Por Adolfo Sánchez Vázquez
“Ser marxista hoy significa no sólo poner en juego la inteligencia para fundamentar la necesidad y posibilidad de esa alternativa (al capitalismo), sino también tensar la voluntad para responder al imperativo político-moral de contribuir a realizarla.”
La decisión del Consejo Universitario de la Universidad de La Habana de otorgarme el grado de doctor honoris causa, me ha conmovido tan profundamente, que la expresión de mi agradecimiento resultaría pobre e insuficiente. Pero no puedo dejar de decir que tan alta y honrosa distinción la aprecio, sobre todo, por provenir de una institución universitaria que, junto a sus elevadas contribuciones académicas, tanto ha dado al realce y a la realización de los valores que más podemos estimar: la verdad, la justicia, la dignidad humana, así como la soberanía nacional, la solidaridad, la convivencia pacífica y el respeto mutuo entre los pueblos. Pero a este agradecimiento institucional, quisiera agregar el personal, a Roberto Fernández Retamar, de quien me siento, desde hace ya casi 40 años, no sólo compañero de ideas y esperanzas y admirado lector de su admirable obra poética, sino también persistente seguidor de su conducta intelectual y política al frente de una institución tan consecuente con la digna e inquebrantable política antiimperialista de la Revolución Cubana como La Casa de las Américas, a la que tanto debemos los intelectuales de este continente y del Caribe por su defensa ejemplar y constante enriquecimiento de la cultura latinoamericana.
I.
A continuación voy a dedicar mi discurso de investidura a la obra que tan generosamente se reconoce con el grado de doctor honoris causa. Y, por supuesto, no para juzgarla, pues yo sería el menos indicado para ello, sino para reivindicar el eje filosófico, político y moral en torno al cual ha girado toda ella: o sea, el marxismo. Pero no sólo el marxismo como conjunto de ideas, sino como parte de la vida misma, o más exactamente: de ideas y valores que han alentado la lucha de millones de hombres que han sacrificado en ella su tranquilidad y, en muchos casos, su libertad e incluso la vida.
Ahora bien, ¿ por qué volver, en estos momentos, sobre este eje, fuente o manantial teórico y vital ? Porque hoy, más que en otros tiempos, se pone en cuestión la vinculación entre sus ideas y la realidad, entre su pensamiento y la acción. Cierto es que el marxismo siempre ha sido no sólo cuestionado, sino negado por quienes, dados su interés de clase o su privilegiada posición social, no pueden soportar una teoría crítica y una práctica encaminadas a transformar radicalmente el sistema económico-social en el que ejercen su dominio y sus privilegios. Pero no es éste el cuestionamiento que ahora tenemos en la mira, sino el que cala en individuos o grupos sociales, ciertamente perplejos o desorientados, aunque no están vinculados necesariamente con ese interés de clase o privilegiada posición social. Esta perplejidad y desorientación, que se intensifica y amplía bajo el martilleo ideológico de los medios masivos de comunicación, sobre todo desde el hundimiento del llamado “socialismo real”, constituye el caldo de cultivo del cuestionamiento del marxismo, que puede condensarse en esta lacónica pregunta: ¿ se puede ser marxista hoy ? O con otras palabras: ¿ tiene sentido, en el alba del siglo XXI, pensar y actuar, remitiéndose a un pensamiento que surgió en la sociedad capitalista de mediados del siglo XIX ?
Ahora bien, para responder a esta pregunta habría que tener una idea, por mínima que sea, de lo que entendemos por marxismo, dada la pluralidad de sus interpretaciones. Pues bien, teniendo esto presente, y sin pretender extender certificados de “pureza”, se puede entender por él -con base en el propio Marx- un proyecto de transformación del mundo realmente existente, a partir de su crítica y de su interpretación o conocimiento. O sea: una teoría y una práctica en unidad indisoluble. Por tanto, el cuestionamiento que se hace del marxismo y se cifra en la pregunta de si se puede ser marxista hoy, afecta tanto a su teoría como a su práctica, pero -como trataremos de ver- más a ésta (la práctica) que a aquella (la teoría).
II.
