No pasa cada
día, al menos no tan escandalosamente. No lo hacen todos lo opositores, al
menos no se atreven a hacerlo más allá del mundo virtual -¡tuit!-, pero pasa.
La deshumanización del que piensa distinto pasa, la irracionalidad que
convierte a los chavistas en monstruos peludos a lo ojos de gente normal y
corriente con quienes
convivimos pasa. Esta es la historia de una tarde en un
parque, que pudo también ser en un restaurante. Es la historia de los que se
atreven a convertir en acciones lo que les indujeron a creer… a temer.
“Soy una
madre amorosa, demócrata y defensora de la paz, y sobre todo, de los derechos
humanos de los humanos, y esto no es una redundancia. Me explico: No todos
somos humanos, para serlo hay que cumplir con unos requisitos simples a los
ojos de quienes los cumplimos, pero imposibles para los que, aún pareciendo
personas, basta levantarles una capita de pintura para saber que no lo son.
Yo lo
reduzco a una sola frase: Chavista no es gente. Lo comprendí tras un encuentro
cercano con uno de esos especímenes del demonio. Una mujer con cochecito; la
muy miserable tenía cara de mamá y, ¡peor!, el bebé tenía cara de bebé y hasta
chupaba un chupón simulando estar dormidito, ¡qué dormido iba a estar!, si esos
no le dan descanso a la maldad. Con ellos había un piojoso jugando en el
mismísimo parquecito donde juega mi Julian, y hasta le prestaba sus juguetes
como parte del plan malvado para engatusar a la gente decente pensante de este
país.
Mimetizándose
entre la gente de bien, venían al parque cada tarde, hasta compartimos el mismo
banco -me acuerdo y me muero de angustia y grima-. Pero la verdad, como la
mierda, siempre sale a flote, y la mierda flotó: La delató su sonrisa, porque
todos sabemos que en esta pesadilla de país los únicos capaces de sonreír con
descarada felicidad son los chavistas. Tuve un pálpito y le pregunté a
quemarropa, -y malaya que para quemarropearla no tenia sino preguntas- ¿Tú como
que eres chavista? Y ella, con esa sonrisa malévola y cínica, me contestó que
sí.
La puse en
su sitio con merecidos insultos, las otras madres decentes del parque hicieron
los propio ¡Y ay de la que no lo hiciera!. El supuesto bebé lloraba. ¡Bien
hecho! – Llora como lloramos nosotros viendo la realidad del país por
Globovisión. El otro piojoso recogía sus juguetes, mientras le gritábamos que
su mamá se los compró con dinero robado. Con lágrimas de cocodrilo que a nadie
engañan corrió a meterse en las faldas fuera de moda y de pésimo gusto de su
mamá.
¡Fuera,
fuera! gritamos la madres decentes del parque, librando una batalla en pro de
la paz y los derechos humanos que son violados a diario por los chavistas en
este pobre y miserable país.
¡Libertad,
libertad!”
¿Con qué se
combate la irracionalidad?
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