien sólo piensa
utilizarla para sí mismo. Paso a bosquejársela.
Todo
o rganismo sobrevive sí y sólo sí es capaz de interpretar
eficientemente la realidad que habita. Si una babosa, tan simple que
carece de cerebro, no pudiera interpretar que hacia la izquierda se han
agotado los nutrientes, y que en cambio estos abundan hacia la derecha
y le conviene dirigirse hacia ese lado, sería demasiado tonta como para
sobrevivir como babosa. Importa relativamente poco que esta
interpretación sea consciente o inconsciente. La consciencia es una
recién llegada al planeta. No tiene ni 50 mil años, o sea “nada” en una
vida que lleva como digo unos 3.700 millones de años de evolución. La
estructura y función de la vida, su apabullante diversidad y la misma
producción de la especie Homo sapiens, son productos inconscientes (2).
Humphry Davy habrá pasado a la historia porque en 1808 descubrió el
calcio; pero es bueno tener en cuenta que un bebé de dos años en cuyo
cuerpo comience a escasear dicho elemento, detectará la carencia,
recurrirá a comer revoque de las paredes -que contiene calcio- y así
evitará enfermarse. La historia tiene registrado cómo hizo Davy para
saber que la realidad contiene calcio, pero aún desconoce cómo hace un
bebé para interpretar y resolver su necesidad de calcio.
Por
supuesto, ya dotado de una conciencia, el Homo sapiens la incorpora a
su instrumental para interpretar la realidad. En un comienzo habrá
advertido que si bien podía tomar un guijarro, le era difícil atrapar
en cambio una rana o un pájaro, porque estos tienen motu proprio y
escapan; supuso que eso se debe a que estos tienen ánima y los catalogó
como animales. Pero aquella taxonomía animista fue luego superada en
etapas politeístas, cuando el ser humano pasó a suponer que todo lo
marítimo era regido por Poseidón, el cielo por Urano, el Amor por Eros.
Luego, el paso a los monoteísmos requirió una verdadera hazaña
intelectual.
En un politeísmo los dioses pueden discrepar; en cambio en un
monoteísmo el único dios no puede tener contradicciones. El acceso a
los monoteísmos dependió entonces del inventar ni más ni menos que la
coherencia de Dios, que fue más tarde un elemento fundamental en la
transición hacia la manera científica de interpretar la realidad, pues
la ciencia no es un amontonamiento de saberes discordantes, sino que
estos se hallan sistematizados, al punto que Pascal la comparaba “… al
cerebro de una sola persona que aprendiera continua e indefinidamente”.
Puestas
así las cosas, la ciencia no es para mi otra cosa que una etapa –la
última por ahora- de las maneras humanas de interpretar la realidad en
que vivimos, y consiste en hacerlo sin recurrir a milagros,
revelaciones, dogmas ni al Principio de Autoridad, por el cual algo es
verdad o mentira dependiendo de quién lo diga: La Biblia, el papa, el
rey, el padre. Fue producida por personas que acaso sólo apelaban a la
manera científica de interpretar cuando estaban enfrascadas en sus
investigaciones de la realidad que habían escogido estudiar (montañas,
estrellas, plantas, enfermedades), pero que podían seguir siendo
profundamente religiosas en su esfera personal.
Considero
superfluo aclarar que, dado el eje temático de esta presentación, me
concentraré exclusivamente en los aspectos cognitivos de las
concepciones religiosas, pero no desconozco que las religiones, cuya
evolución llevó a la ciencia moderna, tienen además poderosos
componentes, entre los que destacan los emotivos.
EL CONCEPTO DE CIENCIA ESTÁ LLENO DE MALOS ENTENDIDOS
La
manera de interpretar la realidad a la manera científica no tiene
siquiera medio milenio de existencia, es decir, es mucho más joven
incluso que la palabra “ciencia”, circunstancia que hace que hoy el
concepto de “ciencia moderna” esté cargado de malos entendidos. Este no
es el lugar de aclararlos (3), (4), pero así y todo necesito referirme a
alguno de ellos, porque me ayudarán a tratar luego el analfabetismo
científico, que es el eje de esta disertación. Por ejemplo, es común
que la gente tome ciencia e investigación como si se tratara de
sinónimos exactos. La ciencia es como digo una manera de interpretar la
realidad (sin recurrir a milagros, revelaciones, dogmas ni al Principio
de Autoridad). En cambio la investigación emana del talento, habilidad
y entrenamiento para tomar una porción del caos de lo desconocido,
analizarlo, explicarlo e incorporarlo al patrimonio del saber
científico. Idealmente, el científico y el investigador deberían ser la
misma persona. Pero abundan los colegas científicos que si bien jamás
invocarían milagros ni revelaciones para interpretar el metabolismo de
las proteínas, terremotos, fenómenos cósmicos, carecen de un mínimo de
originalidad para ganarse la vida profesionalmente y,
concomitantemente, también pululan cada vez más los colegas
investigadores que son un destello de creatividad y productividad, pero
creen en deidades con poder suficiente para transgredir las leyes de
la naturaleza y favorecer con milagros a quienes le dediquen plegarias,
y otras fantasmagorías que revelan que no tienen una visión científica
del mundo.
Para resumir este punto: la investigación entraña novedad, la ciencia
no, o no necesariamente. Un científico que no tenga dotes de
investigador puede ser así y todo un excelente docente, un editor de
revistas especializadas que se erige en epistemólogo práctico,
que acepta o no para su publicación un manuscrito siempre que su
contenido cumpla con una serie de criterios que él conoce, encarna y
defiende: novedad, solidez argumental, claridad, tratamientos
estadísticos, referencia a contribuciones previas, etc. Dar por sentado que con ser investigador uno es automáticamente un científico es desacertado.
