Un
pote de humo, un burdo montaje, otro intento de criminalizar a la
disidencia, dudosas evidencias, una cantinflada Kim-Castro-chavista, ¡te
queremos Pedro|, yo solo firmé una lista de invitados, paracachitos,
¿qué quieren, que los estudiantes incendiemos las calles?, y nadie se
los va a devolver, descargue ahí su arrechera, la salida, hasta que se
vaya Maduro, me robaron el iPhone, ¿hasta cuándo el gobierno con el
mismo cuento? Ya van 26 denuncias de intentos de golpe y magnicidio, yo
no fui, yo no fui… 26 veces yo no fui.
El
mismo cuento, dicen, y entonces empiezan a tener razón: no son 26
intentos de golpe, es el mismo plan desde hace 15 años, con los mismos
protagonistas, los mismos cómplices, con las mismas torpezas y, al
final, las mismas excusas ante el mismo fracaso. Es el mismo cálculo
errado de quien se plantea una partida de ajedrez contando solo con las
piezas blancas que se mueven por el tablero a su malcriado antojo, a
pesar de las negras, por encima de ellas, porque así se jugaba antes,
cuando éramos felices y no lo sabíamos, cuando, según recuerdan con
conveniente desmemoria, este tablero no estaba dividido.
Pésimos
artistas del disimulo, pretenden acatar las reglas de un juego que
saben perdido, con palabras ambiguas, con un pie aquí, de cara a la
pantalla, y el otro donde diga El Departamento de Estado, o el “State”,
como le llama confianzuda Maria Corina Machado, que es tan amiguísima
que hasta mostró sus rodillas en la mera, mera Oficina Oval.
Así
se funden y confunden gente como Ramón Guillermo Aveledo, recién
levantado de la mesa de diálogo, con una ex diputada “no dialogante no
electoral”. No se salva ninguno, o casi, porque dicen de la gobernación
de Lara, que por allá fumea, aunque un humo tenue, difuso, pero que
pudiera, tal vez, traer un poco de cordura a una oposición secuestrada
por la violencia, que expresa mayoritariamente su deseo de diálogo y paz
pero que a la hora una elección, por votar contra el chavismo, termina
votando hasta por su propio verdugo; lo acabamos de ver.
A
menos que ellos también disimulen, a menos que también deseen el caos
que desean los locos que los dirigen, cosa que no creo, porque solo un
idiota puede desear que se hunda el barco donde vamos todos, creyendo
que su parte no se va a hundir.
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