E
n Porlamar hay un ciber café donde venden jabón, papel higiénico,
azúcar, leche, harina de maíz a precios exorbitantes. Un día llegó un
fiscal del SUNDEE y se hizo una venta controlada. Al día siguiente abrió
el ciber café y vendió jabón, papel higiénico, azúcar, leche, harina de
maíz a precios exorbitantes.
En el terminal de Porlamar cualquiera se sienta en la acera, a plena
luz del día, con dos champú, y una bolsita de jabón de lavar ropa que
compró más temprano y ahí, en dos minutos hace el día vendiéndolo a
alguien que madrugó, no para bachaquear sino para ir cumplir con sus
ocho horas de trabajo. Por ahí pasó el SUNDEE y el bachaquero recogió
sus cosas porque mañana será otro día.
La vecina de un edificio en Juan Griego vende productos “escasos” a
sus propios vecinos por un ojo de la cara. Ahí ¿cómo hace el SUNDEE?
El gobierno debería hacer algo, me dicen en la calle, y yo creo que
tienen parte de razón pero no toda. El gobierno tiene el deber de
aplicar las medidas que anuncia sin las demoras y prórrogas eternas que
terminan diluyendo, no solo a la medida misma sino también la esperanza.
Siento que falta también una acción de los organismos de seguridad
del Estado para, desde la misma cola, penetrar y deshilachar la maraña
de redes de extorsión comercial cuya cabeza encontrarán, seguramente, no
en un barrio pobre sino en casas opulentas de unos señorones que nos
están haciendo una guerra, eso sí, sin ponerse un casco para no
despeinarse sus impecables copetes.
Pero una guerra no se gana solo con generales, para ganarla se necesitan soldados y ahí es a donde quería llegar.
Desde lo chiquito, lo individual; el ciber café de Porlamar, así como
el tipo del terminal o la vecina que se inventó un bodega clandestina
de propiedad horizontal, no existirían si no hubiera quién les pague
rescate por los productos que ellos nos secuestraron. Hacer un ejercicio
de razón y conciencia, negarse a ser extorsionado por productos que en
su mayoría son sustituibles cuando no prescindibles. El bachaqueo, en
esta guerra, es uno de los frentes al alcance de nuestras manos y de
nuestras desiciones. Y ni hablar si actuamos desde la comunidad
organizada.
Actuamos, o nos dejamos torcer el brazo, los bolsillos y la vida mientras nos quejamos inútil y amargamente.
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