LOS DRAMAS DEL ANALFABETISMO CIENTÍFICO
Aunque con inevitable demora, vamos entrando en tema. Así como el
analfabetismo común consiste en no saber leer y escribir,
“analfabetismo científico” se refiere a la incapacidad de interpretar
la realidad a la manera científica. Y así como ser analfabeto casi
equivale a ser pobre y aún miserable, ser analfabeto científico, sobre
todo cuando es el estatuto de todo una sociedad, asegura la pobreza, la
miseria, la dependencia y la humillación. Enumeraré los principales
dramas que conlleva:
1) El primero, es por supuesto, carecer de ciencia en un mundo en el
que ya van quedando pocas cosas de envergadura que se puedan manejar
sin ciencia y tecnología avanzada. La experiencia muestra que hoy la
salud, transporte, producción industrial, comunicaciones, comercio,
educación, diplomacia y todas las tareas que el Estado debe regular, se
perjudican gravemente cuando esta regulación se confía a manos de
analfabetas científicos.
2) La ciencia es invisible para el analfabeto científico. Contrario a
otras necesidades como la de alimentos, agua, medicinas, energía, en
las que el afectado es el primero en señalar la carencia con toda
exactitud, cuando una sociedad no tiene ciencia, no lo puede detectar y
ni siquiera entender así se le explique. Este drama se pone en
evidencia cada año en el cándido discurso del presidente mejor
intencionado, cuando se dirige a su comunidad de investigadores: “En
este momento tenemos problemas serios y urgentes, pero prometo que ni
bien los solucionemos, apoyaremos a la ciencia”, que a nosotros, los
científicos, nos suena “Ahora tengo todas estas ecuaciones
diferenciales que resolver. Pero prometo que ni bien lo consiga
estudiaré a ver qué es eso de matemática.” Así es, mientras el Primer
Mundo se apoya en la ciencia, el Tercero promete apoyar a la ciencia,
momento que por supuesto jamás podría llegar. Si quienes mejor
interpretan la realidad japonesa no fueran los propios japoneses, Japón
sería un país subdesarrollado. Les dejo como ejercicio preguntarse si
quienes mejor interpretan la realidad histórica y actual de Egipto,
Grecia, Mesopotamia, son acaso egipcios, griegos e iraníes.
3)
Curiosamente, a pesar de este panorama, el tercer drama del analfabeto
científico consiste en creer ¡que sí! sabe muy bien qué es la ciencia,
de donde deduce que no la necesita. ¿De dónde saca esta creencia?
Generalmente de una divulgación científica bien intencionada pero mal
concebida. Basta hojear una revista de divulgación o visitar un museo
de ciencia-para jóvenes- tercermundistas, para constatar que en su
comprensible esfuerzo por hacer más ameno el conocimiento científico y
atraer una concurrencia, recurren a lo curioso y aún insólito: “¿Sabía
usted que si una persona saltara como una pulga, podría brincar sobre
un edificio de veinte pisos? ¿Sabía usted que un agujero negro sideral
es capaz de comerse una galaxia entera?” Alegra ver chicuelos que se
divierten en esos museos tocando la bola brillante de un acumulador y
constatando que se le erizan los cabellos, o deleitándose ante el
ordenamiento de limaduras de hierro sobre un papel apoyado en los
cuernos de un imán. ¿Cómo evitar que luego el analfabeto científico dé
por sentado que los científicos somos una caterva de vagos
que pretendemos que se nos pague para entretener nuestros ocios
buscando curiosidades y esperpentos? ¿Cómo hacer para que ese mismo
analfabeto entienda que los científicos “odiamos” por así decir lo
estrafalario, y que por el contrario buscamos las regularidades de la
realidad, para tratar de destilar de ellas las leyes que explican qué
es y cómo funciona? Luego, no resulta insólito que un gobierno
tercermundista, sepultado en el más triste analfabetismo científico
declare con sincera buena voluntad “En lugar de que nuestros
científicos malgasten nuestro magro presupuesto en estudiar agujeros
negros que se comen una galaxia… yo preferiría utilizarlo para que los
niños de mi patria coman alguna proteína”.
4)
Y sin embargo el analfabeto científico nos hunde todavía en un cuarto
drama. Para la ciencia la realidad está plagada de variables; para el
analfabeto científico en cambio la realidad es muy sencilla, pues tiene
una única variable: el dinero. Un
recalcitrante pensamiento economicista ha emponzoñado la mente de
nuestra sociedad, y la ha convencido que todo problema es de índole
económica, y que todo se arreglaría con dinero. “Política científica” se
reduce a erogar un presupuesto. El analfabeto científico da por
sentado que las cosas mejorarían poniendo algún burócrata al frente de
sus instituciones del saber para que las administre, situación que
asemeja a que nuestros hospitales estén liderados por personajes cuya
concepción de la salud, no vaya más allá que las concepciones de
Paracelso y la doctrina de los humores. Como lamentaba un colega “¡Si por lo menos cuando una urgencia médica los lleva a un hospital, no los operara un cirujano, sino un administrador…!”
5)
La felicidad de un pueblo tercermundista no radica en que invente un
teléfono mejor de los que ya existen, un medicamento más eficaz de los
que ya hay en el mercado, una computadora que haga más proezas de las
que realizan las que ya tiene el Primer Mundo. Y esta circunstancia,
tan simple, precipita al analfabeto científico en una trampa mortal.
