Discurso socialista, de justicia social, anti capitalista, revolucionario, versus… (los otros, que conocemos…)
Por: Javier Del Valle Monagas Maita
Las palabras en si no significan nada. El discurso es una retahíla de frases expresadas, más para impactar que para reflejar la conciencia del orador. Las palabras cobran sentido cuando su verbo se corresponde con la acción. Y así, el discurso permanece más allá del tiempo y su extensión. Sólo lo limita la capacidad y el deseo de expresar la verdad contenida en el orador. Entonces podemos decir: ‘es un buen discurso…’. “El Capital” es un buen discurso, “La Carta de Jamaica” es un buen discurso, “La Odisea” es un buen discurso, “Las Venas Abiertas De América latina” es un buen discurso. “Los Aló Presidentes” son buenos discursos”.
Atención, que estoy hablando de la generalidad de las personas. Sé de oradores, cuyos discursos les generaron problemas graves porque son, o fueron, la expresión genuina del sentir de quien lo pronunció apegado a la verdad. Así hay personas que no preparan un discurso en ocasión de situaciones especiales, a los fines de resaltar individualmente y generar una opinión intencionalmente favorable, si no que -por el contrario-, son personas que sienten lo que dicen y dicen lo que sienten. ¿Quién no recuerda aquel discurso del eterno camarada Hugo Chávez Frías, cuando ante la tribuna de ese mamotreto llamado ONU, inició su sentido discurso, nacido de sus entrañas irreverentes y expresivas del sentir popular de su pueblo, con “..Aquí huele a azufre…”, refiriéndose al presidente más asesino -para ese entonces- del imperio terrorista de Estados Unidos de Norteamérica, George W. Bush ? Ese fue un discurso brotado de un manantial de ideas y conciencia, que se proyecta aún hoy como volcán activado en su máxima potencia. Así son las palabras brotadas del alma. Así mismo, ¿ quién no tiene en su memoria esas maratónicas expresiones de ciencia política cierta, del gigante de la historia contemporánea, Fidel Castro Ruz ? Esas si son piezas de oratoria y discursivas por excelencia. Sin libretos, sin preparativos, pero siempre cargadas de inmensas verdades.
Lamentablemente existen discursos fingidos, y, por lo tanto, dejan de ser discursos para ser sólo palabras. Por ejemplo aquel discurso de Obama cuando prometió reivindicaciones para los inmigrantes y cerrar la base de tortura en Guantánamo. Ese fue un discurso electorero, vacuo, que no contuvo ningún sentimiento noble. Sólo palabras vacías en procura de engañar a un colectivo ávido de justicia y seguridad social. La diferencia entre aquel discurso del hombre caribeño de gran estatura moral, que fustigó al diablo en su propio patio, y el del enano norteño, que con falsas predicas humilló a su pueblo y a su raza, para convertirse luego en el sarcástico castigador de la fe y la ilusión de esas mayorías de electores que le favorecieron -confiados en unas palabras vacías y sin sentimientos-, es inmensa. Por una parte, uno fue, es y será honesto (un discurso). Por la otra, sólo la continuación de una burla ininterrumpida contra los pueblos del mundo, y, especialmente, contra el pueblo de los Estados Unidos. Un pueblo hundido en la más oscura ignorancia, al creer que la peor dictadura del mundo, en la que lo tienen sumido, es una democracia.
Detrás de esos discursos, se esconden dos concepciones del mundo. Uno, fatuo, elitista, represivo, mentiroso, burlador… que desprecia la paz, la solidaridad, el amor y la convivencia pacífica… y hasta convierte la muerte en negocio, en una mercancía que da dividendos a quienes fabrican armas y que creen estúpidamente que son mejores que la mayoría. Tan sólo porque han acumulado montones de cosas denominadas riquezas, que a final de cuentas son apenas vanidades enfermizas y reflejos ciertos de complejos de inferioridad, que pretenden aparentar superioridad. El otro, en cambio, refleja el aprecio y valoración por la naturaleza, la humanidad y la vida misma. Este último es un discurso noble, sentido e impregnado de sentimientos de paz y solidaridad. El primero es definitorio de capitalismo. El segundo de socialismo, o mejor, de comunismo humanista. Carlos Marx, Lenin, Trotsky, Mariátegui, Castro, Chávez, son algunos, entre otros notables pensadores que alimentan esa corriente del pensamiento. Del capitalismo podemos destacar: Thorstein Veblen, Joseph Schumpeter, Francois Perroux, Eduard Bernstein, Rudolf Hilderfending, etc. Y los representantes de neoliberalismo pragmático, o mejor dicho ‘neonazismo-capitalista- guerrerista’, como: Nelson Rockefeller, Amancio Ortega, Donald Rumsfeld, Warren Buffett, Peter Sutherland, Bill Gates, Paul Wolfowitz, Carlos Slim, entre otros…
En todo este panorama está claro que el capitalismo es insostenible. Incluso si se cumpliera la predica de sus máximos representantes, en cuanto a que es necesario exterminar una tercera parte de la población mundial para poder disponer de la mayor cantidad posible de los recursos naturales que quedan en el planeta. Puesto que la propia esencia del capitalismo: la avaricia y el egoísmo, hacen imposible la coexistencia pacífica, y, por lo tanto, los deseos de unos por dominar y controlar a los otros grandes capitalistas, hará que la destrucción del planeta sea inevitable. No olvidemos las grandes cantidades de armas de destrucción nuclear existentes y los propios niveles de disociación mental de los capitalistas que las controlan en gran proporción, mediante gobiernos títeres como los de USA, Israel, Francia, Inglaterra, etc.
Por estas y otras razones es que se hace preciso decir que no es posible hablar de revolución socialista y sostener -a la vez- todas las estructuras capitalistas existentes en un país. La tarea no es fácil, eso se sabe, pero hay que ir avanzando, demoliendo lo viejo y construyendo lo nuevo. Lo más duro de esa tarea está en la mente. Como dice el Che “Hay que construir al hombre nuevo“. Pero si se emprende la labor, sólo será cuestión de tiempo. Lo primordial es iniciar la construcción de ese hombre nuevo. Para poder establecer las bases de una nueva sociedad, de una nueva historia, es necesario un primer paso. En este caso, el discurso debe corresponderse con la práctica: Decir, hacer y corregir sobre la marcha. Demoler y construir. No hay lugar para la mentira, la impunidad, el engaño y, sobre todo, la impunidad.
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