Mujeres en
un mundo de hombres buscando igualdad de derechos, incorporando nuestras
redondeces a un sistema masculinamente cuadrado, sepultando nuestra esencia,
castrándonos, borrándonos en una lucha, muchas veces mal entendida, que debía
ser nuestra liberación.
La nuestra,
ha sido una lucha larga, ocupamos espacios antes imposibles, ganamos mucho, sí,
pero perdiendo tanto. Lo que logramos se nos vuelve en contra. En la medida en
que nos igualamos a los hombres nos negamos a nosotras mismas lo que somos, lo
que nos grita nuestro cuerpo femenino y hormonado. Mujeres modernas,
liberadas... reprimidas que nos insertarnos en un sistema que nos marginó y que
hoy nos traga y nos mal digiere, poniéndonos frente a una nueva lucha más
profunda, esencial.
Planteado el
tema de la lactancia materna, madres amorosas ponen el grito en el cielo: ¡Con
mi tetero no se metan!. Y tienen argumentos para gritar y patalear en la
superficie donde patalean los dominados. ¿Cómo voy a amamantar a un bebé si en
mi trabajo no hay dónde hacerlo? ¿Cómo voy a trasladarme de mi trabajo a la
guardería lejana (otra aberración del sistema) para darle la teta? Y tuercen la
lucha hacia su derecho al tetero, sin mirar que la pelea es por el derecho a un
sistema que no atente contra nuestra naturaleza.
Parece
idiota tener que decirlo, pero no somos iguales a ellos. Tenemos capacidades
distintas: nosotras cargamos con la barriga, nosotras parimos, nosotras tenemos
tetas para amamantar a nuestros hijos que, apenas nacen, se prenden a esa teta
porque ahí está su sustento, su seguridad. Es nuestra naturaleza mamífera.
Y se hacen
leyes que no servirán de mucho si no llegamos al fondo y empezamos a desmontar
estructuras patrialcales petrificadas por los siglos de los siglos, clavadas en
nuestras conciencias de tal modo que nos llevan, incluso, a la negación de lo
que somos en nombre de una igualdad planteada en términos imposibles. Buscar
encajar donde no encajamos es pelear la mitad de la pelea.
Esta lucha
supone reconectarnos con nuestra naturaleza femenina, escuchar lo que nos grita
el cuerpo con tetas huérfanas de bebés, chorreando solitarias lágrimas de leche
en horario laboral, y el corazón engurruñado que entregó lo que más quiere a
cambio de tiempo para ganar el pan y -cruel ironía- un pote de fórmula materna.
Esta lucha supone la revisión de todo lo que creemos aceptable, moderno,
conveniente, incluso liberador. Se trata de conquistar derechos sin ceder a
cambio otros derechos innegociables, tantas veces negociados. Se trata del
reconocimiento integral de lo que somos para poder desarrollarnos plenamente
sin tener, en ningún caso, que sacrificar nuestra esencia de mujer.
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