Hace un par de años, me preguntó una amiga, muy en serio, si
Chávez había ido alguna vez a Disney World. Ella, tejiendo lo que creía que
eran ideas, argumentaba que un día en el Reino Mágico le haría cambiar su
percepción distorsionada de los EEUU. Que un día con Mickey sería suficiente
para cambiar ese discurso agresivo antiimperialista que la avergonzaba tanto,
que dañaba la imagen de la gente decente que viaja, no solo a Disney sino a
Miami también.
Nadie que construya un lugar tan maravilloso puede ser malo.
-Decía con cara iluminada de Hada Azul y transfigurándose en bruja malvada
concluía: Yo lo que creo es que les tiene envidia.
Esa misma amiga, amamantada con cuentos de princesas y
ferviente lectora de Hola, se consumió de pena ajena cuando Juan Carlos El
Bribón quiso callar a Chávez y Chávez no se calló. ¡Cómo se le ocurre faltarle
así el respeto a un Rey! -sentenció entonces, monárquica, sintiendo así que
ascendía varios escalones en la empinadísima escalera social.
Y ascendiendo ayer clamaba junto a unas amigas mientras
tomaban café: “Lo que nos faltaba, ahora también somos bolivianos”. Mirándose
en el espejo de Sony Televisión, descargó su acostumbrada arrechera, esta vez,
contra “el indio ese” que cree que puede someter a los gobiernos europeos a su
voluntad, ignorando que Europa tiene derecho a su soberanía, que si ellos
creen, sospechan o dudan pueden hacer lo que quieran, que bien hecho plátano
hecho, que si a “esa gente” -se refiere a nuestra gente, es decir, a nosotros,
o sea, a ella misma- la devuelven en los aeropuertos por algo será; además de
la mala fama que nos hemos ganado por culpa de estos gobiernos -nuestros
gobiernos, su gobierno aunque ¡no es no!- que no hacen sino desafiar a los
países civilizados, en lugar de tratar de ser como ellos. -Sentenciaba
ahogándose en la superficialidad de su capuccino.
Y, de paso, pretenden que Europa se disculpe. Se reúnen
siete países de mierda -nuestros países, su país- con el fin de acorralar, sin
tener con qué, a otros que sí tienen historia y cultura… decencia. Y uno muerto
de la pena queriendo enterrar la cabeza como un avestruz, porque eso nos
salpica a todos y es así como termina uno en la misma cola del aeropuerto, en el
mismo cuartico, bajo las mismas sospechas que los sospechosos, todo por culpa
de estos irresponsables que dicen hablar en nuestro nombre.
Mientras que en Cochabamba, nuestros presidentes hablaban de
dignidad, unión y grandeza, mi amiga y sus amigas despotricaban chacumbélicas,
orgullosas de pertenecer a ese sector de la sociedad que defiende, decente y
pensantemente, la libertad de ser esclavos.
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