Para comprender por qué debo llamar la atención hacia el hecho de que
esa realidad en la que todos estamos inmersos, no es natural, sino que
está en buena medida producida por la ciencia que el Primer Mundo
tiene, pero el Tercero no. Para que no se nos escape este punto, y
afiancemos de paso el concepto que introduje hace unas páginas de que todo organismo depende de interpretar la realidad en que necesita sobrevivir,
en lugar de referirme al ser humano me referiré al drama de una
polilla que sea analfabeta científica, es decir, que esté obligada a
vivir en una realidad que le produce la ciencia:
Las
polillas gitanas desbastan los sembrados. En un momento dado se las
combatió con DDT, que es tóxico para ellas y para los consumidores. Pero
la Selección Natural hizo que murieran las polillas más sensibles al
DDT y que las generaciones siguientes tuvieran una mayor proporción de
polillas resistentes a esta substancia. Se fumigó entonces con una
mayor cantidad de DDT, pero las poblaciones de polillas volvieron a
adaptarse a través de la selección de polillas cada vez más
resistentes. Cuando la cantidad de DDT empleado llegó a contaminar los
alimentos con niveles peligrosos para la salud de los seres humanos, se
tuvo la certeza de que la guerra contra las polillas gitanas se había
perdido. Pero aquí viene la sutileza científica. Para que las polillas
puedan reproducirse los machos deben encontrar hembras con las cuales
procrear. Esto depende de las feromonas que exhalan las hembras. Los
machos son tan increíblemente sensibles a estas sustancias, que pueden
detectar una hembra a kilómetros de distancia. Entonces la ciencia
averiguó la fórmula química de las feromonas, las sintetizó en el
laboratorio, y fumigó los campos con ellas. Los machos de la polilla
gitana no pudieron discernir cuáles de las señales provenían de hembras
de verdad, y cuáles otras eran lanzadas desde una avioneta; ahora los
llamados del sexo les llegaban de todos lados. Es como si todos los
habitantes de la ciudad llamáramos a los bomberos simultáneamente: al
pobre diablo que en serio se le está quemando la casa estará perdido.
Lo llamaron “castración informativa”. Los machos no pudieron
interpretar una realidad producida artificialmente por la ciencia.
Regresemos ahora a los analfabetos científicos humanos.
Por
miles y miles de años el ser humano producía con recetas (saber cómo,
know how) transmitidas de boca a boca a través de generaciones, aún en
el caso de que no se conociera el mecanismo: quesos, vinos, tejidos,
tinturas de telas, medicinas, procedimientos agrarios, curtido de
cuero, producción de aleaciones. Se transmitía el como, aunque se
desconociera el por qué. Este por qué debió esperar milenios, pues para
entender por qué una tela o el vidrio de un vitraux son rojos o
azules, se necesitó saber de espectros y vibraciones atómicas que sólo
estuvieron disponibles en el siglo XX. Para saber el por qué de quesos y
vinos hubo que esperar hasta que la ciencia entendiera de
catalizadores y enzimas. Pero en cuanto la ciencia lo supo, cayó en la
cuenta de que “entonces… se puede desarrollar una técnica mejor para
hacerlo” y el “saber cómo” empezó a cambiar la realidad cotidiana, por
otra producida por la ciencia la tecnología derivada de ella. Un obrero
típico no puede entender por qué funciona una cámara de fotos de diez
megapixeles con recetas que le pasó la abuela, ni puede competir con
recetas para hacer pinturas que secan en el acto, son hidrofóbicas y
tienen mil propiedades más, incluido el costo de producción, con los
viejos cómos que le transmitió la tradición de su terruño. Ningún país
tercermundista puede roducir aviones, teléfonos, citostáticos,
satélites de comunicación con fórmulas ancestrales. Tampoco puede ya
desarrollar la industria minera, ni agrícola, ni sanitaria que use
cómos científicos, porque carece de ciencia. De pronto el ser humano
vive hundido en una realidad que no entiende porque ya no es natural,
esta vez se la fabrican la ciencia moderna y las tecnologías avanzadas.
Entonces aquello que asevera el analfabeto científico: “No
necesitamos ciencia, porque la felicidad de nuestro país no depende de
que inventemos un teléfono, una medicina, un antibiótico mejor que los
que ya existen, sino de que tengamos dinero para comprarlos”
se convierte en una trampa fatal, porque nadie puede subsistir
produciendo teléfonos, medicinas y vehículos como los que había hace
diez o cincuenta años. Adviértase que sería desplazado de los mercados,
y tampoco tendría el dinero que él pensaba usar para comprar los
productos ya disponibles de la ciencia.
6)
Aprovechemos entonces para referirnos al siguiente drama del analfabeto
científico: el producto de la ciencia. Nuestros funcionarios y
administradores insisten en que los investigadores y científicos
produzcamos cosas vendibles en el mercado (la última tontería a que se
obliga a los científicos es a “innovar”). No discutiré aquí la
barrabasada de afirmar que el conocimiento sólo tiene sentido si alguien
gana dinero con él, prefiero comparar la ciencia con la gimnasia, con
la que una persona “se produce a sí misma”. El producto de la ciencia
es en cambio un ser humano que sabe y puede, por eso el analfabetismo científico hace que el Tercer Mundo no sepa y rara vez pueda.
7) El próximo drama es verdaderamente paradójico. Así, la polilla que
no podía interpretar la realidad en la que la ciencia la obligaba a
vivir, simplemente se extinguía, pero el
ser humano suele reaccionar al revés: se multiplica en la adversidad,
reacciona ante la falta de seguridades sociales reproduciéndose. Un
anciano tercermundista arriesga a caer en la mendicidad y la inanición,
a menos que en su juventud haya engendrado diez hijos vivos: dos
policías, tres sirvientas, dos albañiles, un vendedor de billetes de
lotería, dos cuidacoches. Esa superpoblación del Tercer Mundo necesita
ocupar espacios y se ve obligada a talar las escasas selvas lluviosas
que quedan, desecar ríos y lagos, intubar arroyos. Sus ciudades crecen a
tanta velocidad, que sobrepasan la provisión de agua, obras
sanitarias, electricidad, cuidados médicos.
