viernes, 10 de mayo de 2013

Cualquier parecido con la realidad…


No pasa cada día, al menos no tan escandalosamente. No lo hacen todos lo opositores, al menos no se atreven a hacerlo más allá del mundo virtual -¡tuit!-, pero pasa. La deshumanización del que piensa distinto pasa, la irracionalidad que convierte a los chavistas en monstruos peludos a lo ojos de gente normal y corriente con quienes
convivimos pasa. Esta es la historia de una tarde en un parque, que pudo también ser en un restaurante. Es la historia de los que se atreven a convertir en acciones lo que les indujeron a creer… a temer.

“Soy una madre amorosa, demócrata y defensora de la paz, y sobre todo, de los derechos humanos de los humanos, y esto no es una redundancia. Me explico: No todos somos humanos, para serlo hay que cumplir con unos requisitos simples a los ojos de quienes los cumplimos, pero imposibles para los que, aún pareciendo personas, basta levantarles una capita de pintura para saber que no lo son.

Yo lo reduzco a una sola frase: Chavista no es gente. Lo comprendí tras un encuentro cercano con uno de esos especímenes del demonio. Una mujer con cochecito; la muy miserable tenía cara de mamá y, ¡peor!, el bebé tenía cara de bebé y hasta chupaba un chupón simulando estar dormidito, ¡qué dormido iba a estar!, si esos no le dan descanso a la maldad. Con ellos había un piojoso jugando en el mismísimo parquecito donde juega mi Julian, y hasta le prestaba sus juguetes como parte del plan malvado para engatusar a la gente decente pensante de este país.

Mimetizándose entre la gente de bien, venían al parque cada tarde, hasta compartimos el mismo banco -me acuerdo y me muero de angustia y grima-. Pero la verdad, como la mierda, siempre sale a flote, y la mierda flotó: La delató su sonrisa, porque todos sabemos que en esta pesadilla de país los únicos capaces de sonreír con descarada felicidad son los chavistas. Tuve un pálpito y le pregunté a quemarropa, -y malaya que para quemarropearla no tenia sino preguntas- ¿Tú como que eres chavista? Y ella, con esa sonrisa malévola y cínica, me contestó que sí.

La puse en su sitio con merecidos insultos, las otras madres decentes del parque hicieron los propio ¡Y ay de la que no lo hiciera!. El supuesto bebé lloraba. ¡Bien hecho! – Llora como lloramos nosotros viendo la realidad del país por Globovisión. El otro piojoso recogía sus juguetes, mientras le gritábamos que su mamá se los compró con dinero robado. Con lágrimas de cocodrilo que a nadie engañan corrió a meterse en las faldas fuera de moda y de pésimo gusto de su mamá.

¡Fuera, fuera! gritamos la madres decentes del parque, librando una batalla en pro de la paz y los derechos humanos que son violados a diario por los chavistas en este pobre y miserable país.

¡Libertad, libertad!”

¿Con qué se combate la irracionalidad?

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