Esperé una
semana a que el gobierno de mi país pidiese formalmente disculpas por el acto
de piratería aérea y de terrorismo de estado que cometió, junto a España,
Francia e Italia al no autorizar la escala técnica de su avión cuando regresaba
a Bolivia después de una reunión en Moscú, ofendiendo la dignidad y la
soberanía de su país y poniendo en riesgo su propia vida. No esperaba que lo
hiciese, pues conozco y sufro el colapso diario de la legalidad nacional e
internacional en curso en mi país y en los países vecinos, la mediocridad moral
y política de las élites que nos gobiernan, y el refugio precario de la
dignidad y de la esperanza en las conciencias, en las calles, en las plazas,
mucho tiempo después de haber sido expulsadas de las instituciones.
No pidió
disculpas. Las pido yo, un ciudadano común, avergonzado por pertenecer a un
país y a un continente que es capaz de cometer esta afrenta y de hacerlo
impunemente, ya que ninguna instancia internacional se atreve a enfrentarse a
los autores y mandantes de este crimen internacional. Mi petición de disculpas
no tiene ningún valor diplomático, pero tal vez tiene un valor superior, en la
medida en que, lejos de ser un acto individual, es la expresión de un
sentimiento colectivo, mucho más importante del que puede imaginar, por parte
de los ciudadanos indignados que todos los días suman más razones para no
sentirse representados por sus representantes. El crimen cometido contra usted
fue una más de esas razones. Nos alegramos de su regreso seguro a casa y vibramos
con la calurosa acogida que le dio su pueblo al aterrizar en El Alto. Sepa,
Señor Presidente, que, a muchos kilómetros de distancia, muchos de nosotros
estábamos allí, embebidos en el aire mágico de los Andes.
El señor
Presidente sabe mejor que cualquiera de nosotros que se trató de un acto más de
arrogancia colonial en el curso de una larga y dolorosa historia de opresión,
violencia y supremacía racial. Para Europa, un presidente indio es más indio
que presidente y, por eso, es de esperar que transporte droga o terroristas en
su avión presidencial. Una sospecha de un blanco contra un indio es mil veces
más creíble que la sospecha de un indio contra un blanco.
Conviene
recordar que los europeos, en la figura del papa Pablo III, sólo reconocieron
que la gente de su pueblo tenía alma humana en 1537 (bula Sublimis Deus), y
consiguieron ser tan ignominiosos en los términos en que rechazaron ese
reconocimiento durante décadas como en los términos en los que finalmente lo
aceptaron.
Se
necesitaron 469 años para que fuera elegido, en su persona, un presidente
indígena en un país de mayoría indígena. Pero también sé que está atento a las
diferencias en las continuidades. La humillación de la que fue víctima, ¿fue
una acto de arrogancia colonial o de sumisión colonial? Recordemos otro
“incidente” reciente entre gobernantes europeos y latinoamericanos. El 10 de
noviembre de 2007, durante la XVII Cumbre Iberoamericana en Chile, el Rey de
España, molesto por lo que escuchaba del añorado presidente Hugo Chávez, se dirigió
a él intempestivamente y le mandó callar. La frase “por qué no te callas”
pasará a la historia de las relaciones internacionales como un símbolo
cruelmente revelador de las cuentas por saldar entre las potencias
excolonizadoras y sus excolonias. De hecho, es inimaginable que un jefe de
Estado europeo se dirija en estos términos públicamente a otro congénere
europeo, por cualesquiera que fueran las razones.
El señor
presidente fue víctima de una agresión todavía más humillante, pero no se le
escapará el hecho de que, en su caso, Europa no actuó espontáneamente. Lo hizo
bajo órdenes de los Estados Unidos y, al hacerlo, se sometió a la ilegalidad
internacional impuesta por el imperialismo norteamericano, tal y como, años
antes, lo hiciera al autorizar el sobrevuelo de su espacio aéreo para vuelos
clandestinos de la CIA, transportando a sospechosos camino de Guantánamo, en
clara violación del derecho internacional. Señales de los tiempos, señor
presidente: la arrogancia colonial europea ya no puede ser ejercida sin
sumisión colonial.
Este
continente se está quedando demasiado pequeño para poder ser grande sin estar
sobre los hombros de otro. Nada de esto absuelve a las élites europeas. Sólo
profundiza la distancia entre ellas y tantos europeos, como yo, que ven en
Bolivia un país amigo y respetan la dignidad de su pueblo y la legitimidad de
sus autoridades democráticas.
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