8) De entre los dramas del analfabetismo científico que elegí para
ilustrarlo, el último es que el Tercer Mundo no puede ser democrático.
La democracia surgió en cierto modo como un recurso para compensar la
caída de un régimen autoritario y estratificado en niveles jerárquicos
de la Grecia antigua. Cobraron importancia las ciudades y los
habitantes, llamados de ahí en más “ciudadanos” enfrentaron el grave
problema de tener que gobernarse entre iguales. Generaron entonces las
“reglas del tener razón”: argumentar, refutar, convencer, disuadir,
demostrar que, con el tiempo, fueron sentando las bases de la
democracia, la filosofía y los pródromos de la ciencia. Hoy en cambio
la democracia se identifica con el voto, siendo que este señala el
fracaso de la democracia. Es que los asuntos humanos son tan enormes y
complejos, que no se puede seguir argumentando y debatiendo hasta que
ya no quede una sola objeción. Se tiene un tiempo finito para decidir y
se recurre a votar.
Pero,
a diferencia de pelos y uñas que nos surgen independientemente de
nuestra educación, la democracia no es un producto natural, sino que
depende de un nivel educativo (dejemos de lado la dimensión ética) que
el habitante (tomado en conjunto, claro) del Tercer Mundo no tiene ni
de chiste. Así sea justo lo que solicita, no es capaz de argumentar a
su favor. Sólo le queda bloquear carreteras, tomar instalaciones,
apedrear edificios donde se decide a sus espaldas, hacer huelgas de
hambre, desnudarse y encadenarse a postes de alumbrado. A decir verdad
el asunto es aun peor, pues esta incapacidad de ser democráticos va
asociada a dramas agregados. El primero es que el autoritarismo es
cognitivamente muy pobre, pues trabaja con un solo cerebro: el del
jefe. En cambio, en un régimen democrático pueden participar en
paralelo todos los cerebros de la población. El segundo drama agregado
emana de que el desempeñarse en una realidad que no se logra
interpretar, fomenta la corrupción: tanto vale un procedimiento sensato y
honesto como otro fraudulento y venal. Luego solemos atribuir a la
corrupción, problemas que son –al menos en su comienzo- meras burradas.
¿QUÉ PROPORCIÓN DE LA HUMANIDAD ES CAPAZ DE INTERPRETAR LA REALIDAD "A LA MANERA CIENTÍFICA"?
La
respuesta a esta pregunta no es tan fácil como podría parecer, y
comienza a señalar además la verdadera tragedia humana de nuestros
días. Así como sólo los ricos pueden adquirir un automóvil último
modelo y el grueso de la población se sigue valiendo de viejas
catraminas, sólo unos pocos países han accedido a la manera científica
de interpretar la realidad, pero el grueso de su población se sigue
manejando con modelos pre-científicos, sobre cuyas desventajas ya me he
explayado. Aún en los países del Primer Mundo, que tienen ciencia,
ésta sólo la interpreta y domina una reducida élite, como cuando decimos
que la odontología norteamericana es de muy alta calidad, no damos por
sentado que allá todo el mundo es dentista. Lo que sí entenderemos es
que tienen una “cultura compatible con la odontología” y, en caso de
problema dental, van a recurrir a ella. Análogamente, los países del
Primer Mundo tienen una cultura compatible con la ciencia y, en caso de
padecer un problema sanitario, energético, de transporte, escolar,
bélico confían su solución a la ciencia y la tecnología que practican,
fomentan y costean en sus grandes universidades y centros del saber. En
los países del Tercer Mundo impera en cambio un analfabetismo
científico inmerso en una cultura incompatible con la ciencia.
Puesto en otros términos, la ciencia moderna ha dividido a la humanidad
en un 10-15%, el Primer Mundo, que tiene ciencia, investiga, crea,
inventa, produce, vende, decide y determina quién deberá ser
bombardeado y torturado para que aprenda a respetar los derechos
humanos, y un 85-90% restante, el Tercer Mundo, donde la gente produce,
se comunica, se transporta, se divierte, se cura y se mata con
aparatos, redes telefónicas y computacionales, vehículos, deportes,
medicamentos y armas inventados por el Primero, y por supuesto agoniza
en el desempleo, deudas internas y externas, hambre, dependencia,
humillaciones y desesperanzas que se abisman día a día.
LAS FUENTES DEL ANALFABETISMO CIENTÍFICO
Como
mero recurso didáctico, podríamos dividir el analfabetismo científico
en dos. El primario, es el analfabetismo de quienes por falta de
oportunidad, lentitud evolutiva, educación precaria y mil
circunstancias más, no ha logrado acceder a la manera científica de
Bacon ha opinado que “el conocimiento es poder”, punto de vista al que
podríamos agregar “… pero es obvio que este poder es tanto mayor cuando
el Otro conoce menos o ignora”. ¿Hay alguna manera de lograr que el
Otro sepa menos, ignore, podamos idiotizarlo? Por supuesto. Aun
milenios antes del surgimiento de modelo científico de interpretar la
realidad, los lacedemonios de Esparta obligaban a sus esclavos ilotas a
degradarse, cometer bajezas, vestirse con ropas ridículas y perder así
su autoestima hasta convencerse de que eran inferiores, incapaces de
recurrir al atributo humano por excelencia: la capacidad de conocer.
