Ella
no le veía la gracia. Poco le importaba el silabario que le decía que
“Tito toca la tuba”. Los números le fascinaban hasta que se los
encerraron en un cuaderno cuadriculado, entonces se convirtieron en
bostezos. Su salón era una jaula de cuatro paredes y una ventana con
vistas al mundo, y el mundo atrapado en un pizarrón…
Sentada
junto a la ventana, cada día veía a un pajarito que, según ella, venía a
saludarla. Pintaba a sus amigos en una libreta y pintando descubrió la
posibilidad de volar. El mundo fuera de su jaula creció en su cuaderno
de dibujo donde ella pintaba mientras el cole pasaba. ¿Qué es lo que más
te gusta del cole? -Le pregunté- Y respondió sin dudarlo “Cuando me
vienes a buscar”. Apenas tenía tres años.
En
la paz de sus dibujos todo se fue colando, a sus tiempos, a veces
apresurados y otras con toda la calma del mundo, porque ella siempre
supo preservarse de las exigencias ajenas. Observaba y observaba y ¡ay
mi madre cuando preguntaba! De repente todo tenía sentido. Así entendió
tantas cosas. En el jardín resolvió todas las artes y las ciencias,
incluso la alquimia. Un ciempiés le bastaba para saltar de la zoología a
la botánica y de ahí a la geografía, y uno, dos tres cuatro,
matemáticas, esas formas en su cuerpo, geometría y tantos pies para un
solo bichito, física, y huele mal cuando lo agarro, química, siempre
cantando canciones con cien patas… luego al cole al tedio de la
caligrafía, tablas y el encierro.
En
su cuaderno de dibujo ella recrea al mundo procurando con sus trazos
historias con finales felices, posibles. Mi niña grande aprende, dibuja y
me enseña. Mi niña maestra con ojos asombrados, valientes, decididos a
mirar por si mismos.
Luego
su hermana, mi niña de la selva, la que no calzó zapatos hasta su
primer día de cole, cuatro años de piececitos libres. La niña cachorro
que creció entre enormes perros peludos. Ahí va para tercer grado con su
letra grandota, con su “a” rebelde que desafía la uniformidad de la
caligrafía, y con los veintitantos cortos de animación que ella misma
hizo en mi computadora. Con sus dinosaurios de nombres impronunciables
anotados en su libretica. Con sus chistes brillantes y la misma lucidez
de su hermana grande que va para cuarto año lisita, con su cuaderno de
dibujo a su asiento junto a la ventana.
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