domingo, 14 de julio de 2013

A la sombra de un sombrío Samán


Después de varios meses de silencio, sintiendo que ya estamos llegando al llegadero, al borde del precipicio, frente a los ojos llameantes del comunismo que amenaza más que nunca al mundo que conocimos, al mundo que valoramos... Señoras, la educación, el refinamiento, el buen gusto, el progreso, el derecho a nuestros privilegios; todo, señoras, ¡Todo! pende de un hilo, o peor, pende de un Samán…
Teníamos en marcha una eleboradísima y conveniente estrategia: matar de hambre a los muertos de hambre haciéndonos ricos mientras los matábamos. Golpe económico, el plan perfecto. Pero este pobre país no sabe sino de imperfecciones ahora sumadas al comunismo que nos está matando. En esas condiciones no hay plan perfecto que valga.
Con el kilo de queso blanco a precio de caviar, escondidos el papel toilet, la leche, y la harina para hacer aquellas malas, redondas y autóctonas imitaciones de pan. Titulando en avances noticiosos futuras escaseces, caceroleras en crisis haciendo compras nerviosas, contagiando con sus nervios hasta a los más templados, generando caos, incertidumbre, hastío... “Maduro no es Chávez” susurramos para que susurren...
Con todos los ases en la manga, sorbiendo té negro como el alma que no tengo, esperaba de lejos el estallido social. Estalló mi teléfono: “¡Regresó Samán!”.
Regresó el atraso, el manotazo a la mano invisible cuyos hilos manejo yo, regresó el veto al arroz saborizado. Regresa la vil degradación de tener que pelar ajos con sus propias manos, estimadas señoras de la clase media, con sus uñas que olerán a aliño porque al comunismo la da la gana, bueno, sus uñas señoras, porque yo no cocino, yo tengo cocinera; yo Soy Marifer Popof.
Samán es un atentado a la dignidad y al manicure. Por eso, señoras mías -nunca mejor dicho-, os convoco a tomar los paquetes de arroz que acaparáis en vuestras alacenas. A apostaros en vuestros supermercado de confianza prestas para emboscar y lanzar arroz en la cara del barbudo comunista ese, que lo único que quiere en la vida es igualaros hacia abajo, haciendo que vuestras uñas huelan a uñas de cocinera. Actuad, mis valientes, y que vuestro arroz derramado nos devuelva un aire de país.

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