Los africanos inventaron –por ponerlo de ese modo- al ser humano y el
lenguaje, dado que para cuando el Homo sapiens emigró del África y
ocupó Eurasia y Europa ya eran así, como nosotros, pero los europeos
degradaron perversamente el continente africano (5), y los sabios
europeos llegaron a falsificar la historia para atribuir a egipcios,
babilonios y griegos los logros intelectuales de los negros africanos
(6), a quienes además le hicieron algo peor que destruirles su aparato
educativo: se lo remplazaron por una educación
catequística, que no se basa en el entender sino en aceptar lo que al
poderoso le convenga, aunque éste lo deshonre, rebaje, domine. Durante
todos los regímenes colonialistas las metrópolis se aseguraron de que a
las colonias se les permitiera tener a lo sumo el conocimiento para
producir y extraer materias primas. Desarrollaron a lo sumo cierta
clase media local apenas capacitada para administrar las operaciones y
atender el funcionamiento precario de la sociedad. Alcanzada la
independencia política de sus excolonias, el Primer Mundo estableció
entidades supranacionales, que les dictaron a las colonias cómo debían
organizar su vida pública, administrar su dinero, regular su aparato
educativo.
Las
religiones fueron una etapa indispensable en la manera de interpretar
la realidad, pero luego se fueron carcomiendo por dentro, sus
instituciones lograron perdurar con estrategias que no nos compete
aquí, salvo una de ellas que concierne, justamente, a la manera de
interpretar la realidad: encontraron en el fomento del analfabetismo
científico un papel social, pues se preocuparon y se siguen encargando
de que las ex colonias y países en la esfera de alguna potencia primer
mundista no desarrollen una ciencia, y ni siquiera una cultura
compatible con ella. Cabe preguntar por qué las instituciones
religiosas están tan interesadas en que se les encomiende este infamante
papel cognicida. Debo antes hacer unas fugaces digresiones para que
luego mi argumento resulte menos escabroso.
EVALUACIÓN DEL ESTATUTO COGNITIVO MORAL DE LOS MODELOS CATÓLICOS
El misticismo, la fe y las religiones son fenómenos demasiado complejos
como para que yo me ponga a mutilarlos aquí con definiciones pero, dado
que sólo deseo referirme al aspecto cognitivo, la manera de
interpretar la realidad que tiene una religión determinada y al
estatuto moral en que se enmarca, hay un punto concreto y mínimo del que
me siento autorizado a partir. Y sería aún más frugal, pues para esta
conferencia no me interesa tanto cómo describen el judío, el católico o
el calvinista su propia versión de la realidad, sino cómo describo yo
esos modelos. No creo estar haciendo un planteo estrafalario: si un
santón me dice que al ponerse en trance puede dar un paseo alrededor
del Universo, pero yo veo que no se mueve del lugar, acepto lo que yo
constato, y esto me basta para el análisis que quiero hacer en este
momento: evaluar el estatuto cognitivo y moral de las concepciones
religiosas que predominan en el Tercer Mundo. su concepción religiosa. Y
para dar un paso más hacia la simplificación expositiva, proseguiré
como si la única religión que contara en Iberoamérica fuera la católica.
a) Evaluación del estatuto cognitivo. Para esta evaluación suelo
basarme en dos criterios, bastante trillados por cierto. El primero es
el grado de adecuación entre lo que afirma un modelo explicativo y lo
que encontramos en la realidad-de-ahí-afuera, o sea: hasta qué punto
cuaja lo que dice ese modelo con lo qué veo yo. Por ejemplo, en una
situación médica la ciencia explica algo basada en sus suposiciones
sobre la conducta de átomos y partículas subatómicas, espectros de
energía, leyes de la electrónica, procesamiento de imágenes con los
chirimbolos que fabrica, y sobre estas bases la ciencia pasa a afirmar
que el paciente al que se le está practicando una tomografía del
cerebro tiene un oligodendroglioma en el lóbulo temporal derecho. Luego
el cirujano abre el cráneo y encuentra efectivamente dicho tumor en el
lugar predicho. Esto me diría que por lo menos en este caso, el modelo
científico ha sido eficaz. Practiquémosle
ahora una prueba semejante con algo que afirma el modelo católico:
según relata el Evangelio según Mateo (26, 26-28) durante la eucaristía
la hostia se convierte en sangre de Cristo. ¿Podríamos poner a prueba
este modelo que hace una afirmación tan rotunda sobre la realidad? ¿Nos
permitiría la Iglesia tomar una pequeña muestra del cáliz al final de
la misa para secuenciar la hemoglobina de Cristo, y secuenciar de paso
su genoma? Doy por sentado que no… pues se escudará en una supuesta
falta de respeto (el derecho de la sociedad a evaluar la veracidad de lo
que se le obliga a creer es tildado de ofensivo, aunque esta actitud
emponzoñe nuestra sociedad).
Un
segundo criterio para juzgar la pertinencia de un modelo explicativo,
es su capacidad de predecir. En un momento dado, los científicos de la
NASA predijeron que si arrojaran un chirimbolo (que llamaron sonda
Cassini-Huygens) en cierta dirección y con cierta fuerza, que llevara a
su bordo equipos construidos de cierta manera para captar, procesar y
transmitir a la Tierra las señales pertinentes, ocho años después, en un
momento asaz preciso, estaría enviando imágenes de los anillos de
Saturno. Creyeron en sus principios y cálculos, y pudieron mostrar las
maravillosas imágenes de Saturno. Las profecías narradas en los
Evangelios acerca del Fin del Mundo, la resurrección, la Apocalipsis, no parecen tener una precisión comparable.
b)
Evaluación del estatuto moral. Si bien, como dije, en esta conferencia
sólo requiere que nos enfoquemos en lo cognitivo, hagamos una fugaz
digresión hacia lo ético. Si una persona estuviera ofendida con
nosotros por la razón que fuera, y nos pusiera como condición para
deponer su actitud que él nos enviará a su hijo para que lo torturemos,
crucifiquemos y matemos (Juan: 4:9-10), las leyes vigentes no nos
permitirían pactar semejante barbaridad. Tampoco aceptaríamos que se
responsabilizara a nadie por los supuestos delitos cometidos por sus
antecesores de hace muchísimas generaciones. ¿Qué decir entonces de
instituciones religiosas que hoy, en pleno siglo XXI, obligan a un
niñito a arrodillarse, declararse culpable de un pecado que
supuestamente cometieron unos personajes hipotéticos en el Jardín del
Edén. Enerva que hoy, en pleno siglo XXI se siga aceptando la
explicación propuesta por Agustín de Hipona: cada niño que nace es
culpable por el solo hecho de haber sido procreado por sus padres a
través del coito. Pero las inmoralidades siguen. Pisoteamos la dignidad
de las personas declarándola siervo "Tú, Israel, siervo mío…” (Isaías
40:3) u oveja de un rebaño (Juan, 10, 11-18), por más que esperemos que
cuando llegue a adulto sea un ciudadano digno.
