Hace tres semanas, millones de venezolanos salimos a votar voluntariamente, conscientemente, aceptando al CNE como árbitro; porque si no lo aceptábamos, ¿para qué íbamos a votar entonces?. Votamos pacíficamente, todos con la misma
certeza de que lo hacíamos para tener un país mejor, no solo para nosotros, sino para nuestros hijos y nietos. Sabíamos que había dos opciones y cada quien votó por la suya. Sabíamos que se gana o se pierde, aunque sea por un voto, así son las elecciones, lo sabíamos y así votamos; en cada voto una voz, millones de voces que, en ningún caso, salvo pocas y destempladas excepciones, pedían angustia, rabia, violencia, zozobra...
Han pasado tres semanas y la oposición parece estar secuestrada por un grupito de dirigentes que no muestra la más mínima voluntad de hacer política y construir desde los espacios que han ganado de manera justa y transparente el elecciones previas, recientes y no tanto, estas sí, incuestionables. No hay en ellos un ápice de respeto por la voluntad de las mayorías, y ya no hablo de la voluntad electoral sino de la voluntad firme e irrevocable de los venezolanos, chavistas o no, de vivir en paz, como lo hemos hecho durante todos estos años, contra viento y marea.
Malos perdedores que arrastran consigo a buenas personas que confían en ellos, que creen ciegamente todo lo que les dicen, aunque lo que le digan hoy contradiga a lo que les dijeron ayer. Y alzan la voz y las cacerolas porque queremos una auditoria, porque ahora no la queremos, queremos otra cosa, que ahora no queremos porque vamos a impugnar las mesas dudosas, que no, que ahora no son las mesas, impugnaremos toda la elección en un tribunal que, desde ya te aviso, desconozco, que iremos a Europa y Washington para rogarles que se metan en nuestros asuntos, plis, que no reconocemos, que ¡No es no!. Que se den bofetadas las vecinas o mejor la calle entera, que se incendie la ciudad, el país, que en nombre del no me da la perra gana, bien vale la pena jugarse la paz.
Así siguen hablando los cuatro loquitos, jugando con la vida de quienes les dieron sus votos. Y callan los viejos zorros adeco-copeyanos, calculando su revancha antisifrina en próximas elecciones. Mientras tanto la locura se cuece sola en su salsa.
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