En cuanto teoría de vocación científica, el marxismo pone al
descubierto la estructura del capitalismo, así como las posibilidades de su transformación inscritas en ella, y, como tal, tiene que asumir el reto de toda teoría que aspire a la verdad: el de poner a prueba sus tesis fundamentales, contrastándolas con la realidad y con la práctica. De este reto, el marxismo tiene que salir manteniendo las tesis que resistan esa prueba, revisando las que han de ajustarse al movimiento de lo real o bien abandonando aquellas que han sido invalidadas por la realidad. Pues bien, veamos, aunque sea muy sucintamente, la situación de algunas de sus tesis básicas con respecto a esa triple exigencia.
Por lo que toca a las primeras, encontramos tesis que no sólo se
mantienen, sino que hoy son más sólidas que nunca, ya que la realidad no ha hecho más que acentuar, ahondar o extender lo que en ellas se ponía al descubierto. Tales son, para dar sólo unos cuantos ejemplos, las relativas a la naturaleza explotadora, depredadora, del capitalismo; a los conceptos de clase, división social clasista y lucha de clases; a la expansión creciente e ilimitada del capital que, en nuestros días, prueba fehacientemente la globalización del capital financiero; al carácter de clase del Estado; a la mercantilización avasallante de toda forma de producción material y espiritual; a la enajenación que alcanza hoy a todas las formas de relación humana: en la producción, en el consumo, en los medios masivos de comunicación, etcétera, etcétera.
En cuanto a las tesis o concepciones que tendríamos que revisar para ajustarlas al movimiento de lo real, está la relativa a las contradicciones de clase que, sin dejar de ser fundamentales, tienen que conjugarse con otras importantes contradicciones en la sociedad actual: nacionales, étnicas, religiosas, ambientales, de género, etcétera. Y por lo que toca a la concepción de la historia, hay que superar el dualismo que se da en los textos de Marx, entre una interpretación determinista e incluso teleológica -de raíz hegeliana-, y la concepción abierta según la cual “la historia la hacen los hombres en condiciones determinadas”. Y que, por tanto, depende de ellos, de su conciencia, organización y acción, que la historia conduzca al socialismo o a una nueva barbarie. Y están también las tesis, que han de ser “puestas-al-día” acerca de las funciones del Estado, así como las del acceso al poder, cuestiones sobre las cuales ya Gramsci proporcionó importantes indicaciones.
Finalmente entre las tesis o concepciones de Marx y del marxismo
clásico que hay que abandonar, al ser desmentidas por el movimiento de la realidad, está la relativa al sujeto de la historia. Hoy no puede sostenerse que la clase obrera sea el sujeto central y exclusivo de la historia, cuando la realidad muestra y exige un sujeto plural, cuya composición no puede (ni debe) ser inalterable o establecerse a priori. Tampoco cabe sostener la tesis clásica de la positividad del desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas, ya que este desarrollo minaría la base natural de la existencia humana. Lo que vuelve, a su vez, utópica la justicia distributiva, propuesta por Marx en la fase superior de la sociedad comunista, con su principio de distribución de los bienes conforme a las necesidades de cada individuo, ya que ese principio de justicia presupone una producción ilimitada de bienes… “a manos llenas”.
En suma, el marxismo como teoría sigue en pie, pero a condición de que, de acuerdo con el movimiento de lo real, mantenga sus tesis básicas -aunque no todas-; revise o ajuste otras, y abandone aquellas que tienen que dejar paso a otras nuevas, para no quedar a la zaga de la realidad. O sea, en la marcha para la necesaria transformación del mundo existente, hay que partir de Marx para desarrollar y enriquecer su teoría, aunque en el camino haya que dejar, a veces, al propio Marx.
III.
Ahora bien, reafirmada esta salud teórica del marxismo, hay que subrayar que éste no es sólo, ni ante todo una teoría, sino -fundamental y prioritariamente-, una práctica, pues recordemos, una vez más, que “de lo que se trata es de transformar el mundo” (Tesis XI sobre Feuerbach de Marx). Pues bien, si de eso se trata, es ahí, en su práctica, donde la cuestión de si-tiene-sentido-ser- marxista-hoy, ha de plantearse en toda su profundidad.