Más aún ¿de dónde sacan esas religiones el derecho de presionar de ese
modo a un niño y obligarle a ¡amar! (Deuteronomio 6, 4-9) a un
personaje mítico torturador, filicida y machista? Tal como
enumeré hace un momento, el analfabeta científico tiene suficientes
dramas con los que le plantea su falta de ciencia, pero las religiones
le agregan una serie de dramas más, pues lo sumergen en lo que se llama
“disonancia cognitiva”.
Por
otra parte, ese dios supremo está representado e intermediado por una
institución, la Iglesia, que ha organizado cruzadas para aniquilar
militarmente a seres humanos que tuvieron el “tupé” de invocar la
humildad de Cristo; me refiero a valdenses, albigenses, cátaros. Luego
creó algo tan espantoso como la Inquisición con la que torturó y mandó a
la hoguera a quien juzgó adecuado, sobre todo a las mujeres. Y aún hoy
sigue discriminando a la mujer, al ciudadano, al niño y reclamando el
derecho de aprovechar su estado de creyente para meterle en la cabeza
una cantidad de conceptos como los que menciono en el párrafo anterior,
en un momento en que el niño incorpora información sin tamizarla
primero por un filtro racional. Creo que ni siquiera vale la pena
evaluar aquí el modelo de sexo que esa religión tiene satanizado en su
cabeza, con el que mutila apetitos humanos, y
prohíbe que sus sacerdotes se casen, a sabiendas de que de ese modo los
fuerza a desfogarse abusando sexualmente a niñitos que van a las
escuelas regidas por esos mismos sacerdotes. Entiendo que la
Iglesia Católica está de acuerdo con esas normas y con los abominables
personajes que las engendraron, en tanto los sube a sus altares y los
ofrecen a nuestra sociedad como modelos a imitar.
Sinceramente, no creo que una persona en sus cabales hoy pueda
argumentar a favor de estos modelos, cuya vigencia depende entonces de
una moral, una inteligencia y una educación demasiado menguadas. No
sorprende entonces que las religiones institucionalizadas estén
poderosamente interesadas en provocar un analfabetismo científico del
cual ahora dependen para seguir reclamando y detentando ese poder
(7).¿Es honesto que en reuniones como estas, consagradas a analizar y
mejorar la cultura iberoamericana nos encojamos de hombros ante estos
“detalles” de nuestra cultura? Opino que no.
EN DEFENSA DE LA RELIGIÓN
La ciencia moderna es
históricamente la primera manera de interpretar la realidad que no
apela a espíritus, ni personajes sobrenaturales. ¿Por qué sí necesitaron
deidades los modelos explicativos anteriores, es decir, los
pre-científicos? Yo creo que la necesidad de dioses deriva de tres
hechos fundamentales. El primero es que, habiendo hecho del conocer su
principal atributo para sobrevivir, el Homo
sapiens cobra un terror natural a lo desconocido, pues toma su
ignorancia como una demostración incontestable de que por lo menos en
esto que necesitaría conocer en este momento es vulnerable.
No me refiero a la falta de conocimiento, sino al saber que no se sabe.
El segundo es que estando la facultad de conocer enhebrada por una
flecha temporal que nos permite hacer modelos mentales dinámicos de la
realidad (en función del tiempo), la selección natural favoreció la
sobrevivencia de aquellos seres humanos que tuvieran una flecha cada vez
más larga, que abarcara futuros cada vez más remotos. El tercero es
que llegó un momento en que a aquellos seres con flechas temporales
cada vez más largas, éstas le alcanzaron para caer en la cuenta de que
hay un futuro en que habrán de morir. Puesto de otra forma: el ser
humano pasó a tener la certeza de que habría de morir, y que le
esperaba un futuro del que no conocía absolutamente nada. Se trataba de
la ignorancia más absoluta, y por lo tanto se sumió en la angustia más
atroz. Surgieron entonces los modelos explicativos místicos, con que la
tradición y los sacerdotes le aseguran que, si
cumple religiosamente (valga la redundancia) ciertos ritos y ciertas
conductas, si murió defendiendo la patria, o en un parto, los dioses
cuidarán de él y logran mitigar así el terror a la muerte. No hay
civilización sin religión y en toda religión la “explicación” del
destino pos-mortem ocupa un lugar central. Atando cabos,
sospechamos entonces que tenemos modelos interpretativos religiosos
gracias a la muerte. La ciencia hoy llega a calmar muchísimos de los
dolores y causas de muerte, y ha multiplicado por cuatro (hasta ahora)
la duración de la vida humana, pero no por eso ha hecho desaparecer la
angustia ante la perspectiva de morir. De hecho, esta perspectiva y
sobre todo el riesgo de morir son las circunstancias que habitualmente
hacen recaer al ser humano en el uso de concepciones religiosas. “There
are no atheists in the foxholes” (No hay ateos en las trincheras) opinó
el clérigo William Thomas Cummings.
