Los
gringos suelen vender todo en kits, esos paquetes “hágalo usted mismo”
para creer que estás haciendo algo de verdad. Los kits son
simplificaciones de cualquier cosa cuyo resultado final es una pésima
simulación de aquello que se pretendió simplificar. Como el kit para
hacer un papagayo chino en tres pasos, cuando a un chino le tomaría tres
semanas hacer uno igual, y que vuele, claro… Los kits venden la ilusión
de que no hay nada que no puedas hacer mientras sigas las instrucciones
tal como lo indica el manual, convirtiéndote en un ser todopoderoso que
en un… dos… tres, puede hacer, ya sea, un mousse de chocolate, o una
réplica de La Capilla Sixtina en la sala de tu casa, o si te apetece
-¿por qué no?- una revolución.
Es
así como nos llegan la revoluciones de colores, en un kit tumba
gobiernos que en Venezuela siempre termina desteñido a pesar de contar
este con selectos ingredientes: Un reparto de fotogénicos muchachos y
muchachas, como sacados de una valla de Benetton para que nadie diga que
no hay negritos en tan colorida revolución; un batallón de fotógrafos
de todas las agencias internacionales, un guión tira la piedra -y las
molotovs- y esconde la mano con héroes y villanos prefabricados, con
mucho miedo, con mucha desinformación, con lemas publicitarios para cada
ocasión y las redes sociales para lanzarle al mundo, o sea, a la
“comunidad internacional”, horrendas escenas de represión que si no se
dan del todo como quisieran, vienen incluidas en el kit en una selecta
colección de imágenes de qué importa de dónde sean mientras le pongas la
etiqueta que la identifique como, o sea, #SOSVenezuela.
Abre
la caja, marcha bonito, foto, foto, foto, ¡tuit! Crea caos, quema,
rompe, tranca. Los medios te llamarán héroe y si no cala, infiltrados, y
ya está. Llegan las fuerzas de orden público, foto, foto, foto ¡tuit!
Ponte ahí muchacha con cara de llanto y bandera enrollada en el cuello,
tírate encima de los escudos de la Guardia Nacional, insúltalos porque
la foto solo dirá represión. Llora…
Una
y otra vez, una y otra vez hasta el hastío, la noticia ya no es tal, la
revolución colorida, sin pueblo, se destiñe; y ellos insisten con el
empeño necio de la mosca que choca contra los cristales, sin pensar que
su kit no es más que frustración en una cajita.
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