Pues bien, considerando el papel que el marxismo ha desempeñado históricamente, desde sus orígenes, al elevar la conciencia de los trabajadores, de la necesidad y posibilidad de su emancipación, y al inspirar con ello, tanto sus acciones reivindicativas como revolucionarias, no podría negarse su influencia y significado histórico-universal. Ciertamente, puede afirmarse sin exagerar, que ningún pensamiento filosófico, político o social ha influido, a lo largo de la historia de la humanidad, tanto como el marxismo, en la conciencia y conducta de los hombres y de los pueblos.
Para encontrar algo semejante habría que buscarlo fuera de ese
pensamiento, (pero) no en el campo de la razón, sino en el de la fe, propio de las religiones como el budismo, el cristianismo o el islamismo, que ofrecen una salvación ilusoria de los sufrimientos terrenales… en un mundo supraterreno.
Para el marxismo, la liberación social, humana, hay que buscarla aquí y desde ahora, con la razón y la práctica que han de conducir a ella.
Aunque solo fuera por esto, y el “esto” tiene aquí una enorme dimensión, el marxismo puede afrontar venturosamente su cuestionamiento al erguirse como práctica encaminada a mejorar las condiciones de existencia de los trabajadores, así como en las luchas contra los regímenes autoritarios o nazifascistas, o por la destrucción del poder económico y político burgués.
Los múltiples testimonios que, con este motivo, podrían aportarse favorecen esta apreciación positiva de su papel histórico-práctico, sin que éste signifique, en modo alguno, ignorar sus debilidades, sombras o desvíos en este terreno, ni tampoco las aportaciones de otras corrientes políticas o sociales: demócratas radicales, socialistas de izquierda, diferentes movimientos sociales, o de liberación nacional, anarquistas, teología de la liberación, etcétera.
IV.
La cuestión se plantea, sobre todo, con respecto a la práctica que, en nombre del marxismo, se ejerció después de haberse abolido las relaciones capitalistas de producción y el poder burgués para construir una alternativa al capitalismo: el socialismo. Ciertamente, nos referimos a la experiencia histórica, que se inaugura con la Revolución Rusa de 1917, que desembocó en la construcción de la sociedad que posteriormente se llamó el “socialismo real”. Un “socialismo” que se veía a sí mismo, en la ex Unión Soviética, como la base -ya construida-, del comunismo diseñado por Marx en su Crítica del Programa de Gotha.
Sin entrar ahora en las causas que determinaron el fracaso histórico de un proyecto originario de emancipación, al pretender realizarse, puede afirmarse:
- Primero, que, no obstante los logros económicos, sociales y culturales alcanzados, condujo a un régimen económico, social y político atípico -ni capitalista ni socialista-, que representó una nueva forma de dominio y explotación.
- Segundo: que ese “socialismo” significó, no obstante,
un dique a la expansión mundial del capitalismo, aunque es evidente también que con su derrumbe la bipolaridad en la hegemonía mundial dejó paso a la unipolaridad del capitalismo más depredador, concentrada en el imperio de Estados Unidos.
- Y tercero: que la opción por, y las esperanzas, en la alternativa social del socialismo quedaron sumamente reducidas o cegadas, así como las del marxismo que las inspiró y fundamentó. A ello contribuyó decisivamente la identificación falsa e interesada del “socialismo real” con todo socialismo posible y la del marxismo con la ideología soviética que lo justificó.
V.
Puesto que no es tan fácil negar el carácter liberador, emancipatorio, del pensamiento de Marx y del marxismo clásico, los ideólogos más reaccionarios, pero también más perspicaces del capitalismo, tratan de sostener la imposibilidad de la realización del socialismo. Y para ello recurren a diversas concepciones idealistas del hombre, la historia y la sociedad. Unas veces apelan a una supuesta naturaleza humana inmutable -egoísta, competitiva-, propia en verdad del homo economicus, capitalista, incompatible con la fraternidad, solidaridad y cooperación indispensables en una sociedad socialista. Otras veces se valen de la concepción teleológica de la historia que decreta -muy hegelianamente- la inviabilidad del socialismo al llegar aquella a su fin con el triunfo del capitalismo liberal, o más exactamente neoliberal.
También se recurre a la idea fatalista de que todo proyecto emancipatorio, al realizarse se degrada o desnaturaliza inevitablemente. Y, por último, se echa mano del “pensamiento débil” o posmoderno para el cual la falta de fundamento o razón de lo existente, invalida toda causa o proyecto humano de emancipación. Como es fácil advertir, en todos estos casos se persigue o alimenta el mismo fin: confundir las conciencias, desmovilizarlas y cerrar así el paso a la organización y la acción necesarias para construir una alternativa social al capitalismo y, por tanto, a todo pensamiento que -como el marxista- contribuya a ella.