Surgen entonces tres nuevos problemas: el primero, señalado por el
biólogo australiano Frank Macfarlane Burnet (1898-1985), es que la
ciencia está destruyendo vertiginosamente todo fundamento racional a
los modelos religiosos a los que el ser humano sigue recurriendo sin
embargo para calmar sus angustias. El segundo es que esa ciencia moderna
sólo se ocupa de lo que sabe y puede inquirir, y por ahora ni siquiera
iguala la capacidad de las religiones en calmar las angustias
ancestrales; o sea, las religiones siguen teniendo vigencia para una
enorme mayoría humana que
todavía cree en ellas. Pero el tercer problema es que las religiones
han dado origen a instituciones religiosas imbricadas con el poder,
sobre todo en el Tercer Mundo, que ante el avance de la ciencia no
trepidan en aferrarse a ese poder -poder a secas-, así tengan que
promover la ignorancia y embotar al feligrés en la aberración moral.
De manera que la ciencia debería ocuparse más tenazmente de las
religiones y ayudar a sanearlas, es decir, digerir las partes que
perjudican sin dar ventajas. ¿De qué manera podría ayudar al creyente?
Me respondo: usando su conocimiento para iluminar la historia de las
religiones, analizar la historicidad de los personajes claves, y limpiar
sus instituciones, ritos y creencias. Ver cuándo y por qué se
introdujo un precepto dado que hoy provoca aberraciones.
Una cosa es que los introdujeran y creyeran en ellos los seres humanos
de la Edad de Bronce Tardía de hace tres miles de años, porque fueron
los máximos logros intelectuales de que fueron capaces, pero otra muy
distintas es que los mantengan vigentes instituciones que los eternizan
y explotan hoy. En una palabra, esta ciencia
que depuró las grandes patologías del cuerpo y acabó brindándonos una
medicina moderna, debería ahora poner bajo su lupa el fenómeno
religioso tercermundista en una suerte de protestantismo tardío. En
cuanto a los beneficios que cabe esperar de este tipo de depuración,
baste recordar que aquel protestantismo del norte europeo de hace cinco
o seis siglos limpió las lacras más dañinas, y abonó el terreno hasta
hacerlo compatible con el desarrollo de la futura ciencia moderna.
LA ESTRATEGIA DE FOMENTAR EL ANALFABETISMO CIENTÍFICO DEL OTRO NO DA PARA MÁS
El Homo sapiens se ha transformado en la especie ciencia-dependiente.
Requerimientos termodinámicos inherentes a las cadenas alimenticias,
limitaban la densidad poblacional humana durante la Edad de Piedra a
una persona por kilómetro cuadrado. Hoy en cambio la megápolis de New
York contiene más habitantes de los que existieron en aquella Edad de
Piedra en todo el planeta. La vida de cada uno de aquellos habitantes de
la Edad de Piedra duraba unos 20-25 años. Hoy gran parte de la
población es mayor que esa edad, gracias a vacunas, antibióticos,
cirugía abdominal, cardíaca, anteojos, marcapasos, antihipertensivos,
anticoagulantes, drogas que suprimen ataques epilépticos y previenen
comas diabéticos, calefacción, ascensores, transporte de alimentos en
camiones refrigerados, agua y fuerza eléctrica traídas desde centenares
y miles de kilómetros. Si el mago aludido en páginas anteriores tocara
con su varita nuestro planeta e hiciera desaparecer ahora todo lo
surgido gracias a la ciencia y tecnología, moriría en menos de una
semana más del 80% de la humanidad y buena parte de nuestros ganados y
plantaciones que dependen de su atención.
La
estrategia -formulada explícitamente o tácita- del Primer Mundo de
reservarse el conocimiento y uso del modelo científico para sí, y
mantener al 85-90% de la población mundial atada moral y cognitivamente
a modelos místicos perimidos, ha llevado a que el Tercer Mundo se
convierta en una bomba poblacional. Para escapar de sus infiernos los
tercermundistas intentan internarse de a millones en el Primer Mundo,
al que llegan flotando en balsas, atravesando vallas electrizadas,
sofocándose en contenedores… y esos son los afortunados que llegan a
cumplir su objetivo, porque muchos sucumben de a millares en el fondo
del mar, pereciendo de sed y hambre en abrasadores desiertos, sufriendo
dentelladas de perros bravos.
Muchas ciudades del Primer Mundo hoy tienen mayorías asiáticas y
africanas que votan, a pesar de no estar lideradas por educadores, sino
por sacerdotes que se manejan con los modelos y la moral que hemos
detallado en párrafos anteriores.
ÚNICA SALIDA...SI ES QUE ESTAMOS A TIEMPO DE IMPLEMENTARLA
Me
he referido a la ciencia como la manera más eficaz de interpretar la
realidad que la humanidad ha desarrollado hasta ahora. Como se
recordará, al aludir al Primer Mundo no me basé únicamente en su
ciencia, sino también en su cultura compatible con la ciencia.
