Gilberto A. Perdomo
El argumento para ofender
El ministro de instrucción pública, ¿Dr? Felipe Guevara Rojas *, presenta al Congreso Nacional (en 1914) los alegatos de la Corte donde testificaba legalmente, alegando que el monopolio de la educación por parte del Estado 'no ayudaba en nada al propósito del Código Instruccional de 1910’.
Su alegato fue certero y el fallo -resultante- fue permitir a la educación PRIVADA, ‘libertades’ que abarcaban desde la organización, la ejecución y las graduaciones, sin la intervención del estado venezolano.
Este triunfo de la oligarquía venezolana se convirtió en la “esperanza” del analfabeta funcional para entronizarse en el poder y regir los destinos económicos de la Venezuela emergente, la Venezuela petrolera.
Los hijos y las hijas de esa oligarquía “criolla” consiguieron, gracias a sus influencias políticas y sociales, y a sus recursos económicos, muchas facilidades para obtener títulos de instituciones privadas sin ninguna exigencia académica ni presencial, en ellas. Allí nació esa casta de venezolanos que se denominaron “meritocráticos”, doctores de ingeniería, derecho, medicina, pedagogos, etcétera. Fue desde 1915 hasta 1924 que rigió, olímpicamente, esta ‘modalidad para formar doctores’. Hasta 1940 no hubo oposición o crítica que tuviese validez frente a esta pléyade de profesionales “chimbos”, y es así como nace la casta social que terminó sirviendo a los intereses del capital norteamericano y europeo, a cambio de su entronización como herederos de la Venezuela de sus padres, funcionalmente analfabetas.
Las excepciones se conocen a montón, pero la mayoría de estas excelsas excepciones terminaba siendo relegada por los partidos donde militaban, o condenados por la jerarquía militar que se turnaba en el poder con la meritocracia ya asentada entre el pueblo venezolano. El atraso económico y político, y la deuda social acumulada -entre otras razones-, se fundamenta, en gran parte, en esta desgracia que nos ha tocado vivir y heredar de la mediocridad intelectual que siempre se aferró al poder.
Es por esto que no fabricamos vehículos de combustión interna, medicamentos, barcos, estructuras civiles de envergadura, educación genuina y de interés patrio... Nuestros conspicuos ‘meritócratas’ han hecho malabarismos para inculcarnos el sentido de la dependencia, y sumergirnos en nuestro miedo a la libertad. Esa gama social ha hecho cuanto puede, por la institucionalización de la economía de puertos y la dependencia tutelar, que con mucha suerte, y gracias al influjo de “dólares” petroleros, ha inoculado esa conciencia, hasta en los “genes”, de nuestra acomodaticia sociedad.
Casi todos los técnicos y profesionales que hoy hacemos vida académica en nuestro país fuimos formados en los países del “primer mundo”, es decir, en los países que años atrás nos colonizaron e impusieron sus normas, leyes y formas de pensar... Algo así como habernos tropezado con la misma piedra nuevamente.
Esto, para quien se precie como individuo, como ser racional y útil a la patria, es triste decirlo. Pero más triste es ver pasar los años sin que nada cambie. Por el contrario, cambiamos de cadena como quien ‘pela mandarinas’. Pero mayor vergüenza provoca que muchos de los “sortarios” de nuestros días migren, cual “mariposas” rosadas, hacia los brazos de los imperios que nunca dejarán de explotarnos, y que luego, si es que regresan, vengan a decirnos que nosotros somos mediocres y que no servimos para nada. Que lo bueno y adelantado está allá, en los imperios, y que hasta que no seamos como ellos no dejaremos de ser atrasados y pendejos. Esta gente pulula en nuestra Universidad y en nuestro sistema educativo, comercial e industrial. Esta gente ha sido la que ha dividido siempre al país, lo ha dividido entre brutos e inteligentes, y, por supuesto, ellos se creen los inteligentes… y explotan la ignorancia y la condición enajenada en que está sumido nuestro pueblo.
Ser revolucionario es una lucha cruenta porque nace de nuestra interioridad y confronta nuestra manera de ver y vivir las cosas. La lucha revolucionaria no es gritar e insultar, es formarse ideológicamente. En las universidades hemos sido dominados por la idea academicista aprendida de los centros educativos del famoso “primer mundo”, pero peor aún, de la mediocridad, aquella que lleva en sus “genes” la enseñanza aprendida por los ‘meritócratas’ y oligarcas de principios del siglo pasado, cuando graduarse de doctor sólo requería de dinero o influencias en el gobierno.
La academia no puede ser tiesa, almidonada. Tiene que ser combativa y participativa, tiene que partir de la realidad que representa “el constituyente”, el pueblo soberano. Un académico sin las vivencias de quien labra la tierra o maneja un autobús, de quien opera una máquina o recoge basura, de quien es temeroso del dios malo o sumiso al dios bueno, de quien añora un cupo para entrar a la Universidad o de quien se jacta de ingresar gracias a componendas o sobornos, no tiene mérito. Es por ello que quien regresa del extranjero con un grado, o con diplomas, con las agallas infladas de la risa, resulta mediocre frente a la (su) Universidad que le dio el “ser” que ostenta, y solo consigue acomodo entre sus pares seudoacadémicos, venidos a más en la institución y entre los mediocres cara dura que se han entronizado, amparados en la sinvergüenzura que nos hemos dado por comodidad e impotencia frente a la canalla.
