Cerquita de mi casa en Barcelona, la de España, había un pino enorme llamado El Millenari porque tenía poco más de mil años. Estaba sembrado frente a una masía, una casa de piedra típicamente catalana que tenía tallada en uno de sus muros su fecha de construcción: 1412
Había un parque natural detrás de pino y la masía. El Collserola, así se llama el parque, una montaña moteada con bosques de pinos mediterráneos que dan toques de verde oscuro a la aridez de Barcelona.
Mis vecinos se adentraban en el parque y regresaban cargados de espárragos silvestres, higos, setas, almendras y caracoles que luego me regalaban con alguna recomendación culinaria. Yo quise buscar espárragos; Jaume, mi vecino querido, me había dicho cómo encontrarlos: “es muy fácil, tú los verás ahí creciendo en todos lados”. Volví siempre con las manos vacías y un sabor a desarraigo que me duraba semanas en la boca.
De entrada, El Millenari con sus mil años de historia que yo desconocía. Luego la casa de piedra que guardaba entre sus muros siglos de costumbres que no eran mías. Adelante, el bosque con sus secretos a plena vista de estos ojos caribeños no los sabían ver. La soledad más sola.
Habría sido esta soledad tolerable si en verdad hubiese estado sola, pero iba de la mano de mi hija de tres años que no paraba de preguntarme cosas. Mientras buscábamos higos sin saber cómo era una higuera, ella me preguntaba el nombre de cada árbol, de cada flor, de cada pajarito y con cada pregunta yo más me perdía más en el bosque del desarraigo. Pensando en tantas las cosas que podía contarle y que estaban tan lejos, respondía; llamémosle pajarito hasta que Jaume o Macario nos digan su nombre.
Una tarde de invierno, mi Gordo, mi niña y yo, acurrucados en el sofá, cambiábamos canales cuando aterrizamos en una novela venezolana. Los ojos de mi niña me miraron enormes, y luego a su papá y de vuelta a mi, ahora con una sonrisa luminosa y asombrada que decía: “¡Mira, hablan como nosotros!” ¡Nunca amé tanto a las novelas!
Su frase fue como un faro: Mi niña que no sabía lo que era vivir en Venezuela, se sentía “nosotros”… y nosotros llevándola tan lejos, inventándole una vida con calles sin recuerdos, pájaros sin nombre y fechas que no nos decían nada.
Mi niña preguntona que supo darnos todas las respuestas.
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