Miguel de Unamuno dijo que el ser humano es el único animal que entierra sus muertos.
Es el único animal que sabe que va a morir y no sabe qué viene después. Ante ese no saber, el poeta ruso-francés Claude Aveline dijo algo estremecedor: “La muerte es un misterio que nos pertenecerá a todos”.
Otro francés, André Malraux, dijo que la muerte hace que la vida se convierta en un destino.
El poeta sevillano Antonio Machado dijo que
Un golpe de ataúd en tierra
es algo perfectamente serio.
Un cantar español anónimo del siglo XVII entonó una paradoja inquietante, que se repite y conmemora desde entonces:
Ven muerte tan escondida,
que no te sienta venir,
porque el placer del morir
no me vuelva a dar la vida.
Es decir, el ser humano tiene una actitud reverente ante la muerte. Sabe que es inevitable y por tanto que no puede nada contra ella. Solo cabe prepararse lo mejor posible, para no improvisar cuando venga.
Menos en Venezuela, donde hay gente que ha llegado a tal encanallamiento que es capaz de burlarse de la muerte, como hicieron recientemente con Willian Lara, con Guillermo García Ponce, con Luis Ceballos, con las víctimas del avión de Conviasa y con los extraviados en los peñeros en Nueva Esparta, porque se atrevieron a desear y celebrar su muerte de antemano. Supongo que lamentarían su rescate.
En eso los bolivarianos nos diferenciamos radicalmente de gente así y ahí está la raíz del resto de la incompatibilidad. Con razón les importa un comino que hayan salvado su vida más de cuatro mil niños en el Hospital Cardiológico Infantil Gilberto Rodríguez Ochoa.
Lo siento, no sé cómo se llama eso.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com
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