TRIBUNA
La oposición no debe inventarse una insurrección, sino
llegar a ser mayoría
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Es en realidad posible que a corto plazo se derrumbe
el Gobierno chavista?; ¿puede ocurrir en Venezuela lo que acaba de ocurrir en
Ucrania o lo que pasó recientemente en el mundo árabe?; ¿está el modelo
bolivariano social y políticamente agotado?; ¿son similares las condiciones que
vive Maduro con las que tumbaron a Fujimori en Perú y a otros Gobiernos del
continente? Las informaciones que llegan de Venezuela, sobre todo de los
opositores, dejan la impresión de que el gobierno de Maduro está a punto de
caer fruto de las protestas callejeras. Sin embargo, derrocar Gobiernos a
partir de movimientos civiles no es fácil.
La polarización que domina Venezuela ha contaminado
los análisis políticos con una lógica de buenos o malos, empobreciendo el
debate intelectual sobre lo que está pasando en ese país. Luego de una década,
denunciar las maldades antidemocráticas del chavismo se ha vuelto repetitivo e
irrelevante. Es público que en las actuales protestas callejeras no solo están
presentes descontentos sociales, sino una lucha entre las estrategias de los
dos principales líderes opositores sobre cómo enfrentarse al chavismo. La
estrategia de Leopoldo López se inclina por provocar la caída a corto plazo del
gobierno de Maduro y la de Henrique Capriles se orienta a acumular fuerzas para
enfrentarse al chavismo y derrotarle en futuros procesos electorales. ¿Cuál de
estos líderes tiene la razón?
Toda protesta rompe la normalidad de quienes
participan y de quienes no participan; esto vuelve imposible mantener de forma
indefinida a miles de personas movilizadas permanentemente. La lucha de calle
tiene por ello un periodo de ascenso y un periodo de descenso que ocurre por
agotamiento natural. Una protesta social solo puede sostenerse de forma
prolongada si hay un motivo de gran potencia que sea retroalimentado por una
represión tan brutal como la de Ucrania. La crisis económica y la inseguridad
son factores potentes para motivar una protesta social normal, pero no para
tumbar un Gobierno. Las elecciones son el mecanismo más efectivo para descargar
descontentos sociales y Venezuela ha tenido casi una elección anual durante los
últimos 15 años.
López intenta provocar la caída rápida de Maduro y Capriles prefiere
agrupar fuerzas para las elecciones
La oposición ha sobrevalorado el factor externo en su
lucha, sin considerar que la presión internacional hace ruido, pero no derrumba
Gobiernos, a menos que se trate de una intervención militar, que es impensable
en Venezuela. Hay mayoría de gobiernos de izquierda en Latinoamérica y estos
seguirán apoyando a Maduro a partir de considerar que si este llegó por los
votos, solo por los votos debe salir del poder. Este argumento no tiene nada
que ver con solidaridad izquierdista, sino con defender la propia estabilidad
de sus gobiernos.
Los gobiernos bolivarianos manipulan las
instituciones, aplican la justicia a su antojo, coartan la libertad de
expresión, pero no matan y usan la represión de forma moderada. Cuando una
represión es brutal, ni se puede ocultar, ni es necesario exagerarla. Teniendo
a cuenta los quince años de polarización extrema que tiene Venezuela, la
violencia política sigue siendo poco relevante. Ni el Gobierno quiere matar, ni
los opositores están dispuestos a provocar que les maten. La realización
sucesiva de eventos electorales ha impedido que la violencia se generalice.
Si López persiste en su estrategia de revuelta popular
para que “Maduro se vaya ya”, las protestas tenderán a ser cada vez menos
masivas, menos pacíficas, más violentas y más impopulares. Los grupos de choque
de López se enfrentarán a los grupos de choque de Maduro por el control de la
calle, hasta volverse una situación cotidiana desgastante que producirá muertos
por goteo de lado y lado, tal como ya está empezando a ocurrir. Las protestas
pueden servir para acumular fuerzas, denunciar y debilitar al chavismo, pero no
podrán por sí solas derrocar al Gobierno de Maduro. La oposición no cuenta con
ningún instrumento de poder para generar un desenlace y esto solo sería posible
si se produjera una división en el Ejército o en las filas chavistas.
Sin embargo, la estrategia “insurreccional” de López
genera miedo al revanchismo en las filas chavistas y el miedo es un factor de
unidad y no de división. Por lo tanto, López está cohesionando más al chavismo
en vez de dividirlo.
Las crisis económicas hacen perder elecciones, pero no
derrumban gobiernos automáticamente. El chavismo como fenómeno político ha sido
un proceso de inclusión social y de construcción de nuevas élites. Ambas cosas
han ocurrido mediante una reorientación desordenada de la renta petrolera con
mecanismos que pueden ser considerados corruptos, ineficientes y populistas,
pero este tipo de mecanismos son históricamente similares a los que dieron base
a muchas otras élites y fuerzas políticas en el pasado en todo el continente.
Se trata de una fuerza social que nació políticamente con Chávez, y esto genera
unas lealtades que no se degradan tan rápidamente por efecto de la crisis
económica o porque se violen libertades.
La oposición venezolana cometió graves errores en el
pasado, siguieron una estrategia invertida que se inició con un golpe de Estado
y continuó con huelga, protestas callejeras, elecciones, denuncia de fraude y
retiro de las elecciones hasta fragmentarse en decenas de pequeños grupos. Ese
error implicó que los opositores le regalaran a Chávez el control total del
Ejército, del petróleo, del Parlamento, de la justicia y del poder electoral.
Luego corrigieron, se unieron, regresaron a las elecciones, ascendieron en resultados
y cometieron un nuevo error al convertir en derrota su excelente resultado
frente a Maduro. Su obsesión por denunciar “fraudes” electorales inciertos
termina en deslegitimación de las elecciones, que son el único instrumento que
tienen para llegar al gobierno. No es lo mismo enfrentarse a un fraude que
competir en desventaja.
Sin duda Maduro es un pésimo gobernante, Venezuela
vive una terrible crisis y el chavismo se está agotando, pero su fuerza social
es suficiente para mantenerlo en pie. El problema central de la oposición
venezolana no es inventarse una insurrección, sino convertirse en mayoría
superando las arbitrariedades antidemocráticas, dar seguridades al chavismo de
que no habrá revancha, ganar elecciones y reunificar a Venezuela con chavistas
incluidos. El medio siglo de castrismo habría sido imposible sin la cooperación
de la oposición recalcitrante del anticastrismo de Miami y el bloqueo de
Estados Unidos. Capriles tiene razón: hay que acumular fuerzas. La estrategia
de López paradójicamente puede dividir a la oposición y darle fuerza a Maduro.
El debate principal no es sobre la maldad del chavismo, sino sobre la
estrategia de la oposición, porque la suerte de Venezuela, solo los venezolanos
pueden decidirla.
Joaquín Villalobos fue
guerrillero salvadoreño y es consultor para la resolución de conflictos
internacionales.
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