VI.
Ahora bien, aun reconociendo la falsedad de los supuestos ideológicos en que se apoyan estos intentos descalificadores, así como los intereses de clase que los promueven, es innegable que a raíz del hundimiento del “socialismo real” se produce un descrédito de la idea de el socialismo y un declive de la receptividad y adhesión al marxismo. Y ello, cuando la alternativa capitalista, en su fase globalizadora, se ha vuelto más imperiosa no sólo porque sus males estructurales se han agravado, sino también porque al poner el desarrollo científico y tecnológico bajo el signo del lucro y la ganancia, amenaza a la humanidad con sumirla en la nueva barbarie de un holocausto nuclear, de un cataclismo geológico o de la supeditación de los logros genéticos al mercado.
De tal manera que, en nuestros días, el agresivo capitalismo globalizador hegemonizado por Estados Unidos, al avasallar con sus guerras preventivas, la soberanía y la independencia de los pueblos, al hacer añicos la legalidad internacional, al volver las conquistas de la ciencia y la técnica contra el hombre y al globalizar los sufrimientos, humillaciones y la enajenación de los seres humanos, atenta no sólo contra las clases más explotadas y oprimidas y contra los más amplios sectores sociales, sino también contra la humanidad misma, lo que explica el signo anticapitalista de las recientes movilizaciones contra la guerra y de los crecientes movimientos sociales altermundistas en los que participan los más diversos actores sociales.
La emancipación social y humana que el marxismo se ha propuesto siempre pasa hoy -necesariamente- por la construcción del dique que detenga esta agresiva y antihumana política imperial estadounidense. Pues bien, en la construcción de ese dique al imperialismo que tantos sufrimientos ha infligido al pueblo cubano, está hoy sin desmayo, como siempre, y fiel a sus orígenes martianos, la Revolución Cubana.
VII.
Llegamos al final de nuestro discurso con el que pretendíamos responder a la cuestión de si se puede ser marxista hoy. Y nuestra firme respuesta al concluir, es ésta: puesto que una alternativa social al capitalismo -como el socialismo- es ahora más necesaria y deseable que nunca, también lo es, por consiguiente, el marxismo que contribuye -teórica y prácticamente- a su realización. Lo cual quiere decir, a su vez, que ser marxista hoy significa no sólo poner en juego la inteligencia para fundamentar la necesidad y posibilidad de esa alternativa, sino también tensar la voluntad para responder al imperativo político-moral de contribuir a realizarla.
Por último, reitero mi más profundo agradecimiento a la Universidad de La Habana, porque con la alta distinción que me otorga, me da un vigoroso impulso para continuar, en su tramo final, la obra que ha tenido y tiene como eje teórico y vital al marxismo.
Nota del Remitente: Aun cuando este discurso de Sánchez Vázquez data del 2004, es muy hermoso y didáctico. Me tomé la libertad de hacerle unos “pequeños” acomodos, arreglando algunas frases para hacerlas mucho más entendibles. Es posible que en la transcripción del discurso, ofrecido en la Universidad de La Habana al recibir el Doctorado Honoris Causa, el 16 de septiembre de 2004 (y a la que considero en parte “mi universidad” también, puesto que en ella tuve la oportunidad de hacer un Curso de Especialización, en su Facultad de Comunicación, en 1990), o por culpa de los “ya-bastante-famosos-duendes” que hacen vida en las imprentas, se extraviaron algunos detalles idiomáticos que en algunos casos hasta cambiaron el sentido de lo que -sin duda alguna- quiso transmitir el enorme maestro Adolfo Sánchez Vázquez. Lo estoy divulgando como un homenaje póstumo a su activa y productiva “memoria””. Adolfo Sánchez Vázquez, filósofo español, marxista, falleció a los 96 años, el pasado 8 de Julio (2011) en Ciudad de México, donde vivió la mayor parte de su vida, como exiliado de la Guerra Civil Española.
Manuel Rugeles Acevedo
San Cristóbal, Venezuela
Agosto 04, 2011
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