sábado, 1 de junio de 2013

Maduro, digno hijo de Chávez, en una campaña admirable y al filo de la navaja

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Qué difícil ha sido mantener nuestra revolución en medio de un silente zarpazo.

Sólo una imaginación privilegiada salva al pueblo en dificultades terribles. Con una imaginación privilegiada y con audacia. Lo peligroso de hacer realidad una ingente tarea, como mantener a flote esta revolución, es no poderle inyectar la fuerza de un gran destino, un rumbo glorioso, un ideal supremo y victorioso. Algo que nos haga sentir cada día que hasta el sabor del sueño es diferente.

En política, el líder, el orientador, el hombre que dicta las pautas es fundamental. Y hace falta igualmente tener un pueblo sabio y preparado, noble y aguerrido, porque sin pueblo con tales valores no hay rumbo ni ideas que valgan. Bolívar no tuvo pueblo que lo defendiera entre 1825 y 1830; él intentó crearlo, pero le faltó tiempo, le faltaron también líderes de su altura, maestros.

Decía José Martí que a veces se cuenta con el líder pero falta el pueblo preparado, y que en otras ocasiones se tiene al pueblo preparado pero se carece del líder.
En Venezuela en 1958, el pueblo estaba preparado pero faltó el líder. En 1998, con un pueblo horriblemente frustrado apareció un líder que le dijo: “¡Levántate Lázaro!”
Y aquel Lázaro comenzó a dar pasos vacilantes y a abrir los ojos, y a dar tumbos en medio de la tormenta. Aquel Lázaro estuvo un tiempo confuso, indeciso, y poco a poco se fue irguiendo como un sólido guerrero y enfrentó a la canalla internacional durante los avatares del 2002, y hoy ese Lázaro está un poco ensimismado, aterido de dolor y de cierto desconcierto ante la insólita desaparición de su creador.

Fue así como el comandante Chávez pudo poner en movimiento un gran sector petrificado de Venezuela, que desde hacía siglos no sabía de patria ni de soberanía, de dignidad ni de justicia, y con él pudo lograr el milagro de una conjunción de valores que pudieron sacar del letargo, de la inopia, de la incuria a la América Latina toda. Pero la obra todavía sigue inacabada. Ha quedado ahora en manos de millones de seres que han estado diciendo: “Yo Soy Chávez”, “Yo Soy Chávez”, “Yo Soy Chávez”,...
En verdad que hay un sentimiento de lo que es ser como Chávez, pero obrar como él, abrir caminos como lo hacía él, ser certero en los actos de valor supremo, tener la fuerza infinita de su genio y de su ingenio no se consigue sencillamente por la sencilla suma de todos los compatriotas que le siguen y que le aman. La suma de todas las partes no llega en este caso al total de su dimensión humana, creativa y universal. En plena batalla nos mataron al líder.

Ahora bien, la antorcha de su lucha la ha tomado con mucho valor y decisión el amigo Nicolás Maduro, y lo que nos corresponde es seguirle, obedecerle y marchar a su lado con todas nuestras fuerzas y con toda nuestra determinación.

Debemos decir que para el mar de dificultades, acumuladas durante siglos, el Presidente Maduro en el corto tiempo que le ha tocado gobernar lo ha hecho admirablemente, lealmente, valientemente. Y en nuestro papel, en la responsabilidad que tenemos para con la patria, no basta con sólo criticar y debatir, y convertir ahora a la revolución en un barullo de fantasías y de agudezas meramente delicuescentes, sino sobre todo trabajar, trabajar, trabajar, sin que nada nos distraiga, sin que nada nos vaya a desviar de nuestro proyecto; avanzando siempre contra viento y marea hacia la consecución de los propósitos sagrados y sublimes, anhelados y definidos por nuestro Comandante Eterno. Cada uno de los que dicen Yo Soy Chávez, debe encontrarse un guerrero capaz de resistir todos los embates de la canalla y estar dispuesto a batallar hasta el último aliento de nuestras vidas.

Yo lo confieso sin que me quede nada por dentro: un campesino vale más y es más útil para el país que mil agudos intelectuales. Que se vayan a la mierda los criticones de todas las horas que son incapaces de hacer una obra loable, un acto de justicia o de valentía en todas sus largas y divagadoras o divagantes vidas.

Luego de esta larga noche de penas y desconciertos, reviso los últimos meses de trabajo y descubro la certeza genial de Chávez al elegir a Maduro como su sucesor. Qué pesada carga, que cruz tan descomunal la que Maduro se ha echado sobre sus hombros. Y cómo la ha sabido arrastrar, cómo la ha llevado hasta hoy, con el desgarro del dolor que le destroza, siempre echando de menos al genio aquel que tuvo a su lado, que todo lo entendía y que todo lo sabía cuando llevaba las riendas de su gobierno. Maduro ha dado la talla, la está dando, y no seamos mezquinos y reconozcámoslo, coño.

Finalmente sobrepongámonos con pasión y con todos los cojones de nuestra alma, al silente sopor de esa pérdida inconmensurable que durante un tiempo nos mantuvo paralizados por el estupor y por el sufrimiento. Dejemos ya de seguir ensimismados en esa pérdida pavorosa en la que nos dejó el Comandante, y dejemos de caer en una diatriba fatigante de culpas y condenas.

El enemigo está allí acechando como una marmota herida, esperando a que nos destrocemos en la vorágine de adversidades que de siempre han pendido sobre nosotros. Serenidad, claridad y jamás perder el objetivo último de esta lucha que es la misma de Bolívar. Salgamos de la conmoción y entonces seamos tal cual como era aquel portento de amor y de acero: puro corazón, puro valor, pura conciencia, puro fuego sagrado, ejemplo de fortaleza y coraje. No hay otra, queridos compatriotas. No hay otra.

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