domingo, 2 de junio de 2013

¿Entonces, en qué quedamos: Santos es una rata o no?



Clodovaldo Hernández


No nos queda bien eso de decir ahora que Santos es una rata. Primero porque es algo que la mayoría de los revolucionarios siempre han sabido y al decirlo a estas alturas y –con tanto énfasis dramático– queda uno como el cornudo o la cornuda que se ha venido haciendo el loco o la loca con las andanzas de su pareja y, de buenas a primeras, arma un zafarrancho.

Pero hay algo peor que la ingenuidad y eso es el relativismo moral. Me explico: si siempre hemos sabido que es una rata, pero mirábamos para otro lado por conveniencia política y ahora, que nos hizo enfadar, se lo sacamos en cara, damos la impresión de ser unos redomados farsantes. Aunque, claro, siempre le podemos buscar la vuelta racional diciendo que en materia de relaciones internacionales el que no es hipócrita se muere chiquito.

Mis habituales compañeros de reflexiones revolucionarias me dicen que la persona que nos hizo pensar que Santos era nuestro pana del alma fue nada menos que el Presidente Hugo Chávez, quien –acotan– no era ni inocentón ni acomodaticio. Un amigo, al que llaman “el profesor de Historia” (porque siempre maneja el contexto del pasado reciente y remoto) me reta socarronamente: “Fue Chávez quien nos convenció de que era su nuevo mejor amigo, ¿estaba equivocado?”. Es una provocación del Profe, quien sabe que en ese punto (la presunta infalibilidad del líder) languidece una buena parte de los debates endógenos, sobre todo porque nadie quiere ofender la memoria del comandante supremo.

En honor a la verdad, si en algo Chávez se equivocaba a menudo era precisamente escogiendo a sus mejores amigos. Si usted tiene dudas, veamos únicamente (para no entrar en larguísimas enumeraciones) lo que le pasó con el siniestro adulto mayor Luis Miquilena. ¡Huy! Cuando este personaje era chavista, los opositores lo llamaban el capo de todos los capos, pero en rigor terminó siendo el traidor de todos los traidores. Por cierto, Chávez era tan rematadamente malo para escoger amigos que, en los últimos meses de su vida, andaba en onda de perdonar al malvado viejecito. Saque usted la cuenta.

Bueno, pero decir que la sospechosa amistad de Santos fue un embarque que nos echó el comandante sería incurrir en aquello de “culpe’Chave”, deporte que es mejor dejarle al escualidismo rabioso. Más nos vale que miremos hacia el aquí y el ahora y pensemos qué vamos a hacer de hoy en adelante con semejante amigazo. ¿Vamos a seguir siendo compinches o vamos a mandarlo al mismo sitio donde el comandante mandó a Uribe?

Lo importante es que la posición que asumamos sea coherente con lo que hemos dicho antes; coherente con lo que hemos hecho; y coherente con lo que decimos que somos. Es justo y necesario porque esto de hablar maravillas del distinguido caballero un día, y pestes del muy desgraciado al siguiente, suena demasiado loco. Incluso para gente como nosotros que –por herencia- no sabe escoger amigos.

(clodoher@yahoo.com)

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