¿Por qué no tenemos en el Tercer Mundo una cultura análoga? Hay muchas
razones –al aludir al papel de los defensores de los modelos religiosos
ya me extendí sobre las instituciones religiosas: no
quieren abdicar del poder que tienen, y los países, aun aquellos que se
creen laicos, se los permite. Ahora el tiempo apenas me permite
bosquejar otras cinco:
1) Debemos transformar de cuajo nuestra divulgación para que no siga
presentando la ciencia como un museo de cera y a los científicos como
buscadores de esperpentos que se solazan con cursilerías. Debe
incorporar por ejemplo los temas de esta disertación: la estructura de
la ciencia y de la investigación, las religiones vistas por la ciencia,
la pauperización que acarrea el aferrarse a los modelos basados en lo
sobrenatural, los errores de quien cree que Suiza hace ciencia porque
es rica, porque no les alcanza su capacidad mental para percatarse de
que es al revés: es rica porque hace ciencia, etc. 2) Salvo
honrosísimas excepciones, nuestros líderes intelectuales son
profundamente analfabetos científicos. Baste ir a una librería y
comprobar que sus mesas centrales están atestadas de profundos ensayos
en los que, por ejemplo para referirse al Siglo XX, no olvidan
presidente, huelga, golpe de estado, devaluación de la moneda, crisis
económica, reyerta entre la ciudad y el campo, el clero y el estado,
gremialismos, cuartelazos y matasietes de toda laya. Pero en un Siglo
XX que ha visto desintegrar el átomo y secuenciar el genoma humano,
desarrollar la cirugía abdominal, la cardíaca y la del sistema nervioso
central, la aviación, la telefonía satelital, la televisión, la
computación, esos sabios no advierten que su sociedad no fomentaba la
ciencia y seguía aferrándose
a modelos interpretativos perimidos a los que los obligaban las
religiones. Como recalqué, la ciencia es invisible para el analfabeto
científico.
3) Seguimos
permitiendo que se mutilen el cerebro y pisoteen los derechos de
nuestras mujeres y niños, y sobre todo lo hagan a través de la
destrucción del aparato educativo y de la manipulación de la
legislación. Es que la justicia alcanza –a veces- para llevar a juicio
al policía y al militar que empuñaron un fusil y una picana eléctrica,
pero habitualmente no alcanza para cuestionar también a los mentores
intelectuales de tales crímenes: los sacerdotes, los capellanes castrenses. Prefiero
no ser difuso en este punto: la obediencia debida. Así se llaman las
leyes con que el asesino se disculpa bajo el pretexto de que cumplía
órdenes. Esto engendra una transferencia ascendente de la
responsabilidad, hasta dar en el tope de la jerarquía con un “agujero
negro” que aniquile atrocidades: un jefe militar ya anciano que accede a
rebajarse y fingir locura, o un coronel particularmente sanguinario al
que sus camaradas señalan como verdadero culpable porque en el ínterin
ha muerto y se cierra el caso. En la versión fundamentalista, el
agujero negro supremo que todo lo atrapa y aniquila resulta formidable:
Dios. El mandato divino es habitualmente invocado como
excusa(8),(9),(10),(11). Para dar un ejemplo concreto: el obispo Victorio Bonamín
ha declarado: “Cuando hay derramamiento de sangre hay redención, pues
es Dios quien está redimiendo a la Nación mediante el Ejército
Argentino”.(12),(13) 4) Debemos idear la manera de transformar la masa
en ciudadanía democrática. 5) Si hoy un ministro de salud enloqueciera y
aconsejara vacunar a nuestros niños con un clavo oxidado, esperaríamos
que nuestros médicos pongan en juego su civismo aclarando que eso
mataría a nuestros niños de tétanos.
Pero,
valga la analogía, no podemos contar en cambio con que nuestros
filósofos le aclaren a nuestros funcionarios que no hay dos
epistemologías, una para entender y otra para aplicar, que algo se
conoce o no se conoce, en cuyo caso es imprescindible desarrollar
una ciencia, de la única, para que no sigan propalando sandeces sobre
“ciencia básica” y “ciencia aplicada”; sea necesariamente producir
mercancías, sino forjar un ser humano que sepa y pueda. Nuestros
sociólogos y economistas deben encontrar la manera de hacer entender a
esos mismos funcionarios que no deben colocarle a la ciencia de su país
un arnés administrativo que la trabe.
En resumen: debemos aprovechar encuentros como el que hoy convoca esta
sociedad de cooperación iberoamericana, para planear y lanzarnos a una
campaña urgente de alfabetización científica. Tenemos con qué, y acaso
aún estemos a tiempo (14).
Muchas gracias.
NOTAS
(1) Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1990.
(2)
Cereijido, M. “La Ciencia Como Calamidad”. Gedisa, Buenos Aires, 2009.
En ese libro elaboro algunos de los puntos tocados en esta disertación,
y aconsejo bibliografía pertinente.
(3) Cereijido, M. “Ciencia Sin Seso Locura Doble”. Siglo XXI, México, 1994.
(4) Cereijido, M. “Por Qué No Tenemos Ciencia”. Siglo XXI, México, 1997.
(5) Rodney, W. “How Europe Underdeveloped Africa”, Howard University Press, Washington, 1982.
(6) Bernal, M. “Black Athena. The Afroasiatic Roots of Classical Civilization”. Free Association Books, London, 1983.
(7) Cereijido, M. “La Ignorancia Debida”. Ediciones del Zorzal, Buenos Aires, 2003.
(8) Blanck - Cereijido, F y Yankelevich, P. El Otro, el Extranjero. Ediciones del Zorzal, Buenos Aire s , 2003.
(9)
Herrmann, H. Doscientos años de tortura en nombre de Dios (título
original Passion der Grausamkeit). Flor del Viento, Barcelona, 1996.
(10) Beck, A. El fin de los templarios. Un exterminio en nombre de la legalidad. Península, Barcelona, 1996.
(11) Bartov, O. and Mack, P. (editores) In God’s name. Berghahn Books, New York, 2001.
(12) Osiel, M.J. Obeying Orders: Atrocity, Military Discipline and the Law of Wa r. Transactions Pub, New Brunswick, 1999.
(13) Rodriguez-Molas, R. Historia de la tortura y del orden represivo en la Argentina. EUDEBA, Buenos Aires, 1985.
(14)
Cereijido, M. “La Ciencia Como Calamidad”. Gedisa, Buenos Aires, 2009.
En ese libro elaboro algunos de los puntos tocados en esta disertación,
y aconsejo bibliografía pertinente.
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