Si
en algo ha sido consistente la oposición venezolana es en su “no es
no”. Años y años atacando al “Estado paternalista que “acostumbra a los
pobres, a punta de dádivas a la vagancia”, para encontrarlos hoy
chillando en contra el posible y necesario ajuste del precio de la
gasolina. Su argumento es un amenazador “esto va disparar los precios de
todo afectando al pueblo”. Esto mientras despotrican, como siempre,
contra los alimentos subsidiados de Mercal y contra las demás misiones
que benefician al mismo pueblo por el que hoy dicen levantar la voz.
Entonces
parece que hay subsidios buenos y subsidios malos, así como
regulaciones de precios buenas y regulaciones malas, según les convenga.
Y así nos enteramos de que el precio de la gasolina debe permanecer
intacto, según afirman los mismos que claman por la liberación de los
precios de los productos regulados, “por los desequilibrios que la
regulación produce en los mercados al interferir con la sagrada mano
invisible y por supuesto, porque ningún empresario va a producir a
pérdida, ni que fuera idiota”. Pero PDVSA sí debe ser tan idiota que ni
siquiera puede pretender producir a costo; ahí sí les vale la regaladera
pero, eso sí, chillando, a la vez, por “la falta de inversiones en las
refinerías” mientras ruegan por un accidente industrial que les permita
decir en escandalosos titulares de prensa “¡Te lo dije!”.
Ni
una palabra sobre el derroche de un producto cuyo precio insignificante
nos ha llevado a dilapidarlo de manera irresponsable. Nada sobre el
impacto de este derroche, no solo en lo económico, sino en lo ambiental,
entre tantas otras cosas. Ni una sola propuesta, eso sí, muchas
referencias al 27 de febrero del 1989, y al simplismo que supone reducir
las causas de aquel estallido social al aumento de la gasolina. Ni una
palabra sobre el hambre que ya no resistía ni una sola gota menos porque
rebosaría el vaso, ni pío sobre el chaparrón que supuso “El Paquetazo”
que les arrebató a las mayorías empobrecidas hasta el agua de espagueti
con el que las madres hacían los teteros de sus niños. No era la
gasolina, eso lo sabemos, y lo saben ellos; era la injusticia social
metódicamente impuesta por los mismos que hoy, con su pasado oscuro y
con su discurso vacío, por oponerse a todo, balbucean que “no es no”.
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