lunes, 15 de diciembre de 2014

"No puedo respirar”

No puedo respirar, fueron las últimas palabras de Eric Garner que murió estrangulado por un policía de Nueva York. Su delito merecedor de la pena de muerte, así, en plena calle, arrebatados a sus derechos más elementales: vender cigarrillos ilegales, es decir que ese señor, sospechosamente negro, compraba una cajetilla de cigarros, la abría, y vendía su contenido a cualquier fumador que lo quisiera comprar, cosa peligrosísima que ponía en riesgo la vida de los ciudadanos de la Gran Manzana, porque todos sabemos que el cigarro hace daño. Eric Garner ya no está y los neoyorquinos pueden volver a caminar seguros por sus calles libres de humo.
Tamir Rice no pudo decir nada antes de morir. Jugaba en una plaza de Cleveland a lo que la sociedad le enseñó a jugar: vestido como un “gangsta” de esos que salen en MTV, con una pistola de juguete disparaba como sus héroes de la tele y los video juegos. Un niño de doce años en una plaza, una una llamada al 911, una patrulla que irrumpe al mejor estilo de Hollywood, ni una palabra, ni una advertencia, solo los disparos de un policía que jugaba irresponsablemente a ser héroe de la tele pero con una placa y una pistola de verdad.
Dias antes, el joven Michael Brown murió abatido por la policía en Ferguson. Fue entonces la gota que rebasó el vaso y que sigue goteando impunemente, manos blancas de “la ley” arrebatando vidas negras, encubiertas por un manto de silencio que ya no puede contener los gritos.
En las calles de Nueva York miles claman justicia mientras se enciende un opulento árbol de navidad en el Rockefeller Center y los príncipes de Gales visitan la ciudad. Así, entre el cadáver de un pino enorme y los trajes de la princesa, los medios abrazan el disimulo.
En Washington, el Senado descubre lo que todos sabíamos: La CIA tortura gente en centros de detención clandestinos. Con ensayados gestos de repudio, los senadores relatan los procedimientos relatables y añaden compungidos, que las esmeradas torturas no sirvieron para nada. No habrá consecuencias, concluyen.
El mismo día, ese mismo Senado, cínicamente mira al Sur -sus ojos evitando tantas fosas comunes que “ya me cansé”- y condena a Venezuela por violación de los derechos humanos. El mundo, asfixiado por la policía del mundo, los mira, nos mira y dice: What the fuck?

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