martes, 21 de octubre de 2014

Mientras llega la captahuellas

Ella llegó al Farmatodo temprano en la mañana. Tenía que comprar pañales para su bebé. Un hombre, que no es empleado del local y que hace meses tomó el mando de la zona, le marca el brazo con un número: 324. Ella pregunta por qué ese número tan alto si ahí no hay tanta gente y la respuesta fue una amenazante invitación a quedarse callada.
A las once, en el estacionamiento no cabe un alma: gente sentada en todos lados, muchos con bolsas llenas de productos. Un hombre a la sombra de un árbol, con cuatro bultos de papel higiénico, hace señas a una mujer que viene y le trae dos bultos más. A su lado, una mujer duerme sobre un cartón con su bebé de pocos meses. Un chichero vende su producto. Hay quienes llevan viandas y cavas con su almuerzo y merienda. La cola crece y el “organizador” se jacta a voz en cuello sobre las “negras” que tiene para callarle la boca a los “llorones”. Son cuatro mujeres fuertes que agreden a quien se queje de los tratos extraños que ven mientras esperan en la cola. Están ahí todos los días, ese es su nuevo “trabajo”.
Dentro de la farmacia, el caos. Decenas de personas comprando lo que sea. Gente pidiendo medicinas como al azar, listados de medicamentos que ni para un paciente con mil enfermedades juntas. Un hombre sale con 25 paquetes de galletas María y uno se pregunta cuántas meriendas son esas, afuera entrega su botín a otro hombre que tiene varias bolsas con otros productos repetidos por decenas.
Todos los días salen del Farmatodo cientos de bultos de pañales, uno se asombra porque éstos superan con creces el número de culitos que los necesitan. Se puede comprar pañales, sin hacer cola, en cualquier parte; eso sí, detallados, a quince bolívares cada uno. Los he visto hasta en una licorería y he visto a madres comprarlos resignadas.
Esto pasa a plena luz del día, todos los días, y no solo en Farmatodo sino en otros comercios que también han sido tomados.
El superintendente Andrés Eloy Mendez, habló de “peinar el territorio” para detener a los revendedores y yo creo que, más fácil que mandar a 500 fiscales a buscar bachaqueros desperdigados, sería ir a atajarlos ahí, en la puerta de los locales dónde comienza su delito; donde prosperan redes mafiosas que amenazan, atropellan y destruyen todo esfuerzo que hagamos a favor del abastecimiento.

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