Un colega profesor me escribió una carta hablando mal de un candidato a presidente porque dizque no tiene “carrera ni profesión” y sólo es chofer de autobús. Se enojó con mi respuesta cuando le pedí que leyera la biografía de Abraham Lincoln. Lo mismo pasó con otro que me escribió diciéndome que le hubimos molestado en su trabajo con un acto político que realizamos en la facultad de ingeniería el viernes pasado en homenaje al presidente Chávez, y se molestó cuando le dije que me parecía indigno que él no hubiese dicho lo mismo cuando el cinco de marzo, al conocerse el deceso del Presidente Chávez, en los pasillos y cafetín de su misma facultad, gente como él se desgañitaba descocadamente por tan doloroso suceso…
Y el otro colega, que se indignó porque le pregunté que quién había “elegido” a Carmona Estanga en abril del 2002. ¿Con cuántos votos -le dije- se autojuramentó?. Él me acababa de “chisporrotear” la inteligencia alegando que Nicolas Maduro no había sacado ni un voto y los chavistas ‘le habíamos hecho presidente’. Decía que era un usurpador... Desconocía las leyes y nuestra constitución pero se creía (se cree) un genio, un superdotado porque se graduó en Estados Unidos de América.
Y en la última “chorrada”, mi sempiterno contrario me invita a participar en el Consejo Universitario siguiente para escuchar la brillante ‘salida’ del rector y sus acólitos, frente a la agresión que ellos han hecho a nuestra Universidad al no reconocer la Ley Orgánica de Educación y convocar a las elecciones rectorales desde hace un año. Se molestó porque le dije que su (particular) delicadeza frente a la ignominia contra la casa que vencía las sombras, nuestra Universidad hoy, acrecentaba mi repugnancia contra la “meritocracia”, y me revelaba su (‘correspondencia’) ascendencia para con el ministro de instrucción pública ¿Dr? Felipe Guevara Rojas…
Así que, colegas, la Universidad no forma meritócratas, forma revolucionarios, pero el sistema imperante “tienta” el ego de todos y arrastra a muchos hasta lo más ruin de su ser, como por ejemplo mofarse de la muerte de otro; o desobedecer la ley para usufructuar poderes y prebendas; o desconocer los orígenes de nuestro gentilicio, negando hasta a los forjadores de la patria en que vivimos. La meritocracia es biyectiva con el academicismo. Esta es la faceta que niega la revolución universitaria y la que entorpece el ejercicio constituyente en su seno, la que niega el derecho a participar protagónicamente a todos sus miembros, y la que hace todo lo posible por evitar el acceso de las clases desposeídas al conocimiento... Son la negación del ser.
Así que, colega K., los pañuelos no secan las lágrimas que brotan del corazón.
La meritocracia, el academicismo y la “conchupancia” NO son Universidad... Duro contra esto
Un abrazo
Gilberto Perdomo
*Felipe Guevara Rojas asumió el cargo de rector de la Universidad Central de Venezuela el 10 de abril de 1912. Su afán en corregir las fallas en la disciplina académica de la Universidad le causa enemistades con profesores y alumnos; el acto inaugural del nuevo año académico (15.9.1912), sirve de pretexto para una tumultuosa manifestación de repudio hacia el rector; la intervención policial y la decisión de Guevara de expulsar de la Universidad a 10 profesores y 4 alumnos (Juan E. Barroeta, José Izquierdo, Enrique Tejera y Rafael Ernesto López), provocan una huelga de la Asociación General de Estudiantes (19.9.1912) mientras Guevara, al no conseguir el respaldo necesario por parte del profesorado, decide presentar su renuncia (octubre 1912); a raíz del incidente, el gobierno del general Juan Vicente Gómez ordena por 10 años la clausura de la Universidad Central (1.10.1912-4.7.1922). Nombradoministro de Instrucción Pública (enero 1913), Guevara Rojas inicia un controvertido plan general de reformas educativas cuyo esbozo, publicado en el volumen ‘Nuevo régimen de la instrucción en Venezuela’ (Caracas, 1915), propone la creación de un ‘Consejo Nacional de Instrucción’ que regule la presentación de exámenes y el otorgamiento de títulos y certificados educativos o docentes, prevé el establecimiento de 5 ramas educativas supervisadas por comisiones nacionales (primaria, secundaria, normalista, superior y especial) y reafirma la ‘libertad de enseñanza’ en el país (!). Creador de la Escuela de Medicina de Caracas (1915), logra un aumento en las subvenciones para la Academia Nacional de Medicina y de su revista Gaceta Médica, aunque haya sido rechazado como individuo de número en 1912. Elegido miembro de la Academia Venezolana de la Lengua (1915), no llega a incorporarse al morir prematuramente de fiebre tifoidea.
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